Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 26 de julio de 2012

La gaita que hacia bailar a todos

Había un hombre que tenía tres hijos. Los dos mayores eran de lo más listos y siempre estaban haciendo burla del pequeño. Un día dijo el padre:
‑Ya que este hijo mío no sirve para nada, que todo el día le están haciendo burla, voy a ponerlo de pastor a ver si se espabila.
El chico se hizo pastor y ya llevaba un año guardando cabras cuando un día se encontró con una vieja que le dijo:
‑Muchacho, ¿qué haces tú aquí, siempre guardando las cabras?
Y le dijo el chico:
‑Pues nada, que mis hermanos se ríen de mí y mi padre me puso de pastor.
‑Y ¿qué tal te va de pastor? ‑preguntó la vieja‑. ¿Tienes buen amo y buena comida?
‑No me quejo, señora ‑contestó el chico‑, que el amo es bueno y la comida también.
Entonces lo dijo la vieja:
‑¿Así que estás contento? ¿No echas nada en falta?
Y le contestó el chico:
‑Pues sí que me gustaría tener una gaita, para entretenerme.
La vieja sonrió y de entre los bultos que llevaba sacó una gaita y se la regaló.
El chico, apenas se hubo ido la vieja, empezó a tocar la gaita y, de inmediato, todas las cabras comenzaron a bailar. Y cuanto más tocaba, más bailaban y más a gusto las cabras. Y así ocurrió un día tras otro: que él tocaba la gaita y las cabras bailaban hasta caer rendidas. Y sus cabras estaban siempre bien gordas y contentas y, con tan buena disposición, daban mucha más leche que antes.
Los demás pastores, que veían lo gordas que estaban las cabras del chico, se preguntaban qué hacía para tenerlas siempre con tan buena apariencia. Hasta que descubrieron que las cabras bailaban al son de la gaita y se lo fueron a decir al amo del muchacho, pero el amo no se lo quiso creer.
Conque se fue a donde estaba el chico con las cabras y le dijo:
‑A ver, ¿por qué están las cabras todas echadas en vez de estar triscando como las de los otros pastores?
Y le dijo el chico:
‑Porque están descansando.
Y dijo el amo:
‑Entonces ¿es verdad que las cabras bailan?
‑Sí, señor ‑respondió el chico‑. Bailan en cuanto yo les toco la gaita.
‑Pues eso lo tengo yo que ver ‑dijo el amo.
El chico se puso a tocar la gaita y todas las cabras se levantaron y empezaron a bailar contentas. También bailó el pastor. Todos baila-ban tan a gusto que el amo empezó a bailar también; así estuvieron hasta que el chico se aburrió de tocar la gaita, se echó a descansar, y lo mismo hicieron las cabras y el amo.
Conque fue el amo a su casa y se lo dijo a su mujer. Y ella le contestó:
‑¿Dónde se ha visto que las cabras bailen?
‑Pues anda a verlo ‑le dijo su marido, que bailan las cabras y yo mismo también bailé.
‑Eso lo tengo yo que ver ‑dijo la mujer.
Llegó la mujer a donde estaba el pastor con las cabras y le dijo que tocara la gaita. En cuanto comenzó a tocar, se levantaron las cabras y se pusieron a bailar y, en seguida, la mujer del amo se puso a bailar también y así estuvieron hasta que el pastor se aburrió de tocar y todos se tumbaron a descansar del baile.
Cuando la mujer llegó a su casa, le dijo su marido:
‑¿Qué? ¿Han bailado las cabras?
‑Han bailado las cabras y yo con ellas ‑contestóla mujer‑. Cuando ese pastor toca la gaita, todos tienen que bailar.
‑Ya te lo decía yo.
Como aquello les parecía muy raro, decidieron despedir al pastor. Cuando el pastor se fue, las cabras fueron enflaqueciendo todas y dejaron de dar le­che, y se fueron muriendo todas de tristeza.
Mientras tanto, el joven pastor volvió a su casa y contó lo que le había pa­sado, y sus dos hermanos se estuvieron riendo de él hasta hartarse. Entonces el padre dijo:
‑Como este muchacho no sirve ni para pastor, vosotros tendréis que tra­bajar para vivir, que yo solo no puedo mantener la casa.
Al día siguiente, el padre mandó al hermano mayor a vender manzanas al pueblo. En el camino, el hermano mayor se encontró a una vieja que le pre­guntó:
‑¿Qué llevas en el saco?
Y el mayor le respondió de mala manera:
‑Llevo ratas.
Y dijo la vieja:
‑Pues ratas se te volverán.
Llegó el mayor al pueblo y empezó a pregonar las manzanas; y cuando la gente le pidió verlas, abrió el saco donde las llevaba y salieron decenas de ra­tas del saco; la gente, enfadada, le dio una paliza y el muchacho se volvió a su casa magullado y sin un céntimo.
Al otro día, el padre envió al mediano a vender naranjas. En el camino se encontró a la misma vieja, que le preguntó:
‑¿Qué llevas en el saco?
Y el mediano le respondió de mala manera:
‑Llevo pájaros.
Y dijo la vieja:
‑Pues pájaros se te volverán.
Llegó el mediano al pueblo y empezó a pregonar las naranjas; y cuando fue a abrir el saco, salieron unos pájaros volando y no quedó nada. Y el po­bre se volvió a casa todo desconso-lado.
Entonces el pequeño le dijo al padre:
‑Padre, déjeme a mí ir al pueblo a vender algo.
Los dos hermanos mayores se rieron de él diciendo:
‑¡Qué vas a vender tú, tonto, si no hemos vendido nosotros!
Pero el padre le dejó ir y le dio una gran cesta de uvas para vender. En el camino, el chico se encontró a la misma vieja, que le preguntó:
‑¿Qué llevas en el saco?
Y él le respondió:
‑Uvas para vender. ¿Quiere usted unas pocas?
Y la vieja le contestó:
‑No, gracias. Muchas uvas venderás.
Conque llegó el chico al pueblo y empezó a vender las uvas. Y cuantas más vendía, más había en la cesta, de manera que no paraba de vender. Has­ta que, por fin, llenó de dinero uña bolsa que llevaba y se volvió para su casa.
Al otro día, el pequeño salió con su padre a vender aceite y todo el aceite que vendían lo cambiaban por huevos. Cuando volvían a casa con todos los huevos, el chico estaba tan contento que sacó la gaita y empezó a tocarla. Y el padre le dijo:
‑¡Hijo, por Dios, no toques la gaita, que los huevos empezarán a bailar y se romperán todos!
‑No se apure usted, padre ‑decía el chico. Y seguía tocando y todos los huevos iban bailando en las cestas. Y el padre le decía:
‑¡No toques la gaita, hijo, que se romperán los huevos!
Y le contestaba el hijo:
‑No se apure usted, padre, que no se rompen.
Y bailaron los huevos y también el padre y el hijo, porque todos los que la oían bailaban al son de la gaita. Y cuando llegaron a casa, decía el padre:
‑Y ahora ¿cómo nos las arreglaremos para sacar todos estos huevos de las cestas?
Pero el chico volvió a tocar la gaita y los huevos fueron saliendo de las cestas uno detrás de otro y se fueron bailando hasta las alacenas donde tenían que guardarlos. Y cuanto más tocaba, más huevos salían y no se acababan nunca, así que pusieron una tienda de huevos y siempre tenían huevos frescos para vender cada vez que el chico tocaba la gaita. Y vendieron tantos que se hicieron ricos.
Los dos hermanos mayores, entre tanto, no habían vendido nada de lo que llevaron por ahí y volvieron más pobres que nunca. Entonces, le quitaron la gaita al pequeño y salieron a tocarla para ver qué les traía, pero no pasó nada porque la vieja se la había dado al pequeño y sólo a él le hacía caso.

003. anonimo (españa)

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