Pues,
señor, se cuenta que una vez, en una finca en el campo, había un matrimonio
feliz; los dos esposos se querían mucho y vivían holgadamente del producto de
sus tierras, pero no tenían descendencia.
Como esto
les apenaba y el tiempo seguía pasando, un día la mujer se enfadó y dijo:
‑¡Con tal
de tener hijos, no me importaría que fueran ranas o culebras!
Y sucedió
que, a los nueve meses de haber dicho semejante disparate, la mujer dio a luz a
una rana y a una culebrilla. La culebrilla, apenas nació, se fue a un gran lago
que había entre las montañas, pero la rana se quedó y sus padres la criaron con
muchas atenciones y cariño.
Un día
estaba la rana dando saltos por la casa y le dijo su madre:
‑Qué pena
que seas rana, porque no puedes ayudarme en las tareas de la cocina, que me
tienen sofocada, y luego he de llevar la comida a tu padre al campo, que en
todas las otras casas se la llevan las hijas.
Y dijo la
rana, toda animosa:
‑¿Dice
usted que yo no sirvo para llevar la comida a mi padre? Pues vaya poniéndola
usted en la cesta, que ya verá si se la llevo o no.
Y se la
llevó, con lo que estaba la rana de lo más contenta; estaba tan contenta que se
pasó todo el camino de vuelta cantando y la verdad es que cantaba que daba gusto
oírla.
Aquel día
andaba por allí un cazador y en esto oyó cantar a la rana y se fue tras ella,
hechizado por su cantar, y la siguió durante tanto tiempo que llegó con ella
hasta su casa. La madre, que los vio venir por la ventana de la cocina, salió afuera
con la pala de hornear y le dijo al cazador en tono amenazante:
‑Haga
usted el favor de marcharse inmediata-mente, que de mi hija rana no se burla
nadie ‑porque creyó que la seguía para hacer burla de ella. Mas el cazador
volvió al día siguiente con la mejor intención y pidió ver a la rana y se hizo
novio de ella.
El
cazador resulta que era uno de los dos hijos del rey y los dos eran gemelos. El
rey tenía que decidir cuál de los dos hijos habría de ser su sucesor, porque
cuando nacieron nadie se ocupó de anotar quién nació primero de los dos y así
no se podía determinar cuál era el heredero del trono.
Luego de
mucho pensar, resolvió llamar un día a sus dos hijos y proponerles lo
siguiente:
‑Como
bien sabéis que no puedo nombrar heredero por causa natural, he decidido
mandaros una prueba: tenéis que traerme tres cosas excepcionales, en lo que os
han de ayudar vuestras novias, y aquel que traiga las tres mejores, ése será el
heredero del trono.
Y añadió:
‑La
primera cosa que habéis de traerme es un vaso que no tenga par en el mundo.
El que
era novio de la rana se quedó cariacontecido pensando que la novia de su
hermano, que era hija del orfebre mayor del reino, le conseguiría a su hermano
el mejor vaso, porque la rana bien poco podría ayudarle en este trance. Pero de
todas formas fue y le contó a la rana su problema.
Entonces
la rana le dijo que no tuviera cuidado, que ella le conseguiría el vaso. Llamó
al gallo del corral, se montó en él y le dijo que la llevara al lago entre las
montañas. Allá se fue por los aires cabalgando el gallo, que la dejó en la
orilla del lago. Entonces la rana gritó:
‑¡Culebrilla!
¡Hermana!
Al poco,
la culebrilla asomó su cabeza fuera del agua y dijo:
‑¿Quién
me llama?
Y le
contestó la otra:
‑Tu
hermanita la rana.
La
culebrilla se alegró mucho de ver a su hermana y ésta le contó lo que ocurría
con el príncipe y que necesitaba un vaso tan singular y bello que no tuviera
par en el mundo. Entonces la culebrilla se sumergió en el lago y volvió a
aparecer con un vaso hermosísimo, y le dijo:
‑Llévale
éste, que es el vaso donde bebo yo.
La rana
le dio las gracias, se volvió con el vaso y se lo entregó al príncipe. Este lo
llevó corrien-do‑ a palacio y su hermano también entregó el suyo; y el rey se
los quedó y dijo:
‑Ahora
tendréis que traerme un tapiz de seda bordado en oro.
El
príncipe que era novio de la rana se dijo esta vez: «La novia de mi hermano le
dará un tapiz mejor que el mío, porque tiene fama de ser la mejor bordadora del
reino. Pero, en fin, se lo contaré a mi novia de todos modos».
Se fue a
ver a la rana y le contó lo que quería el rey esta vez y la rana le dijo de
nuevo que no se preocupara, que le entregaría el tapiz que quería. Llamó al
gallo del corral, se subió en él y le dijo que la llevara al lago entre las
montañas.
Allá se
fue otra vez por los aires cabalgando el gallo, que la volvió a dejar en la
orilla.
‑¡Culebrilla!
¡Hermana!
‑¿Quién
me llama?
‑Soy yo,
tu hermanita la rana.
‑¿Qué
quieres ahora?
‑Un tapiz
de seda bordado en oro, pero ha de ser tan hermoso que no exista par en el
mundo.
La
culebrilla se sumergió en el lago y reapareció con un tapiz hermosísimo, y le
dijo:
‑Llévale
éste, que es la colcha con la que duermo yo.
La rana
se lo dio al príncipe y éste, muy contento y admirado, se apresuró a llevárselo
a su padre.
Y dijo el
padre:
‑Ésta es
la tercera y última cosa: puesto que tan bien os han ayudado, traed a palacio a
vuestras novias para ver cuál es la más bella.
El pobre
príncipe se quedó desolado, pues sabía que la hija del orfebre era una muchacha
muy bella y su novia, en cambio, era una rana, así que pensó que no se lo
diría; pero también pensó: «Bueno, no me cuesta nada ir a verla y contarle lo
que pasa». De manera que fue y le dijo:
‑¡Ay, mi
pobre novia, que esta vez el rey pide que te lleve a palacio para ver cuál de
las dos novias es la más bella!
Y le dijo
la rana:
‑Entonces,
a mí me abandonarás y ya no me querrás.
Y el
príncipe contestó:
‑No es
verdad, que yo te quiero.
Y ella
preguntó: .
‑¿Me
quieres para casarte conmigo?
Y
contestó él:
‑Sí, para
casarme contigo.
‑Pues
vete a la orilla del lago entre las montañas y espérame allí.
Apenas se
hubo ido el príncipe, la rana montó en el gallo y se fue volando hasta la
orilla del lago, antes de que el príncipe llegara. Y fue y llamó a su hermana:
‑¡Culebrilla!
¡Hermana!
‑¿Quién
me llama?
‑Tu
hermanita, la rana.
‑¿Qué
quieres ahora?
‑Un coche
con cuatro caballos, el más elegante y lujoso que haya, que tengo que ir a
palacio con mi novio el príncipe y quiero, además, que nos acompañes.
De
inmediato surgió del agua un coche tirado por cuatro caballos blancos con
guarnición de plata y el coche era blanco de marfil. Y en esto llegó el
príncipe, que se quedó admirado de aquel portento; y la rana y la culebrilla
subieron al coche y el príncipe las precedía camino de palacio.
Cuando
llegaron al palacio, todo el mundo estaba allí esperando y, al entrar en la
avenida que conducía al palacio, la rana dejó caer su pañuelo fuera. El
príncipe saltó de su caballo y se bajó a recogerlo, y cuando se acercó a la
rana para devolvérselo vio con asombro que dentro del coche había una muchacha
bellísima.
Y la
muchacha le dijo:
‑No te
asombres, que yo, al nacer, me convertí en rana por una maldición que cayó
sobre mi madre y no podía salir de ese estado hasta que encontrara a un hombre
que quisiera casarse conmigo. Ahora lo he encontrado y vuelvo a mi verdadero
ser y mi nombre es María.
Toda la
corte se quedó admirada al ver llegar un coche tan lujoso y aún se admiró más
al contemplar la belleza de la
novia. Y el rey ofreció un banquete a todos los presentes,
antes de que deliberaran sobre cuál de los dos hermanos había cumplido mejor
con la prueba impuesta.
Entonces
el otro hermano le dijo a su novia, la hija del orfebre mayor:
‑Tú haz
todo lo que haga la novia de mi hermano ‑pues así se aseguraba de que ninguna
sobresalía sobre la otra en este trance.
Comenzó
el banquete y, de cada plato que servían, María echaba una cucharada en un
cuenco que tenía sobre su regazo; la hija del platero, que lo vio, hizo lo
mismo. Al término del banquete, María tomó la comida que había apartado en el
cuenco y la echó a puñados sobre el rey y los invitados, sólo que los puñados
de comida se convirtieron en flores de todos los colores, que caían sobre
ellos.
Al ver
esto, la hija del orfebre se levantó e hizo lo mismo, pero la comida no se
convirtió en flores y puso a todos los invitados pringando.
Por fin,
el rey pidió a la corte que diera su parecer sobre las tres cosas que había
traído cada hermano y todos decidieron que las más singulares y preciosas eran
las que habían traído el novio de María. Y el rey le nombró su heredero y al
cabo de una semana el príncipe y María se casaron ante la satisfacción de
todos. Y al día siguiente se casó el otro hermano con la hija del orfebre mayor
y todos vivieron felices y el rey con ellos.
Y la
culebrilla, en vista de que todo había salido tan bien, le dejó a su hermana
como regalo de boda el vaso y el tapiz y se dio media vuelta y se volvió al
lago con el coche. Y dicen que allí vive todavía, esperando que, como le ocurrió
a su hermana, un hombre quiera casarse con ella.
Y ya no
cuento más, pues aún tengo de ir al lago para ver si es verdad.
003. anonimo (españa)
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