En un valle encerrado entre
montañas, se había celebrado una enconada batalla entre dos ejércitos. Los que
estaban peor armados, sufrieron una derrota total.
Con las primeras sombras de la
noche, un soldado del bando perdedor, que había permanecido oculto tras una
roca, se dispuso a huir. Con el nuevo día sería descubierto por sus enemigos y
ello significaría su muerte.
Hambriento, maltrecho, siguió
montaña arriba dispuesto a llegar al otro lado. Pero la noche era tan negra,
sin luna ni estrellas, que caía a cada paso y resbalaba con peligro de
estrellarse.
El soldado, en muda oración, pidió
la ayuda del cielo. Y entonces, como por arte de encantamiento, aparecieron
cientos, miles de luciérnagas, los farolitos de la noche, marchando ante él y
abriéndole un camino seguro.
De este modo, el soldado pudo
llegar a territorio amigo y salvarse. ¡Cuánta fue su gratitud, en adelante,
para aquellos humildes animalitos!
999. Anonimo
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