Érase una
vez una niña que vivía con su madre viuda y eran tan pobres que pasaban mucha
hambre. Pasaban tanta hambre que la niña, por las noches, sólo sabía soñar con
criados vestidos de blanco que llevaban bandejas llenas de comida, y por la
mañana se despertaba con más hambre de la que tenía cuando se acostó.
Un día su
madre la mandó a la tienda a comprar asadura, pero no le dio dinero porque no
lo tenían. La niña fue a la tienda y no pudo comprar porque el carnicero no le
quiso fiar.
Salió de
la tienda muy triste, pensando que no podía llevar nada a casa. Y en esto pasó
por delante del cementerio y se le ocurrió entrar. Allí estuvo meditando y, al
cabo de un rato, decidió sacarle la asadura a un cadáver que había sido
enterrado el día anterior, pensando que a él ya no le era útil y, en cambio, a
su madre y a ella podría servirles para saciar su hambre. Y así lo hizo.
Al llegar
a casa, su madre se puso muy contenta, cogió la asadura, la limpió, la partió y
la guisó para la cena. Una
vez que hubieron comido, satisfechas como estaban, les entró sueño y se fueron
a dormir.
Durmiendo
estaban cuando un ruido tenebroso las despertó y escucharon una voz que decía:
‑¡Devuélveme
mi asadura, que la sacaste de mi
sepultura!
Y la niña
gritó:
‑¡Ay!,
mamaíta mía, ¿quién será?
Y la
madre le contestó:
‑Calla,
hija mía, que ya se irá.
Y dijo la
voz:
‑Que no
me voy, que en el primer escalón estoy.
Y la
niña, más asustada, volvió, a gritar:
‑¡Ay!,
mamaíta mía, ¿quién será?
‑Calla,
hija mía, que ya se irá.
Y la voz
dijo esta vez:
‑Que no
me voy, que en el segundo escalón estoy.
Y la
niña, más asustada aún:
‑¡Ay!,
mamaíta mía, ¿quién será?; que tengo miedo y los ojos no quiero cerrar.
‑Calla,
hija mía, que ya se irá.
Y volvió
a hablar la voz:
‑Que no
me voy, que en el tercer escalón estoy.
Y la niña
imploraba:
‑¡Ay!,
mamaíta mía, ¿quién será?; que no he hecho nada malo y me quieren llevar.
‑Calla,
hija mía, que ya se irá.
Y la voz
dijo entonces:
‑Que no
me voy, que entrando por la puerta de tu cuarto estoy.
Y la niña
gritaba:
‑¡Ay!,
mamaíta mía, ¿quién será el que a los pies de mi cama está y yo no quiero
mirar?
‑Calla,
hija mía, que ya se irá.
Y la voz,
ya furiosa, gritó:
‑¡No me
voy, que agarrándote de los pelos estoy!
Y
agarrando a la niña, el muerto se la llevó al cementerio, la mató, le sacó la
asadura, se la puso y se enterró otra vez.
003. anonimo (españa)
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