En un país del misterioso Oriente,
una pescadora fue a vender su mercancía al palacio del rajá. La raní, que quiso
comprobar su calidad, preguntó a la muchacha si era fresco. Entonces, una
hermosa trucha soltó una carcajada.
-¡Claro que está fresco! -protestó
la muchacha.
La raní, enojada porque creyó que s
burlaban de ella, arrojó de allí a la muchacha y se quejó al rajá de lo
ocurrido.
-Ordenaré a mi gran visir que
investigue esto -decidió el rajá.
El gran visir, preocupado por el
escaso tiempo que el soberano le concedía para llevarle noticias solicitó de su
hijo ayuda para resolver el problema.
El joven se puso en camino y al
cabo de varios días tropezó con un simpático campesino con el cual trabó
amistad. Al pasar junto a un campo de trigo, el joven preguntó:
-¿Este
trigo está comido o no?
El campesino le miró como si
estuviera loco. Más tarde, al pasar ante un mercado lleno de gente, el joven
dijo:
-¡Vaya cementerio más grande!
Y más tarde, al pasar junto a un
cementerio, exclamó:
-¡Esta sí que es una hermosa
ciudad!
Tenían que atravesar un río y el
campesino se descalzó, pero el joven se metió con sus babuchas. El labriego
creyó que su compañero de viaje era un loco, aunque simpático y no tuvo
inconveniente en invitarle a pasar la noche en su casa.
El labriego se adelantó para
advertir a su familia del joven al que debían recibir.
-Es un muchacho muy chiflado
-explicó a su mujer y su hija. Figuraos que al pasar por un campo de trigo
preguntó si estaba comido.
-Entonces no está loco -explicó su
hija. El se preguntaba si el dueño del campo debería dinero, en cuyo caso el
importe de la venta del trigo sería de los acreedores.
-¡Vaya con la sabihonda! -exclamó
el padre, quien a continuación dio cuenta de lo que el muchacho había dicho al
pasar por el mercado y por el cementerio.
Y su hija comentó:
-Dijo que el mercado era un
cementerio por ser lugar de personas poco caritativas que tienen el alma casi
muerta; y del sitio donde reposan los muertos dijo aquello porque allí se
respira paz y amor. No está loco, padre.
-¿Y qué me dices de pasar el río
con los zapatos puestos?
-Fue una medida prudente. Así evitó
que los guijarros del fondo del río le hirieran la planta de los pies.
Seguidamente el padre fue en busca
de su compañero de viaje y la hija del labriego ordenó a un criado que le
llevase al visitante una taza de aceite dulce, una docena de pasteles y una
jarra de leche, además del siguiente mensaje escrito:
"La Luna está llena, el año
tiene doce meses y el mar rebosa agua."
El significado de una risa
Y resultó que el criado tomó un
poco de cada cosa y, el resto, lo entregó al invitado. Después de leer el
mensaje, el hijo del gran visir escribió:
"La Luna está en cuarto
menguante, el año solamente tiene once meses y la marea ha descendido."
Tan pronto como recibió aquella
respuesta, la hija del labriego hizo despedir al criado ladrón, pues supo
interpretar el mensaje del joven.
Al invitado le tributaron toda
clase de atenciones. Durante la comida, el joven se refirió a la historia de la
trucha que se había reído ante la raní. La hija del labrador exclamó:
-¡Corred junto a vuestro padre, el
gran visir, y decidle que en palacio hay alguien que se dispone a atentar
contra la vida del rajá! Eso significaba la risa del pez.
El viajero quiso que la muchacha le
acompañase en su regreso. Cuando el gran visir escuchó a los jóvenes, alegó
preocupado:
-¿Cómo sabremos quién es el
traidor?
-Mandad que todas vuestras esclavas
salten por encima de esa alfombra. El querrá saltar también y se descubrirá.
Así se hizo. Pero resultó que
ninguna pudo saltar, más que la última, que llevaba la cabeza cubierta con una
capucha. Entonces se vio que era un hombre que había elegido aquel momento para
el atentado, ya que la alfombra era la misma sobre la que se aposentaba el
rajá.
El rajá agradeció al gran visir que
le hubiera salvado la vida y quiso conocer a su hijo.
-Señor, a quien deberéis dirigir
vuestro reconocimiento no es sólo a mi hijo, sino también a la inteligente
muchacha que le acompaña, que supo interpretar la risa de la trucha.
Y lo demás... es fácil de imaginar.
Los jóvenes se habían enamorado y el rajá apadrinó la boda.
999. Anonimo
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