Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 26 de julio de 2012

El huésped del muerto


Antiguamente, cuando se invitaba a alguien a un festín se le solía obsequiar antes con un panecillo. En cierta ocasión, un hombre decidió invitar a su ca­sa a diez personas; y así le entregó a su hijo diez pa­nes para que los llevara a cada uno de los diez invitados. El joven repartió nueve, pero el décimo no pudo entregarlo porque había olvidado la dirección de su destina­tario. Temiendo por ello que su padre le castigara, no sabía qué hacer. Se dirigió entonces al cementerio, colocó el pan sobre una de las tumbas y dijo, como si pretendiera hablar con el muerto allí enterrado:
-Es voluntad de Dios que esta tarde vayas como invitado a nuestro banquete.
Regresó a su casa y le dijo a su padre:
-Padre, ya he invitado a todos. Le he entregado a cada uno su pan.
Cuando todo estuvo dispuesto, el padre fue recibiendo a sus invitados uno tras otro. Los nueve primeros se conocían entre ellos y él los reconoció igualmente. Pero el décimo le era desconocido y nadie parecía conocerlo tampoco. Sin embargo, ninguno de los allí presentes le interrogó acerca de su identidad. Cuando el banquete hubo acabado, el fo­rastero se excusó y dijo que debía ausentarse, a lo que el an­fitrión y los demás invitados respondieron deseándole un feliz viaje.
El hombre lo acompañó hasta la valla del jardín y se des­pidió de él diciéndole: "Buen viaje".
Pero a aquello el huésped contestó:
-Es voluntad de Dios que vengas como invitado a mi ca­sa mañana por la tarde.
Lleno de asombro, el dueño de la casa regresó al lugar en que se encontraban el resto de los invitados, y éstos le pre­guntaron:
-¿Conocías tú a ese hombre?
Él les respondió:
-No, no lo conocía; y además estoy sumido en gran per­plejidad, porque me ha invitado a ir a su casa mañana por la tarde, y no sé cómo se llama ni dónde vive.
Uno de los asistentes, de edad avanzada, le sugirió:
-Llama a tu hijo y pregúntale dónde lo encontró y cómo es que le entregó a ese hombre uno de los diez panes.
El joven se atemorizó mucho al ser interrogado y se echó a llorar. Pero los invitados de su padre lo tranquilizaron di­ciendo:
-No tienes nada que temer. Dinos tan sólo a quiénes en­tregaste los panes que debías repartir; eso es todo.
Entonces el muchacho les explicó que había invitado a los nueve presentes.
-Pero en cuanto al décimo -añadió, se me olvidó su di­rección. Por temor al castigo no me atrevía a volver a casa y presentarme ante mi padre sin haber cumplido su encargo, por eso decidí ir al cementerio y colocar el último pan sobre una tumba, ante la cual pronuncié estas palabras: Aquí está el pan. Es voluntad de Dios que vayas esta tarde a nuestro banquete como invitado.
Su padre y los invitados se dieron cuenta al punto de que el forastero había acudido directamente desde su tumba. Entonces el padre le dijo al joven:
-Ven conmigo y muéstrame la tumba donde dejaste el pan.
Y el muchacho hizo lo que su padre le había ordenado. Al llegar la hora del nuevo banquete, el padre se presentó ante la tumba, llamó al muerto, abrióse la lápida y él pene­tró en su interior. El muerto ya tenía preparados los manja­res. Se acomodaron los dos y el huésped comenzó a obser­varlo todo a su alrededor. De pronto, en un rincón, distin­guió una comadreja y una gata y, extrañado, le dijo al muerto:
-Todo está muy bien, pero no comprendo qué hacen ahí esos dos animales.
-La comadreja es mi madre y la gata es mi mujer -aclaró el muerto.
-Se han convertido en animales porque en el otro mundo se negaban siempre a recibir huéspedes.
El invitado le dijo entonces al muerto:
-¿Y no podríamos rogar a Dios para que vuelvan a tomar la forma que tenían en el mundo de los vivos?
-Sí, es posible -le explicó el muerto.
-Pero ¿de qué servi­ría? Nos estarían importunando continua-mente.
El huésped insistió:
-Pese a todo, mantengo mi propuesta. Déjame que yo se lo pida a Dios, tú limítate a decir Amén.
Así que acabaron el rezo, la comadreja y la gata recobra­ron la apariencia de mujeres e inmediatamente increparon al muerto:
-¿Qué ha venido a hacer aquí este viejo? ¿Es que no nos podéis dejar tranquilas ni siquiera aquí?
Ante lo cual, el muerto se dirigió a su huésped:
-Ya te advertí que no convenía devolverles su aspecto hu­mano. Ahora seré yo quien ruegue a Dios para que vuelvan a convertirse nuevamente en animales, tú sólamente dirás Amén.
El invitado se disculpó entonces diciendo que le permi­tiera retirarse y regresar a casa, a lo que el muerto accedió, acompañán-dolo a la salida.
Una vez fuera de la tumba se encontró con que todo a su alrededor había cambiado: las casas, los caminos, todo. Se encaminó hacia su antiguo hogar y encontró allí a un joven al cual preguntó:
-¿Cómo se llama tu padre?
El muchacho respondió:
-Mi padre se llama Ayet.
-¿Y el padre de Ayet, cómo se llama?
-Se llama Heten.
-¿Y el de Heten?
-Beran.
Y el huésped del muerto siguió inquiriendo:
-¿Se sabe algo acerca de Beran?
-Los más ancianos dicen que hace cien años un muerto le invitó a un festín dentro de su tumba y desde entonces no ha regresado.
-Yo soy Beran, contestó él, y no he pasado más que una noche como invitado del muerto.
De esta manera las gentes vinieron a saber que una noche en el mundo de los muertos equivale a un siglo en el de los vivos.

110. anonimo (albania)

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