Eranse tres hermanos que
habían tenido un padre muy afectuoso. Antes de que muriera el hombre, acudieron
junto a su cabecera y le preguntaron si tenía alguna última voluntad que
encomendarles.
-Escuchad -les dijo, si
es cierto que me queréis de verdad, habréis de guardar mi tumba por turno durante
tres noches seguidas.
-Eso es cosa fácil, padre
-le respondieron los tres hijos a un tiempo.
Murió el padre y le
dedicaron un buen banquete. Llegó la primera noche y el hijo menor, que era
tiñoso, recordó la última voluntad del padre y le dijo al mayor:
-¿Vas a ir a guardar la
tumba de nuestro padre? Le diste tu palabra.
-¿Qué tumba? -le atajó el
otro.
-Yo le dije que sí para
darle gusto y dejarle que muriera en paz.
-Está bien -le respondió
el pequeño.
-Iré yo entonces en tu
lugar.
Cogió su arma y se marchó
a velar la tumba del padre.
En la negrura de la noche
pasó por allí un hombre a caballo. Tanto el jinete como su montura iban
vestidos de plata.
-Déjame que pase sobre la
tumba de tu padre -le dijo el caballero al tiñoso.
-¡Jamás! -le respondió el
joven.
-¿Qué es lo que estoy
guardando yo entonces aquí?
El uno que sí, el otro
que no, y ¡bam!, restalló el fusil del hermano menor y el jinete cayó sin vida
al suelo. El muchacho lo despojó luego de sus ropajes, tomó el caballo de las
riendas y fue a escon-derlo todo en una cabaña en el interior del bosque.
Llegó la segunda noche y
le dijo el hermano pequeño al mediano:
-¿Vas a ir a guardar la
tumba de padre?, le diste tu palabra de que lo harías.
-¿Qué palabra? -le
respondió.
-Yo le dije aquello sólo
para darle gusto a padre antes de morir.
-Está bien -dijo entonces
el pequeño.
-Iré yo y la velaré en tu
lugar.
Cogió el fusil, fue
caminando hasta llegar a la tumba y se apostó junto a ella para cuidarla.
A las dos de la madrugada
acertó a pasar por allí un hombre muy alto a lomos de un corcel blanco. Su
vestimenta estaba enteramente recamada de oro.
-Déjame que pise la tumba
de tu padre -le gritó con rudas voces el hombre del caballo.
-¡Nunca lo harás mientras
a mí me quede aliento! -le replicó inmediata-mente el tiñoso.
Disputaron durante un
rato y por fin el tiñoso le disparó un tiro de fusil y lo mató. Lo despojó a
continuación de sus vestiduras y, junto con el caballo, fue a esconderlo todo
en otra cabaña en las profundidades del bosque.
A la tercera noche les
dijo a sus hermanos:
-Me voy a guardar la
tumba de padre, pues hoy me corresponde a mí el turno.
Cogió su arma y se
dirigió al lugar donde estaba la tumba. A las tres de la madrugada apareció
por allí un apuesto jinete montando un caballo color azabache. Sus ropas estaban
cubiertas de oro y piedras preciosas.
-¡Déjame pasar por encima
de la tumba de tu padre! -le dijo al verlo.
-¡No, jamás! -le replicó
el tiñoso.
-Pues mi camino atraviesa
por aquí -dijo acto seguido el hombre del caballo y espoleó su montura.
Viendo aquello el tiñoso
se echó al punto el fusil a la cara y de un tiro mató al caballero, dejándolo
tendido en la tierra. Le arrebató sus preciosas ropas, cogió el caballo de la
rienda y lo metió todo en una nueva cabaña del bosque. A ninguno de sus
hermanos les dijo nada acerca de todo aquello.
Pasó el tiempo y cierto
día hizo saber el rey:
-Quien sea capaz de
saltar un alto muro formado de cuerpos y derribar con la espada la corona
colgada de la encina, habrá de tomar a la hija del rey por esposa y recibirá
además como regalo torres y serrallos.
Una gran multitud se fue
congregando junto al palacio del rey, unos para mirar, otros para probar
suerte. Decidieron acudir también los hermanos del tiñoso.
Al ver éste que sus
hermanos mayores se dirigían hacia allí, corrió tras ellos y les preguntó:
-¿Me lleváis a mí con
vosotros?
-Tú quédate en casa, anda
-le respondieron.
-Sería una vergüenza que
te vieran con nosotros con toda la multitud que se va a reunir.
Y lo dejaron en casa.
Pero pocos instantes después, el tiñoso salió y se dirigió a la cabaña donde
había guardado las primeras vestiduras de plata y el caballo alazán. Se vistió
con ellas, montó a lomos del caballo y se dirigió a la reunión. Todos lo
miraban al llegar, aunque ninguno lo reconocía.
Numerosos jóvenes de
buenas casas habían intentado saltar el muro, pero ninguno lo había logrado.
-¿Me permitís que pruebe
yo también una vez? -dijo en alta voz el tiñoso.
Todos le abrieron paso.
Acto seguido le gritó al caballo con grandes voces y, enarbolando la espada,
saltó el obstáculo y cortó de un tajo la corona.
Quedaron todos
asombrados, pero el rey no estaba tan convencido como para entregarle a su
hija, de modo que ordenó que todo se repitiera una nueva vez al cabo de una
semana.
Se dispersó la
congregación y el tiñoso regresó antes que sus hermanos, se cambió de ropas y
volvió a casa como si no supiera nada.
Cuando llegaron sus
hermanos, les preguntó:
-¿Consiguió saltar
alguien el muro?
-No, nadie. Aparte de un
extranjero que era de corta estatura y aspecto desmejorado como tú, con las
ropas todas recamadas en plata. De todos modos el rey no quiso entregarle a su
hija. De hoy en una semana todos los jóvenes volverán a intentar saltar el
muro y cortar la corona.
Cumplida la semana, se
disponían los dos hermanos mayores a acudir a la reunión para asistir al
desenlace, cuando el pequeño les preguntó.
-¿Me lleváis con
vosotros?
-Quédate en casa, estarás
mejor -le respondieron.
-Allí la gente se reiría
de ti.
Partieron los dos y poco
rato después lo hizo también el tiñoso, pero esta vez vestido con las ropas
recamadas de oro y a lomos del corcel blanco.
Se había formado aún más
grande reunión que la vez anterior y ya eran muchos los que habían intentado
saltar el muro, aunque sin lograrlo ninguno. Probó a hacerlo también el
tiñoso: Saltó limpia-mente el obstáculo y cortó la corona.
-Tampoco ahora -le dijo
el rey, quiero entregarte a mi hija sin antes volverlo a intentar.
Se dispersaron todos y
marchó cada uno hacia su casa. El tiñoso corrió a la suya, llegó antes que sus
hermanos y se cambió de ropas.
Cuando regresaron los
otros dos, les preguntó.
-¿Cómo fue la asamblea?
¿Consiguió alguno saltar el muro?
-Ninguno -le respondieron
ellos, aparte de un extranjero corto de estatura y debilucho como tú, con las
ropas recamadas en oro y montando un corcel blanco. Pero tampoco esta vez le
entregó el rey a su hija; quiere que se haga un nuevo intento dentro de dos
semanas.
Transcurrieron las dos
semanas y de nuevo acudieron los hermanos a la reunión. Les rogó el tiñoso que
lo llevaran consigo, pero ellos volvieron a burlarse de él.
La multitud era mayor que
nunca. Prueba una vez, inténtalo otra, no apareció un solo muchacho que
superara la barrera.
Se puso en marcha el
tiñoso, llegó a la tercera cabaña, vistió las ropas cubiertas de oro y piedras
preciosas y montó el caballo azabache.
Cuando llegó, todos lo
contemplaban con admiración y le dejaban franco el paso.
Saltó limpiamente la
barrera, cortó la corona y tomó a la hija del rey. Aquel día se formó un gran
regocijo y el rey le regaló al muchacho el mejor de sus serrallos. Pero he aquí
que, mientras conducían a la novia al palacio, apareció de pronto
Siete-palmos-de-barba-tres-palmos-de-talla y la raptó. Buscaron
incansablemente por todas partes, pero la novia no aparecía.
-No podré continuar
viviendo -prometió solemnemente el tiñoso, si no logro rescatar a mi esposa,
pues la he ganado con mucho esfuerzo.
Y de este modo fue como
concibió la idea de recorrer el mundo entero hasta dar con ella.
Camina que camina, llegó
a un manantial, junto al cual encontró a su Ora.
-Ora, blanca Ora -le dijo
el muchacho.
-¿Puedes decirme quién
me ha robado a mi esposa?
-Yo no lo sé -le
respondió ella, pero sin duda lo sabrá el rey de las aves.
Marchó el tiñoso en
compañía de la Ora
a una alta montaña, hasta llegar a la cumbre envuelta por las nubes. Allí
encontraron al rey de las aves:
-Rey -se dirigió a él el
tiñoso, he venido para preguntarte algo muy importante para mí. ¿Puedes
decirme quién me ha arrebatado a mi esposa y dónde la puedo encontrar?
-Tu novia se la ha
llevado Siete-palmos-de-barba-tres-palmos-de-talla- le dijo la enorme águila.
-Pero, ya que llevas a tu
Ora contigo, te entregaré un milano y él te mostrará el camino.
Marchó delante el milano
y condujo al tiñoso hasta la boca de una cueva. Allí dentro se encontraba
Siete-palmos-de-barba-tres-palmos-de-talla, rodeado de gran número de
muchachas hermosas, que cantaban y jugaban. La Ora del tiñoso se agazapó escondida junto a la
boca de la cueva y, cuando la joven esposa del tiñoso acertó a pasar por allí,
la atrapó veloz como un rayo y, cogiéndola del brazo, la sacó y se la entregó
al muchacho.
-Te lo ruego -le pidió el
tiñoso a su Ora, cógeme otras dos para mis hermanos.
Cuando llegó el tiñoso al
bosque donde había escondido los caballos y los valiosos ropajes, encerró a la
mayor de las tres muchachas en la cabaña donde se encontraban las vestiduras
de plata y al momento comenzó a brillar una fuerte luz blanca; encerró a la
segunda en la cabaña donde había escondido las recamadas de oro y enseguida
comenzó a brotar un resplandor amarillo; en la tercera guardó a la suya y nada
más hacerlo surgió una luz tan intensa que deslumbraba a quien la contemplaba.
Vieron sus hermanos
aquellas fuentes de luz y se preguntaron: ¿Qué es lo que habrá allí? Vamos a
mirar y lo sabremos.
Acudieron al lugar y cual
sería su sorpresa cuando vieron a su hermano menor salir a su encuentro y
contarles que había encontrado a su Ora en un día propicio.
-He recorrido el mundo
-les dijo, de un confín a otro y he traído para vosotros a las muchachas más
hermosas y más ricas.
Al mayor le entregó la
mayor, al segundo la segunda y él se quedó con la hija del rey.
Compraron terrenos,
levantaron palacios y vivieron a cual mejor sobre el lomo de esta tierra
nuestra.
110. anonimo (albania)
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