Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 26 de agosto de 2012

La trucha que reia

En un país del misterioso Oriente, una pescadora fue a vender su mercancía al palacio del rajá. La raní, que quiso comprobar su calidad, preguntó a la muchacha si era fresco. Entonces, una hermosa trucha soltó una carcajada.
-¡Claro que está fresco! -protestó la muchacha.
La raní, enojada porque creyó que s burlaban de ella, arrojó de allí a la muchacha y se quejó al rajá de lo ocurrido.
-Ordenaré a mi gran visir que investigue esto -decidió el rajá.
El gran visir, preocupado por el escaso tiempo que el soberano le concedía para llevarle noticias solicitó de su hijo ayuda para resolver el problema.
El joven se puso en camino y al cabo de varios días tropezó con un simpático campesino con el cual trabó amistad. Al pasar junto a un campo de trigo, el joven preguntó:
-¿Este trigo está comido o no?
El campesino le miró como si estuviera loco. Más tarde, al pasar ante un mercado lleno de gente, el joven dijo:
-¡Vaya cementerio más grande!
Y más tarde, al pasar junto a un cementerio, exclamó:
-¡Esta sí que es una hermosa ciudad!
Tenían que atravesar un río y el campesino se descalzó, pero el joven se metió con sus babuchas. El labriego creyó que su compañero de viaje era un loco, aunque simpático y no tuvo inconveniente en invitarle a pasar la noche en su casa.

La hija del campesino

El labriego se adelantó para advertir a su familia del joven al que debían recibir.
-Es un muchacho muy chiflado -explicó a su mujer y su hija. Figuraos que al pasar por un campo de trigo preguntó si estaba comido.
-Entonces no está loco -explicó su hija. El se preguntaba si el dueño del campo debería dinero, en cuyo caso el importe de la venta del trigo sería de los acreedores.
-¡Vaya con la sabihonda! -exclamó el padre, quien a continuación dio cuenta de lo que el muchacho había dicho al pasar por el mercado y por el cementerio.
Y su hija comentó:
-Dijo que el mercado era un cementerio por ser lugar de personas poco caritativas que tienen el alma casi muerta; y del sitio donde reposan los muertos dijo aquello porque allí se respira paz y amor. No está loco, padre.
-¿Y qué me dices de pasar el río con los zapatos puestos?
-Fue una medida prudente. Así evitó que los guijarros del fondo del río le hirieran la planta de los pies.
Seguidamente el padre fue en busca de su compañero de viaje y la hija del labriego ordenó a un criado que le llevase al visitante una taza de aceite dulce, una docena de pasteles y una jarra de leche, además del siguiente mensaje escrito:
"La Luna está llena, el año tiene doce meses y el mar rebosa agua."

El significado de una risa

Y resultó que el criado tomó un poco de cada cosa y, el resto, lo entregó al invitado. Después de leer el mensaje, el hijo del gran visir escribió:
"La Luna está en cuarto menguante, el año solamente tiene once meses y la marea ha descendido."
Tan pronto como recibió aquella respuesta, la hija del labriego hizo despedir al criado ladrón, pues supo interpretar el mensaje del joven.
Al invitado le tributaron toda clase de atenciones. Durante la comida, el joven se refirió a la historia de la trucha que se había reído ante la raní. La hija del labrador exclamó:
-¡Corred junto a vuestro padre, el gran visir, y decidle que en palacio hay alguien que se dispone a atentar contra la vida del rajá! Eso significaba la risa del pez.
El viajero quiso que la muchacha le acompañase en su regreso. Cuando el gran visir escuchó a los jóvenes, alegó preocupado:
-¿Cómo sabremos quién es el traidor?
-Mandad que todas vuestras esclavas salten por encima de esa alfombra. El querrá saltar también y se descubrirá.
Así se hizo. Pero resultó que ninguna pudo saltar, más que la última, que llevaba la cabeza cubierta con una capucha. Entonces se vio que era un hombre que había elegido aquel momento para el atentado, ya que la alfombra era la misma sobre la que se aposentaba el rajá.
El rajá agradeció al gran visir que le hubiera salvado la vida y quiso conocer a su hijo.
-Señor, a quien deberéis dirigir vuestro reconocimiento no es sólo a mi hijo, sino también a la inteligente muchacha que le acompaña, que supo interpretar la risa de la trucha.
Y lo demás... es fácil de imaginar. Los jóvenes se habían enamorado y el rajá apadrinó la boda.

 999. Anonimo




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