Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 26 de julio de 2012

Quién guarda la tumba de padre?

Eranse tres hermanos que habían tenido un padre muy afectuoso. Antes de que muriera el hombre, acudieron junto a su cabecera y le preguntaron si tenía alguna última voluntad que encomendarles.
-Escuchad -les dijo, si es cierto que me que­réis de verdad, habréis de guardar mi tumba por turno du­rante tres noches seguidas.
-Eso es cosa fácil, padre -le respondieron los tres hijos a un tiempo.
Murió el padre y le dedicaron un buen banquete. Llegó la primera noche y el hijo menor, que era tiñoso, recordó la última voluntad del padre y le dijo al mayor:
-¿Vas a ir a guardar la tumba de nuestro padre? Le diste tu palabra.
-¿Qué tumba? -le atajó el otro.
-Yo le dije que sí para darle gusto y dejarle que muriera en paz.
-Está bien -le respondió el pequeño.
-Iré yo entonces en tu lugar.
Cogió su arma y se marchó a velar la tumba del padre.
En la negrura de la noche pasó por allí un hombre a ca­ballo. Tanto el jinete como su montura iban vestidos de plata.
-Déjame que pase sobre la tumba de tu padre -le dijo el caballero al tiñoso.
-¡Jamás! -le respondió el joven.
-¿Qué es lo que estoy guardando yo entonces aquí?
El uno que sí, el otro que no, y ¡bam!, restalló el fusil del hermano menor y el jinete cayó sin vida al suelo. El muchacho lo despojó luego de sus ropajes, tomó el caballo de las riendas y fue a escon-derlo todo en una cabaña en el interior del bosque.
Llegó la segunda noche y le dijo el hermano pequeño al mediano:
-¿Vas a ir a guardar la tumba de padre?, le diste tu pala­bra de que lo harías.
-¿Qué palabra? -le respondió.
-Yo le dije aquello sólo para darle gusto a padre antes de morir.
-Está bien -dijo entonces el pequeño.
-Iré yo y la velaré en tu lugar.
Cogió el fusil, fue caminando hasta llegar a la tumba y se apostó junto a ella para cuidarla.
A las dos de la madrugada acertó a pasar por allí un hombre muy alto a lomos de un corcel blanco. Su vesti­menta estaba enteramente recamada de oro.
-Déjame que pise la tumba de tu padre -le gritó con ru­das voces el hombre del caballo.
-¡Nunca lo harás mientras a mí me quede aliento! -le re­plicó inmediata-mente el tiñoso.
Disputaron durante un rato y por fin el tiñoso le disparó un tiro de fusil y lo mató. Lo despojó a continuación de sus vestiduras y, junto con el caballo, fue a esconderlo todo en otra cabaña en las profundidades del bosque.
A la tercera noche les dijo a sus hermanos:
-Me voy a guardar la tumba de padre, pues hoy me co­rresponde a mí el turno.
Cogió su arma y se dirigió al lugar donde estaba la tum­ba. A las tres de la madrugada apareció por allí un apuesto jinete montando un caballo color azabache. Sus ropas esta­ban cubiertas de oro y piedras preciosas.
-¡Déjame pasar por encima de la tumba de tu padre! -le dijo al verlo.
-¡No, jamás! -le replicó el tiñoso.
-Pues mi camino atraviesa por aquí -dijo acto seguido el hombre del caballo y espoleó su montura.
Viendo aquello el tiñoso se echó al punto el fusil a la cara y de un tiro mató al caballero, dejándolo tendido en la tie­rra. Le arrebató sus preciosas ropas, cogió el caballo de la rienda y lo metió todo en una nueva cabaña del bosque. A ninguno de sus hermanos les dijo nada acerca de todo aquello.
Pasó el tiempo y cierto día hizo saber el rey:
-Quien sea capaz de saltar un alto muro formado de cuerpos y derribar con la espada la corona colgada de la en­cina, habrá de tomar a la hija del rey por esposa y recibirá además como regalo torres y serrallos.
Una gran multitud se fue congregando junto al palacio del rey, unos para mirar, otros para probar suerte. Decidie­ron acudir también los hermanos del tiñoso.
Al ver éste que sus hermanos mayores se dirigían hacia allí, corrió tras ellos y les preguntó:
-¿Me lleváis a mí con vosotros?
-Tú quédate en casa, anda -le respondieron.
-Sería una vergüenza que te vieran con nosotros con toda la multitud que se va a reunir.
Y lo dejaron en casa. Pero pocos instantes después, el ti­ñoso salió y se dirigió a la cabaña donde había guardado las primeras vestiduras de plata y el caballo alazán. Se vistió con ellas, montó a lomos del caballo y se dirigió a la reu­nión. Todos lo miraban al llegar, aunque ninguno lo reco­nocía.
Numerosos jóvenes de buenas casas habían intentado sal­tar el muro, pero ninguno lo había logrado.
-¿Me permitís que pruebe yo también una vez? -dijo en alta voz el tiñoso.
Todos le abrieron paso. Acto seguido le gritó al caballo con grandes voces y, enarbolando la espada, saltó el obstá­culo y cortó de un tajo la corona.
Quedaron todos asombrados, pero el rey no estaba tan convencido como para entregarle a su hija, de modo que ordenó que todo se repitiera una nueva vez al cabo de una semana.
Se dispersó la congregación y el tiñoso regresó antes que sus hermanos, se cambió de ropas y volvió a casa como si no supiera nada.
Cuando llegaron sus hermanos, les preguntó:
-¿Consiguió saltar alguien el muro?
-No, nadie. Aparte de un extranjero que era de corta es­tatura y aspecto desmejorado como tú, con las ropas todas recamadas en plata. De todos modos el rey no quiso entre­garle a su hija. De hoy en una semana todos los jóvenes vol­verán a intentar saltar el muro y cortar la corona.
Cumplida la semana, se disponían los dos hermanos ma­yores a acudir a la reunión para asistir al desenlace, cuando el pequeño les preguntó.
-¿Me lleváis con vosotros?
-Quédate en casa, estarás mejor -le respondieron.
-Allí la gente se reiría de ti.
Partieron los dos y poco rato después lo hizo también el tiñoso, pero esta vez vestido con las ropas recamadas de oro y a lomos del corcel blanco.
Se había formado aún más grande reunión que la vez ante­rior y ya eran muchos los que habían intentado saltar el mu­ro, aunque sin lograrlo ninguno. Probó a hacerlo también el tiñoso: Saltó limpia-mente el obstáculo y cortó la corona.
-Tampoco ahora -le dijo el rey, quiero entregarte a mi hija sin antes volverlo a intentar.
Se dispersaron todos y marchó cada uno hacia su casa. El tiñoso corrió a la suya, llegó antes que sus hermanos y se cambió de ropas.
Cuando regresaron los otros dos, les preguntó.
-¿Cómo fue la asamblea? ¿Consiguió alguno saltar el muro?
-Ninguno -le respondieron ellos, aparte de un extranje­ro corto de estatura y debilucho como tú, con las ropas re­camadas en oro y montando un corcel blanco. Pero tampoco esta vez le entregó el rey a su hija; quiere que se haga un nuevo intento dentro de dos semanas.
Transcurrieron las dos semanas y de nuevo acudieron los hermanos a la reunión. Les rogó el tiñoso que lo llevaran consigo, pero ellos volvieron a burlarse de él.
La multitud era mayor que nunca. Prueba una vez, in­téntalo otra, no apareció un solo muchacho que superara la barrera.
Se puso en marcha el tiñoso, llegó a la tercera cabaña, vistió las ropas cubiertas de oro y piedras preciosas y montó el caballo azabache.
Cuando llegó, todos lo contemplaban con admiración y le dejaban franco el paso.
Saltó limpiamente la barrera, cortó la corona y tomó a la hija del rey. Aquel día se formó un gran regocijo y el rey le regaló al muchacho el mejor de sus serrallos. Pero he aquí que, mientras conducían a la novia al palacio, apareció de pronto Siete-palmos-de-barba-tres-palmos-de-talla y la rap­tó. Buscaron incansablemente por todas partes, pero la no­via no aparecía.
-No podré continuar viviendo -prometió solemnemente el tiñoso, si no logro rescatar a mi esposa, pues la he gana­do con mucho esfuerzo.
Y de este modo fue como concibió la idea de recorrer el mundo entero hasta dar con ella.
Camina que camina, llegó a un manantial, junto al cual encontró a su Ora.
-Ora, blanca Ora -le dijo el muchacho.
-¿Puedes decir­me quién me ha robado a mi esposa?
-Yo no lo sé -le respondió ella, pero sin duda lo sabrá el rey de las aves.
Marchó el tiñoso en compañía de la Ora a una alta mon­taña, hasta llegar a la cumbre envuelta por las nubes. Allí encontraron al rey de las aves:
-Rey -se dirigió a él el tiñoso, he venido para pregun­tarte algo muy importante para mí. ¿Puedes decirme quién me ha arrebatado a mi esposa y dónde la puedo encontrar?
-Tu novia se la ha llevado Siete-palmos-de-barba-tres­-palmos-de-talla- le dijo la enorme águila.
-Pero, ya que llevas a tu Ora contigo, te entregaré un milano y él te mos­trará el camino.
Marchó delante el milano y condujo al tiñoso hasta la boca de una cueva. Allí dentro se encontraba Siete-palmos-de-barba-tres-palmos-de-talla, rodeado de gran nú­mero de muchachas hermosas, que cantaban y jugaban. La Ora del tiñoso se agazapó escondida junto a la boca de la cueva y, cuando la joven esposa del tiñoso acertó a pasar por allí, la atrapó veloz como un rayo y, cogiéndola del brazo, la sacó y se la entregó al muchacho.
-Te lo ruego -le pidió el tiñoso a su Ora, cógeme otras dos para mis hermanos.
La Ora le escuchó. Sacó a otras dos muchachas y partie­ron rumbo a su casa cantando y jugando.
Cuando llegó el tiñoso al bosque donde había escondido los caballos y los valiosos ropajes, encerró a la mayor de las tres muchachas en la cabaña donde se encontraban las vesti­duras de plata y al momento comenzó a brillar una fuerte luz blanca; encerró a la segunda en la cabaña donde había escondido las recamadas de oro y enseguida comenzó a bro­tar un resplandor amarillo; en la tercera guardó a la suya y nada más hacerlo surgió una luz tan intensa que deslumbra­ba a quien la contemplaba.
Vieron sus hermanos aquellas fuentes de luz y se pregunta­ron: ¿Qué es lo que habrá allí? Vamos a mirar y lo sabremos.
Acudieron al lugar y cual sería su sorpresa cuando vieron a su hermano menor salir a su encuentro y contarles que había encontrado a su Ora en un día propicio.
-He recorrido el mundo -les dijo, de un confín a otro y he traído para vosotros a las muchachas más hermosas y más ricas.
Al mayor le entregó la mayor, al segundo la segunda y él se quedó con la hija del rey.
Compraron terrenos, levantaron palacios y vivieron a cual mejor sobre el lomo de esta tierra nuestra.

110. anonimo (albania)

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