Esto eran
dos ancianos que no habían tenido descendencia y siempre le rogaban a san
Pedro que les diera una hija. Al fin, compadecido, les dio Dios una hija y san
Pedro bajó a verlos y le hicieron padrino de la niña. Y le pusieron de
nombre Pedro, como el padrino.
Cuando la
chica se hizo moza, murió el padre y tuvo que ponerse a servir. La madre no
sabía cómo vestirla, pues no la vestían de mujer porque no pegaba con el
nombre que le habían puesto. Así que, al final, la vistió de hombre y la envió
a servir.
A poco de
salir de su casa, le salió san Pedro al encuentro y la acompañó hasta un
palacio a cuya puerta la
dejó. Conque ella llamó a la puerta y le abrió una criada.
Pedro preguntó si necesitaban un criado y la muchacha la subió a donde estaba la reina. Y como le gustó a
la reina, pues la cogieron de criado.
Pasado un
tiempo, el rey tuvo que irse a la guerra. Mientras el rey estaba guerreando, la
reina se enamoró de Pedro, creyendo que era muchacho. Una noche fue tres veces
a la cama de Pedro a buscarle, pero ésta le dijo que no podía ser, porque ella
era la reina y él solamente un criado. Entonces la reina mandó mensaje al rey
de que volviera pronto, que necesitaba varón. Vino el rey en seguida y ella le
dijo:
‑Hay que
matar a Pedro. Tres veces vino a mi cama y has de matarlo.
Conque el
rey mandó llamar a Pedro y le dijo que lo tenía condenado a muerte. Pero, como
le disgustaba cumplirlo, porque le agradaba el muchacho, anunció que le
perdonaría si le traía un anillo que se le había caído al mar cuando venía de
regreso. Pedro estaba desconsolado, porque sabía que era imposible cumplir el
mandato, pero en éstas se le apareció san Pedro y le preguntó por qué se
desconsolaba así. Pedro se lo contó y su padrino le dijo:
‑Toma
este silbato que te doy, vete a la orilla del mar, lo tocas tres veces y un pez
te traerá el anillo en la boca.
Así lo
hizo Pedro y, en seguida, apareció un pez con el anillo en la boca. Entonces
volvió corriendo a palacio y le entregó el anillo al rey. Pero la reina
insistió en que había que matarlo, y entonces le dijo el rey:
‑Si no
quieres que te mande matar, tienes que traerme a una hija muda que me robaron
unos ladrones.
Pedro se
fue toda triste a ver si daba otra vez con san Pedro. Le salió éste al
encuentro y le preguntó por qué estaba triste de nuevo. Le contó Pedro lo que
le pasaba y su padrino le dijo entonces:
‑No te
apures por eso. Ve a casa de los ladrones y te pones a la puerta. Cuando den
las doce, las puertas se abrirán y se cerrarán al repetirse los sones. Tú
entra, coges a la hija muda del rey y sales antes de la repetición. Así lo
hizo Pedro. Se puso a la puerta, esperó a que diera la hora, entró a escape,
cogió a la princesa muda y salió justo antes de que diera la repetición. Y al
cerrarse las puertas la muda dio un grito, en el camino dio otro grito y, al
entrar en palacio, otro.
Llegó
Pedro con la princesa muda y se la entregó a la reina, pero la reina dijo que
no, que tenían que matarle. El rey lo pensó y luego dijo que si esa noche el
muchacho era capaz de dividir tres fanegas de trigo, tres de cebada y tres de
centeno, que estaban todas mezcladas en la misma habitación, que le perdonaría
la vida.
Esta vez
Pedro se echó a llorar viendo lo imposible del encargo. Volvió san Pedro y al
verla así, le preguntó por qué lloraba. Pedro se lo explicó y san Pedro le
dijo:
‑Pide que
te den un sillón para la habitación donde te vayan a encerrar y te echas a
dormir sin cuidado.
Así lo
hizo Pedro. Pidió el sillón y lo llevó a la habitación donde lo iban a encerrar
con las tres fanegas de trigo, las tres de cebada y las tres de centeno. Y en
cuanto lo encerraron, se echó a dormir.
La reina,
que no las tenía todas consigo, se asomó a la una de la mañana a ver qué hacía
Pedro y se puso muy contenta porque vio que aún no había empezado. Volvió a
las tres y se puso aún más contenta porque vio a Pedro que dormía en el sillón.
Y cuando dieron las seis fue con el rey a la habitación y vieron con asombro
que todo el grano estaba ya dividido y Pedro los aguardaba sentado en el
sillón.
Pero la
reina, que estaba rabiosa, dijo que aquello no podía ser, que tenían que
matarle de una vez y que él mismo tendría que ponerse la soga al cuello para
que lo ahorcaran.
Subió
Pedro a la horca y, al ponerse la soga al cuello, vio que san Pedro estaba a su
lado y le dijo:
‑Padrino, esta vez sí que no me
salvo.
Y le dijo san Pedro:
‑No temas, que nada te pasará.
Conque se
puso el verdugo a un lado y al otro el rey y la reina con la princesa muda y
Pedro pidió que le dejaran hacer tres preguntas antes de morir. El rey
consintió y Pedro le dijo a la muda:
‑Di, Ana,
¿por qué diste un grito al salir de la casa donde te tenían guardada los
ladrones?
Todos quedaron en suspenso y
Ana, la muda, dijo:
‑Porque mi madre bajó tres veces
a tu cama.
Y volvió a preguntar Pedro:
‑Di, Ana, ¿por qué diste un
grito a la mitad del camino?
La muda contestó:
‑Porque san Pedro es tu padrino.
Y Pedro preguntó por tercera
vez:
‑Di, Ana, ¿por qué diste otro
grito al entrar en el palacio?
Contestó la muda:
‑Porque eres mujer y no hombre.
Y todos
los que allí estaban quedaron asombrados y sin habla por lo que acababan de
presenciar. Y después del asombro, el rey mandó prender a la reina y la
desterró a un castillo lejano. Y más tarde se casó con Pedro, que era una
muchacha muy hermosa que le hizo muy feliz.
Y todos
ellos se quedaron viviendo allí, Y a mí me enviaron para que te lo contara a
ti.
003. anonimo (españa)
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