Había
un hombre rico que tenía tres hijas muy queridas. El hombre rico y su mujer
tuvieron que ausentarse durante algún tiempo para atender cuestiones relativas
a unos terrenos que poseían en un valle cercano y decidieron dejar la casa al
cuidado de las tres hijas por ver cómo se comportaban estando ellos lejos. Y
para que no quedasen tristes, les dijo el padre antes de partir:
-Hijas
mías, cuando vuelva traeré tres vestidos: uno de sol, otro de luna y otro de terciopelo.
Se
fueron los dos y al poco tiempo llegó a la casa una mujer con la barriga
grande, a punto de dar a luz, y solicitó permiso para quedarse en la casa hasta
que naciera el niño. Y las tres hijas no lo sabían, pero la mujer no era tal
sino un hombre disfrazado. La niña pequeña no quería que la mujer aquella
entrase en casa, porque sus padres le habían encargado que no dejara alojarse
en la casa a nadie en su ausencia, pero las otras dos mayores se rieron de los
temores de la pequeña y permitieron que la mujer se quedase por esa noche al
menos.
La
mujer se acomodó junto a la chimenea donde lucía un buen fuego y como no quería
que las muchachas se le acercasen demasiado y vieran que era un hombre,
arrojaba de cuando en cuando unos granos de sal a la chimenea, que
chisporroteaba como si en ella cayeran piojos al sacudirse la mujer.
Total,
que cayó la noche y se fueron a dormir. La mayor y la mediana quedaron dormidas
en seguida, pero la pequeña no dormía porque vigilaba la casa, como le
encomendaran sus padres. A la medianoche, el hombre disfrazado de mujer cogió
una vela, la encendió y se fue acercando a las niñas para echarles una gota de
cera en los ojos. Se las echó a las tres, pero la más pequeña se limpió los
ojos en seguida sin dejar que las gotas cuajaran. Las otras dos, en cambio,
como dormían, se quedaron con la cera cuajada en los ojos.
Al
cabo del rato, el hombre disfrazado de mujer pensó que ya todos dormían y se
acercó a una ventana, la abrió y se dispuso a tocar un reclamo, que era la señal
para que sus compañeros, pues todos ellos eran ladrones, vinieran a la casa a
robar. Pero la pequeña estaba despierta porque se había quitado la cera de los
ojos, y vino por detrás del hombre y, agarrándolo por las piernas, lo tiró
afuera por la ventana y el reclamo se quedó adentro.
Entonces
el hombre le decía desde abajo:
-¡Dame
el reclamo!
Y
le decía la niña:
-Mete
la mano por la gatera y te lo daré.
Él
no se fiaba e insistía:
-¡Que
dame el reclamo!
Y
ella:
-Mete
la mano por la gatera.
El
hombre, como necesitaba el reclamo para hacerlo sonar porque era la señal
convenida con sus compañeros, volvió a insistir:
-¡Dame
el reclamo y me iré de aquí!
Y
ella:
-Pues
mete la mano por la gatera.
Total,
que el hombre no tuvo más remedio que meter la mano por la gatera y, así que lo
hizo, la niña tomó un hacha y se la cortó. Y se quedó con la mano y el reclamo
y él escapó aullando de dolor y sin poder robar en la casa.
A
la mañana siguiente llegaron los padres con los vestidos que les habían prometido
y para ver cómo los repartían preguntaron:
-¿Quién
ha atendido mejor la casa?
Y
la pequeña les dijo:
-Yo
he sido, que miren cómo están mis hermanas.
Y
fueron a ver a las hermanas y vieron que estaban con los ojos tapados por la
cera, durmiendo. Entonces la pequeña les contó el suceso del hombre disfrazado
de mujer y los padres le dijeron:
-Pues
nada, el vestido más bonito, que es el de soles, será para ti y los otros para
las otras dos niñas.
Pasó
el tiempo y las niñas se hicieron mozas, las tres muy guapas pero la pequeña la
más guapa de todas.
Y
en esto que llegó por el lugar aquel señor al que la pequeña le cortara la
mano, que seguía siendo ladrón, pero los padres no lo conocían y como iba muy
bien vestido y tenía muy buen porte, les pareció bien y entonces él les pidió
la mano de su hija pequeña.
Pero
la pequeña sí que lo reconoció, por la mano cortada, pero no dijo nada. Y un
día el padre fue a hablar con ella y le dijo:
-Hija
mía, este hombre, que es guapo y buen mozo, me ha pedido tu mano y yo quiero
que te cases con él.
Y
la muchacha le contestó:
-Padre,
yo no me caso con él.
Y
el padre, ignorante de las razones de la muchacha, le insistió en que debía
casarse con él, pero ella contestaba cada vez:
-Padre,
que no, que yo no me caso con ese hombre.
Así
una y otra vez, un día y otro día. Y el padre insistió tanto y de tal manera
que a la muchacha no le quedó otro remedio que acceder a casarse con aquel
pretendiente. Y le dijo:
-Pues
me casaré si usted lo quiere, pero tiene que regalarme tres palomitas.
-Pues
tuyas son -dijo el padre, extrañado de que no le pidiera otra cosa.
Así
que se hicieron las bodas en el lugar con gran pompa y regocijo de la gente y,
apenas terminaron, él mostró prisa por ponerse en camino en seguida y ella no
tuvo más remedio que seguirle. Tomó las tres palomas, dejó una en casa de sus
padres, y se llevó las otras dos consigo.
Y
se fueron los dos y en cuanto perdieron de vista el lugar, el hombre le enseñó
la mano cortada y le dijo:
-Mira
lo que me hiciste una vez. Pues esto y mucho más he de hacértelo yo a ti en
venganza.
La
muchacha que oyó esto, mandó una de sus dos palomas a reunirse con la otra en
casa de sus padres; y la paloma llevaba un mensaje en el que contaba que
avisaran a sus padres para que vinieran a ayudarla por lo que estaba a punto de
sucederle. Y siguieron cabalgando por mucho tiempo hasta que por fin vieron un
castillo, que era donde vivía este hombre.
Y
en el castillo ella vio a otros muchos hombres de mal aspecto que cuidaban de
unos grandes perolos de aceite hirviendo, y eran los ladrones que esperaban
aquella noche al hombre disfrazado de mujer preñada.
Y
cuando vio los perolos de aceite hirviendo se sintió morir pensando que eran
para quemarla a ella.
El
marido, entonces, la llevó a su habitación y le mandó que se quitase la ropa.
Y
le dijo ella:
-Primero
déjame quitarme mis ricos zapatos nuevos, que me los dio mi padre para casarme
contigo.
Y
mientras se descalzaba, preguntaba a la tercera paloma, que estaba en la
ventana:
-Palomita mía,
¿ves venir gentes
en caballerías?
Y
contestaba la paloma:
-No
veo a nadie.
Entonces
el marido le ordenó que se siguiera desvistiendo, y ella le dijo:
-Déjame
quitarme mis ricas medias nuevas, que me las dio mi padre para casarme contigo.
Y
mientras se quitaba las medias, le decía a la paloma:
-Palomita mía,
¿ves venir gentes
en caballerías?
Y
la paloma:
-No
veo a nadie.
El
marido, impaciente, le ordenaba que se siguiera desvistiendo sin tardanza, y
ella le replicaba:
-Déjame
quitarme mi rica chaqueta nueva, que me la dio mi padre para casarme contigo.
Y
de nuevo a la paloma:
-Palomita mía,
¿ves venir gentes
en caballerías?
Y
la paloma:
-No
veo a nadie.
Conque
a ella se le encogía el corazón porque nadie venía en su auxilio y el marido la
apuraba porque veía que se le iba el tiempo. Y ella le siguió diciendo:
-Ay,
déjame quitarme mi rico vestido nuevo, que me lo dio mi padre para casarme
contigo.
Y
mientras se quitaba el vestido volvió a decir a la paloma, ya con un hilo de voz:
-Palomita mía,
¿ves venir gentes
en caballerías?
Y
la paloma:
-No
veo a nadie.
Así
que se vio perdida, porque ya no le quedaba más que quitarse que las bragas. Y
el marido la apremiaba para que se las quitase y quedara toda desnuda y la
muchacha le decía aún:
-Déjame
quitarme mis ricas bragas nuevas, que me las dio mi padre para casarme contigo.
Y
a la paloma:
-Palomita mía,
¿ves venir gentes
en caballerías?
Y
dijo la paloma entonces:
-¡Ahí vienen, ahí vienen
gentes en caballerías!
Y
la muchacha que lo oyó, empezó a recoger precipitadamente sus ropas y en esto
llegó su padre acompañado por los invitados a la boda, todos armados, y cuando
la vieron descalza y desnuda, y a aquella gente, que eran ladrones, agarraron a
todos y al marido también y los arrojaron a los perolos donde pensaban freír a
la muchacha en venganza, y todos murieron en ellos y la muchacha se volvió a
casa con sus padres y un año después se casó con el mozo más rico y más apuesto
de toda la comarca.
003. anonimo (españa)
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