Había una vez un rey que
era viudo y tenía tres hijos. En las cercanías de su reino había una reina,
viuda como él, que tenía una hija, hermosa como una flor. Ocurrió que el rey
viudo se casó con la reina viuda, y la reina viuda fue a vivir con su única
hija al palacio del rey. No es de extrañar que, al poco tiempo, los hijos del
rey se enamorasen de la muchacha hermosa como una flor y quisiesen los tres a
la vez casarse con ella.
Un día fueron a hablar
con su padre y le dijeron:
-Padre, los tres nos
hemos enamorado de nuestra hermosa hermanastra. Ya que sólo uno de los tres
puede ser su marido, te rogamos que seas tú el que decida quién ha de ser su
marido.
Al escuchar estas
palabras, dijo el rey:
-Hijos míos, ¿cómo puedo
decidir yo algo semejante? Os hago esta propuesta: salid a correr mundo, y
aquel que me traiga la cosa más preciosa que existe bajo el sol recibirá como
premio la mano de la princesa.
Los tres príncipes
salieron en busca de la cosa más preciosa del mundo. En la primera encrucijada
se separaron y cada uno escogió su camino.
Pasado algún tiempo, el
primer príncipe llegó a una gran ciudad y comenzó enseguida a preguntar dónde
podría encontrar algo precioso. Pasó por todos los mercados, buscó en todas las
tiendas, y ya estaba a punto de emprender el regreso cuando encontró una
hermosa alfombra en la tienda de un viejo mercader. Era una alfombra mágica. Si
alguien se sentaba sobre ella y pulsaba un muelle secreto, la alfombra se
elevaba por el aire y volaba hacia donde su dueño quería. El príncipe le
preguntó en el acto al mercader:
-¿Cuánto pides por esta
alfombra?
-Mil cequíes de oro
-respondió el mercader.
Y el príncipe contó el
dinero que llevaba en su talega, se sentó sobre la alfombra, oprimió el muelle
y voló hacia el palacio de su padre.
Mientras tanto, el
segundo príncipe había llegado a un pueblo, donde encontró a un hombre que
poseía un catalejo mágico. Mirando por aquel catalejo, podía verse al instante
todo lo que se deseaba.
Mientras miraba por el
catalejo, el príncipe pensó en su hermano mayor y en el acto lo vio volando
hacia el palacio en la alfombra mágica.
-¿Cuánto pides por este
catalejo? -le preguntó el príncipe al mercader.
-Me sentiría satisfecho
con mil cequíes de oro.
El príncipe le pagó los
mil cequíes de oro y se dirigió hacia palacio con el catalejo en su talega.
Mientras tanto, el tercer
hermano había llegado a una pequeña ciudad donde vivía un anciano que vendía
manzanas en la plaza del mercado y gritaba:
-¡Hermosas manzanas,
manzanas mágicas!
El príncipe se acercó al
anciano y le preguntó:
-Dígame, señor, ¿qué
tienen de mágico estas manzanas?
-Si uno sostiene una de
estas manzanas y aspira su aroma, se curará de cualquier enfermedad -respondió
el hombre.
-Querría comprar una
-dijo el príncipe.
-Te la vendo por mil
cequíes de oro.
El príncipe pagó los mil
cequíes de oro y se dirigió a palacio con la manzana milagrosa en la talega.
Mientras tanto el segundo
hermano, que había visto al hermano mayor volar a palacio en la alfombra
mágica, lo siguió a caballo y, cuando estuvo junto a él, le preguntó:
-Hola, hermano, ¿sabes
dónde está nuestro hermano menor?
-No, no lo sé -le
respondió volando más bajo.
-Entonces mira por mi
catalejo -dijo extendiéndole su preciosa compra.
El hermano mayor miró por
el catalejo y vio al menor caminando hacia palacio. Invitó a su segundo
hermano a subir a la alfombra, pulsó el muelle secreto y en un santiamén
alcanzaron al hermano menor. Entonces los tres continuaron el viaje hacia el
palacio en la alfombra mágica.
Poco tiempo después, el
más joven cogió el catalejo, lo acercó a sus ojos y exclamó:
-¡Cielos! ¿Qué veo? No me
atrevo siquiera a decirlo.
-¿Qué ves? -preguntó el
mayor cogiendo el catalejo.
Y, mirando por el catalejo
mágico, comenzó también él a suspirar:
-¡Cielos! ¿Qué veo?
El segundo hermano miró
también por el catalejo y vio que su amada princesa yacía en su lecho, enferma
de un mal incurable
-Vayamos a palacio
deprisa -exclamó entonces el más joven-. Yo puedo curarla.
La alfombra aceleró su
vuelo y, en un abrir y cerrar de ojos, los tres llegaron a palacio. El menor de
los hermanos corrió hacia la cámara de la princesa, ya a punto de exhalar el
último suspiro, y le dio a oler la manzana mágica. Al instante, la princesa se
curó de su enfermedad.
Los tres hermanos se
reunieron entonces con el rey y le mostraron las cosas preciosas que habían
encontrado.
-La princesa será, sin
lugar a dudas, mi esposa -dijo el príncipe más joven, puesto que la he curado
con mi manzana mágica.
-No -replicó el segundo-,
porque sin mi catalejo nunca te habrías enterado de su enfermedad.
-Pero si no hubiese sido
por mi alfombra mágica -intervino el mayor de los tres- no habríamos llegado a
tiempo.
El rey se quedó un rato
pensando y, finalmente, dijo:
-Hijos míos, creo que el
catalejo ha sido la ayuda más valiosa. Por ello el segundo de vosotros merece
la mano de la princesa.
Los hermanos aceptaron la
decisión del rey y acudieron a comunicársela a la princesa. Pero la hermosa
princesa no estuvo de acuerdo.
-Yo creo que la manzana
mágica ha sido la ayuda más valiosa. Además, como siempre he preferido al más
joven de los príncipes, me casaré con él.
Y así la princesa se casó
con el más joven de los tres príncipes. Pero ¿por qué nunca había expresado en
voz alta su preferencia? Porque, de otra manera, los tres príncipes no se
habrían echado al mundo y nosotros no habríamos podido contar esta historia.
003. anonimo (españa)
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