Erase un rey famoso por su bondad.
Estando un día de caza, vino a
echarse un conejo en sus brazos y el rey acarició al animalito, diciendo:
-Puesto que has venido a ponerte
bajo mi protección, no permitiré que nadie te haga daño.
Se llevó al conejo a palacio y lo
instaló en una pequeña casita con abundantes alimentos.
Por la noche, hallándose el
soberano en su habitación, se le apareció una hermosa dama vestida de blanco y
coronada de rosas blancas.
-Soy el Hada Blanca -dijo. Pasaba
por el bosque cuando tú te entretenías en la caza y quise saber si eres tan
bondadoso como dicen. Tú me acogiste y sé que la fama no miente. Vengo a
ofrecerte mi amistad y a otorgarte lo que quieras pedirme.
-Gracias, hermosa señora -dijo el
rey: Sólo tengo un hijo al que quiero mucho. Haz que sea bueno.
-Eso es lo único que no puedo
concederte -contestó el Hada Blanca. Podría hacerle fuerte, poderoso, rico.
Aunque sí puedo reprenderlo y aun castigarlo, pero la virtud es hija de la
propia voluntad.
El rey se sintió satisfecho con tal
respuesta y dos años después murió.
999. Anonimo
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