Érase
una vez un rey que sólo tenía una hija. Los reyes y la princesa solían pasear
por los alrededores del palacio casi todas las tardes y en uno de sus paseos se
encontraron con una gitana que se ofreció a leerle la buenaventura a la
princesa. Los tres aceptaron, divertidos por la ocurrencia, pero la gitana,
después de mirar la mano de la princesa, les advirtió que se cuidaran mucho del
día en que cumpliera los dieciocho años porque ese día sería asesinada.
Los
reyes, a medida que la princesa cumplía años, se iban inquietando al recordar
la profecía de la gitana y tan grande llegó a ser su preocupación que
resolvieron enviar a la princesa a un castillo que tenían y que estaba en lo
más oculto del bosque y la pusieron al cuidado de un ama que tenía una hija de
la misma edad que la princesa.
Allí
vivieron las tres tan contentas y sin preocupaciones y fue pasando el tiempo
hasta que se acercó la fecha en que la princesa debía cumplir los dieciocho
años. Un día estaba la princesa asomada a una ventana del castillo cuando vio
que de una cueva no lejana que desde allí se divisaba salían cuatro hombres y
decidió averiguar qué hacían allí. Conque, ni corta ni perezosa, porque era una
muchacha traviesa y desenvuelta y un poco cabeza loca, buscó una cuerda, se
descolgó de la ventana al suelo y se encaminó a la cueva.
Una
vez que entró en ella, vio que sólo había un muchacho que estaba cocinando; la
cueva era una cueva de ladrones y el muchacho que estaba cocinando era el hijo
del capitán; entonces esperó a que el muchacho saliera y tiró toda la comida
que había preparado al suelo, por travesura, puso patas arriba todo lo que
había en la cueva y se volvió al castillo.
Al
día siguiente, uno de los ladrones, visto lo que había sucedido, se quedó en la
cueva al acecho.
A
todo esto, la princesa le contó a la hija del ama lo sucedido y determinaron
acudir a la cueva las dos juntas, pero le encargó que no dijera nada a su madre
de cuanto le había contado.
Conque
llegaron la princesa y la hija del ama a la cueva y el ladrón las estaba
esperando; las recibió muy cordialmente y se ofreció a enseñar-les toda la
cueva. La princesa sospechó en seguida que el ladrón llevaba malas intenciones
y le dijo:
-Con
gusto, pero antes vamos a poner la mesa y a probar ese guiso que tenéis ahí.
El
ladrón se entretuvo en poner la mesa el tiempo suficiente para que ellas
escaparan y volvieran corriendo al castillo. Y así el ladrón quedó burlado.
En
vista de lo cual, al otro día decidió quedarse en la cueva el capitán de los
ladrones. Llegó la princesa sola y el capitán la atendió con gran finura y le
propuso enseñarle toda la cueva hasta lo más escondido, donde guardaban sus
tesoros, pero ella, que sospechó sus intenciones, le dijo:
-Luego
lo veremos, pues ahora lo que quiero es mostrarte yo mi castillo.
El
capitán se dijo que ésa sería una buena ocasión de conocer el castillo para
poder volver más adelante a robar en él y decidió acompañar-la. Como la
princesa entraba y salía a escondidas de los guardianes y de los criados,
cuando llegó al pie del castillo empezó a trepar por la cuerda y le dijo al
capitán que la siguiera; éste empezó a subir detrás, mas en el momento en que
la princesa alcanzó su ventana, cortó la cuerda y el capitán cayó quedando muy
malherido y se volvió a rastras a la cueva jurando vengarse.
Entonces
la princesa se disfrazó de médico y fue a la cueva para ofrecer sus servicios.
Y como el capitán estaba tan magullado, le hicieron pasar en seguida.
Pidió
que lo dejaran a solas con él y le dio tales friegas con ortigas que a poco lo
deja en carne viva. Y al marcharse le dijo:
-¡Yo
soy Rosa Verde, para que te acuerdes!
Dejó
correr la princesa unos días y se disfrazó de barbero y fue a la puerta de la
cueva a ofrecer sus servicios.
Y
como el capitán llevaba varios días sin moverse de la cama tenía ya la barba
muy crecida, así que le hicieron pasar. Y la princesa le enjabonó, abrió una
navaja de afeitar mellada y le produjo tal cantidad de cortaduras que le dejó
la cara hecha un cristo.
Y
al marcharse le dijo:
-¡Yo
soy Rosa Verde, para que te acuerdes!
Al
cabo de una semana, llegó el día en que la princesa cumplía dieciocho años y
sus padres la fueron a recoger para tenerla custodiada en palacio y rodearon el
palacio de guardias. Y en esto, llegó a la puerta del palacio el capitán de los
ladrones disfrazado de caballero y anunció que deseaba casarse con la princesa.
Los
padres la llamaron y ella, que reconoció al capitán, dijo que sí, que ella
también quería casarse con él. Y allí mismo los casó el capellán.
La
princesa, que sabía que el capitán había vuelto para vengarse y recelaba de él,
mandó al confitero de palacio hacer una muñeca de dulce que fuera una réplica
exacta de ella; y cuando llegó la hora de acostarse, acostó a la muñeca en la
cama, le ató una cuerda a la cabeza para que dijera sí o no según ella deseara
y se metió debajo de la cama a esperar.
Y
le gritó al capitán:
-¡Ya
puedes pasar!
Entró
el capitán cerrando la puerta detrás de sí con cerrojo, se acercó a la cama y
dijo:
-¿Te
acuerdas, Rosa Verde, de que nos esparciste la comida por la cueva?
Y
la muñeca asintió con la cabeza.
-¿Te
acuerdas, Rosa Verde, de que me tiraste del castillo abajo?
Y
la muñeca volvió a asentir.
-¿Te
acuerdas, Rosa Verde, de las friegas de ortigas que me diste?
Y
otra vez asintió la muñeca.
-¿Te
acuerdas, Rosa Verde, del barbero que me arruinó la cara?
Y
por cuarta vez asintió.
-Pues
ahora vas a morir -y la muñeca negó con la cabeza.
Entonces
el capitán sacó su puñal del cinto y se lo clavó en el corazón. Y saltó un
chorro de almíbar a la cara del capitán y éste creyó que era la sangre y al
sentir que era tan dulce, dijo:
-¡Ay,
mi Rosa Verde! ¡Que yo no sabía que fueras tan dulce y ahora es cuando me pesa
haberte matado!
¡Perdóname,
Rosa Verde! -y lo decía lleno de sincero dolor.
Entonces
la princesa salió de debajo de la cama, se abrazó a él y le dijo:
-Eres
mi marido y te perdono si tú olvidas lo que yo te hice.
Y
como él estuvo de acuerdo, volvieron a abrazarse para hacer las paces y
vivieron felices durante muchos, muchos años.
003. anonimo (españa)
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