Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 26 de julio de 2012

El pequeño marashi


El pequeño Marashi era sastre. Tenía una tienda del tamaño de la caseta de un perro y cortaba y cosía chalecos, casacas y otras prendas.
Un día pasó ante su tienda un vendedor de hallva [1]. Lo paró Marashi y le dijo:
-¡Dame un poco de hallva!
Inmediatamente le pesó el vendedor cierta cantidad y se la entregó. Mientras cosía, Marashi vio cómo se posaban siete moscas sobre el pastel. Dejó la aguja, agarró un chale­co y de un solo golpe mató a las siete moscas.
-¡Vaya -se dijo, mira que soy fuerte!
Cogió un cinturón y escribió en él: "De un golpe maté a siete". Se ciñó el cinturón, cerró la tienda y se fue a recorrer mundo. Al llegar ante uno que vendía queso, le dijo:
-¡Buen trabajo!
-¡Bueno sea!
-¿Me pesas un puñado de queso?
Mientras el tendero pesaba el queso por una parte, Ma­rashi le robaba por la otra un pájaro de monte metido en un saquillo y se lo guardaba en el pecho. Después pagó con dinero, cogió el queso y lo guardó en su zurrón.
Camina que camina, sus pasos lo llevaron a un hayedo. A la entrada del bosque se encontró con un dragón.
-¿Y ahora? -se dijo Marashi. Se detuvo y se puso a obser­varlo. Lo escrutaba también el dragón cuidadosamente y le­yó la leyenda escrita en el cinturón: "De un golpe maté a siete".
-Vaya -se dijo el dragón.
-¡Si es capaz de matar a siete de un solo golpe, debe de ser un hombre muy fuerte! Pero no me convence mucho. ¡Vamos a probar!
Marashi era pequeño de estatura y débil en apariencia, pero era astuto.
-¿Quien eres tú y qué haces aquí?- lo interrogó el dra­gón.
-¡Soy más fuerte que el más fuerte! -lo atajó Marashi.
-¡No me digas!
-¡Sí te digo!
-¿Crees que eres más fuerte que yo?
-Sí, más fuerte que tú.
-¡Vamos a ver -dijo el dragón, quien lanza la piedra más alto!
Cogió el dragón una piedra, la lanzó hacia arriba y no volvió a caer a tierra sino pasadas tres horas.
Marashi empezó a sentir miedo, pues no era capaz de tanto. Pero se acordó de que llevaba el pájaro en el pecho y le dijo al dragón:
-Es muy fácil tirar la piedra y que vuelva a caer al suelo, pero ¿eres tú capaz de lanzarla con tanta fuerza como para que no vuelva a caer?
Cogió seguidamente el pájaro y lo arrojó hacia lo alto: como era de esperar, el pájaro echó a volar y no regresó.
-¡Vaya! -dijo para sí el dragón.
-Resulta que es verdade­ramente fuerte, pero voy a probarlo una vez más.
-Escucha -le dijo, tú que eres más fuerte que el más fuerte. ¿Puedes sacar agua de una piedra? ¡Así es como se averigua quién es verdaderamente poderoso!
Agarró el dragón entonces un sillar y lo empezó a apretar entre sus zarpas, y tanto lo apretó que consiguió que goteara agua de él.
Marashi quedó realmente impresionado, pero no se dejó amilanar. Echó cuentas de que llevaba en la bolsa el puñado de queso, lo agarró y le dijo al dragón:
-Sacar agua de una piedra no es nada del otro mundo, ¿eres tú capaz de sacar leche en vez de agua?
Y alzó la mano que sostenía el queso, lo estrujó y empezó a gotear leche.
Quedó atemorizado el dragón y se dijo: "¿Qué voy a ha­cer ahora? Éste es capaz de matarme." Y resolvió enviarlo con sus camaradas. "Son dos contra uno, pensó, espero que puedan con él".
-¿Sabes qué?- le dijo seguidamente a Marashi. 
-Si eres capaz de vencer a mis dos camaradas, que se han quedado en la cueva, estoy dispuesto a que formemos sociedad los dos juntos.
-¡Claro que los venceré! -respondió Marashi, y echó a andar a través del hayedo.
Metió por el camino dos pequeños cantos en su bolsa y continuó andando hacia la cueva. Cuando vio a los dos dra­gones frente a él, se acobardó y a todo correr se encaramó a la copa del haya más alta temblando sin parar.
Llegaron los dragones y se tumbaron a descansar bajo la misma haya en la que se encontraba Marashi. "Como me vean -pensó, -estoy perdido". Mientras intentaba acurru­carse todavía más, una de las piedrecillas que llevaba en la bolsa se salió y rebotando de rama en rama fue a caer justo en la frente de uno de los dragones. Creyó éste que había si­do su compañero quien le había golpeado, ya que no había nadie más por los alrededores, y sin hacer más averiguacio­nes le dio un fuerte golpe a su vez.
-¡Qué te pasa! -le dijo iracundo el otro.
Y le devolvió el golpe. Acto seguido se enzarzaron los dos en una feroz pelea y, después de caer y levantarse varias ve­ces cada uno, acabaron matándose mutuamente.
Bajó Marashi entonces del árbol, se encaminó hacia el gran dragón y le dijo:
-¡Ya he matado a tus compañeros!
-¿Cómo? -se asustó el otro.
-¿Los has matado?
-Sí, están los dos bien muertos.
-Tú eres de los míos -le dijo el dragón temeroso.
-Ven, vamos a la cueva donde yo vivo.
Fueron a la cueva y encontraron a otros siete dragones que se estaban asando un jabalí para cada uno.
-¡Poned a asar otro jabalí para mi amigo! -les dijo el dra­gón grande.
Sin embargo Marashi, sabiendo que no podía comer tan­to como los dragones, les dijo:
-Hoy estoy saciado y no puedo comer más que un pe­queño pedazo -y les señala la cantidad con la mano.
-Dejad el jabalí para mañana y quedad tranquilos. Estoy necesitado de sueño y quiero acostarme cuanto antes.
Comió un buen pedazo de jabalí y se fue al lecho. Desde allí escuchó lo que hablaban entre ellos los dragones:
-¿Qué vamos a hacer con este hombre? De un solo golpe mató a siete y ha podido con dos de los nuestros. En cuanto se quede dormido, lo sujetaremos con unas vigas de hierro.
Empezó Marashi a roncar fingiendo dormir y en cuanto se levantaron los dragones en busca de las vigas de hierro, saltó de la cama y se metió debajo. Echaron vigas y vigas los dragones sobre la cama y, cuando la hubieron cubierto por entero, apareció de pronto Marashi sano y salvo di­ciéndoles:
-¡Vaya, ha debido de picarme una pulga!
No hicieron más que oír aquello los dragones y echaron a correr para alejarse cuanto antes de Marashi. Se perdieron por fin en el hayedo y no se dejaron ver más. Una vez solo, el pequeño Marashi se tumbó a descansar bajo un manzano.
Pasaron los soldados del rey junto a él y leyeron la ins­cripción del cinturón: "De un golpe maté a siete".
-¿Será posible? -dijeron.
-¿Este hombre tan pequeño co­mo un puño, es posible que sea tan fuerte?
Fueron y se lo contaron al rey.
-¡Traédmelo aquí! -ordenó éste.
Partió una columna de soldados, rodearon a Marashi, lo apresaron y lo condujeron ante el rey.
Al verlo el rey le preguntó:
-¿Quién eres tú y a qué te dedicas?
-Yo -respondió Marashi, soy más fuerte que el más fuerte.
-¿Quién es el más fuerte? -le preguntó el rey.
-¡El más fuerte soy yo!
Quedó convencido el rey al fin y le dijo:
-¿Qué es lo que quieres hacer? Si lo deseas puedes ser el primero después de mí. ¿Deseas ser el jefe del ejército o qué quieres que te nombre?
-No quiero ser nada de nada -le respondió Marashi.
-Pero cuando te encuentres en un apuro del que no sepas cómo salir, llámame y yo encontraré el modo de ayudarte.
-Tú te quedarás conmigo -le atajó el rey.
-Te daré a mi hija por esposa y cuanta riqueza me pidas.
Y se casó Marashi con la hija del rey.
Marashi tenía un defecto y es que hablaba en sueños. Cuando se quedó dormido, le oyó la hija del rey que decía: ¡Dame esa aguja! ¡Dame esas tijeras! ¡Dame ese chaleco! Se asustó entonces la novia y fue a decirle al rey:
-Yo no quiero a ese hombre por esposo. Habla en sueños y por lo que he oído parece que es sastre, porque no hace más que hablar de agujas y chalecos. Me has dado a un mal hombre por marido, yo quiero un hombre verdaderamente fuerte.
-Qué puedo hacer yo, qué puedo hacer -se decía el rey. Ya que habían resuelto no emparentar con Marashi, resol­vieron enviarlo a cazar toros salvajes, pensando que lo mata­ría uno y así conseguirían deshacerse de él.
Había un bosque muy grande donde no osaba entrar na­die, pues habitaba en él un toro berrendo, que tenía un solo cuerno en mitad de la frente.
-¡Marashi! -le llamó el rey.
-¡A tus órdenes!
-¿Serías capaz de matar a un toro salvaje que ha invadido nuestro bosque?
-Sí -respondió al momento Marashi, claro que lo ma­taré, basta con que me des una cuerda y una espada.
Cogió la cuerda y la espada y marchó al bosque. Al verlo el toro comenzó a seguirlo por el hayedo. Marashi avanzaba y se escondía unas veces tras un haya, otras tras otra, hasta que el toro embistió y, creyendo que podría cornear a Ma­rashi, clavó el cuerno en el tronco de una haya y quedó allí aprisionado sin poderse revolver. Marashi entonces le ató las patas para que no pudiera moverse y después lo golpeó con la espada y lo mató. Le cortó la cabeza y se la entregó al rey diciendo:
-¡Aquí tienes, ya he matado a tu toro!
Quedó sorprendido el rey y fue a hablar con su hija:
-¡Te he dado por esposo al hombre más fuerte que tengo en el reino! ¡No me vuelvas a hablar mal de él!
Aquella noche la hija del rey volvió a oír a Marashi mien­tras hablaba en sueños: "Dame esa aguja. Dame esas tijeras. Dame ese chaleco". Volvió a enfadarse entonces la novia y fue a decirle a su padre:
-No, tú no me has dado un hombre fuerte, me has dado un sastre, toda la noche no hace más que repetir: "Dame esa aguja. Dame esas tijeras. Dame ese chaleco." No vuelvo a dormir con él.
-¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer con este Marashi?­se decía el rey.
-Voy a mandarle a cazar el jabalí, a ver si se lo come.
-¡Marashi! -le llamó el rey.
-A tus órdenes.
-Hay un jabalí que no deja crecer nada en los campos ni en los huertos. ¿Podrías atraparlo tú?
-Lo atraparé -respondió Marashi.
Partió y entró en el bosque donde se encontraba el jabalí. Lo vio éste y se fue tras él. Marashi caminaba y el jabalí iba detrás. Lo fue sacando entonces del bosque, lo llevó por los
sembrados y poco a poco lo condujo hasta una casa en rui­nas con una sola puerta. Entró Marashi y el jabalí detrás. Rápidamente cerró el joven la puerta, saltó por la ventana y de este modo atrapó al jabalí.
Fue ante el rey y le dijo:
-He atrapado al jabalí, si quieres verlo, lo tienes encerra­do en aquella casa en ruinas.
Una vez más quedó sorprendido el rey, llamó a su hija y le dijo:
-Ahora ya no puedes reprocharme nada. Te he dado al hombre más fuerte que existe sobre la faz de la tierra.
Otra vez yació la novia con Marashi y durante la noche le oyó que decía en sueños: "Dame esa aguja. Dame esas ti­jeras. Dame ese chaleco." Harta ya la muchacha, le dijo a su padre:
-¡Puedes matarme o colgarme si quieres, pero yo no me acuesto más con un hombre que se pasa la noche entera di­ciendo esas cosas!
-¿Qué voy a hacer yo ahora, qué voy a hacer? -se decía el rey desesperado para sus adentros.
Recibió entonces una carta de otro rey vecino, en la que le decía: "Hemos oído decir que tienes en tu reino a un hombre fuerte y sabio que no tiene par en lugar alguno. ¡Envíamelo enseguida, quiero saber qué traman mis hijas por las noches!"
Aquel rey tenía tres hijas y estaba empeñado en averiguar a toda costa a qué se dedicaban por las noches. Había pro­metido grandes riquezas a quien lo descubriera, pero nadie lo había conseguido, y a todos los que lo habían intentado los había acabado colgando.
Llamó el rey a Marashi y le dijo:
-¡Marashi!
-A tus órdenes.
-Un rey muy poderoso me ha enviado recado diciendo que quiere que averigües a qué se dedican sus hijas por las noches. Si lo consigues, te dejará el reino y te colocará en su propio trono; si no lo consigues, te colgará como a todos los demás.
-Iré -le respondió Marashi.
-Y si me cuelga, qué mas da. Será que por fin ha llegado mi día.
Se presentó Marashi ante aquel rey y le dijo:
-Yo averiguaré lo que hacen tus tres hijas por las noches, pero debes dejarme pasar una noche en la estancia donde ellas duermen.
Le agradaron al rey estas palabras, cogió a Marashi y lo condujo junto a sus hijas, a las que dijo:
-Dejad a este hombre que duerma hoy en vuestra habita­ción.
Acogieron las jóvenes a Marashi y le dieron a beber la hierba del sueño, tal como habían hecho con todos los demás. Pero Marashi lo advirtió y retuvo en la boca el contenido del vaso, lo derramó por su pecho simulando haberlo bebido y, para engañarlas aún mejor, comenzó a tambalearse de un lado a otro hasta quedar tendido en el suelo.
-¡Ya está listo éste también! -dijeron las muchachas.
Lo alzaron y lo echaron sobre la cama, creyendo que dor­mía. Después apartaron una tela roja que colgaba en cierto rincón de la estancia y, a través de un orificio abierto en el muro, llegaron una tras otra hasta la orilla del mar. Marashi las siguió a través de la abertura y salió también él al borde del mar. Las muchachas subieron a una barca y Marashi co­rrió tras ellas y se ocultó bajo la quilla. De este modo atra­vesaron el mar negro.
Al otro lado del mar todo era de oro: las espigas de trigo, las manzanas, las flores, todo de oro. Oculto tras unos ma­torrales, Marashi vio como el hijo de un rey llegaba al prado donde esperaban las muchachas y se ponía a jugar, a saltar y a cantar con ellas. Ya tarde, al despuntar el día, dijo la ma­yor a sus hermanas:
-Rápido, regresemos, no vaya a despertarse el pequeño Marashi y al no encontrarnos se lo diga al rey.
Echaron a correr hacia la barca y Marashi fue tras ellas, pero antes de entrar en el mar se dijo: "Voy a cortar una es­piga y una manzana, tal vez me resulten útiles." Cogió una espiga y una manza-na y se las guardó en el pecho. Encontró en el suelo la caperuza del hijo del rey y también la recogió. Cruzó el mar sin ser advertido por nadie, se apresuró para llegar el primero a la estancia de las muchachas y a toda pri­sa se introdujo en el lecho.
Al día siguiente el rey lo hizo llamar y le preguntó:
-¿Conseguiste enterarte de algo?
-Sí, lo sé todo -le respondió.
Y a continuación le refirió con todo detalle lo que había presenciado.
-¡No puede ser! -le replicó el rey.
-Si no me crees -le atajó Marashi, aquí tienes una man­zana y una espiga de las que crecen al otro lado del mar ne­gro.
El rey había visto aquella clase de espigas y de manzanas en los arcones de sus hijas.
-¡De modo que se las has robado a mis hijas!- lo acusó indignado.
-No, yo no les he robado nada- le respondió Marashi. 
-Pero si no te fías de mis palabras, aquí tienes esta prueba.
Y le mostró la caperuza del hijo del rey con el emblema real en ella.
-¡Lo has conseguido realmente! -exclamó entonces el rey.
-Yo ya no tengo por qué permanecer más tiempo aquí, eres tú quien debe ocupar mi lugar.
Y el pequeño Marashi se convirtió en rey y edificó casti­llos y palacios y a partir de entonces su mujer aceptó yacer con él.

110. anonimo (albania)


[1] Hallva, especie de dulce oriental, hecho de harina tostada, mantequilla y azúcar.

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