Al día siguiente acudieron todos
los citados. Se dirigió el juez al patán y al sabio y dijo a éste:
-Llévate a tu mujer y al patán que
le den cincuenta azotes.
Llamó luego al carnicero y le dijo:
-El dinero es tuyo. En cuanto al
aceitero, que le den cincuenta azotes.
Les llegó el turno al emir y al
mendigo.
-¿Reconocerías tu caballo entre
veinte? -preguntó a uno y otro.
Como ambos afirmasen, entró en la
cuadra el emir y reconoció a su caballo entre otros muchos. Hizo entrar después
al mendigo, que señaló a otro parecido, pero que no era el mismo.
-El caballo es tuyo -dijo al emir.
En cuanto al mendigo, que le den cincuenta azotes.
Más tarde, el emir, sin su disfraz
de mercader, se presentó ante el juez y se identificó como el emir Baukas.
Luego le dijo:
-Me ha sorprendido tu aplomo para
dictar sentencia. ¿Cómo acertasteis?
-Veréis: llamé a la mujer y le hice
limpiar mi escritorio. Ella lo limpió todo con el esmero de una mujer
acostumbrada a no volcar la tinta y ordenar los papeles. Aquello me hizo ver
que era la mujer del sabio. En cuanto al dinero motivo de la riña entre el
carnicero y el aceitero, lo hice poner en una cuba con agua, que se tiñó
ligeramente de rojo, lo que significaba que había pasado por las manos del
carnicero y era suyo. Por lo que se refiere al caballo, no sólo lo
identificaste, sino que él volvió la cabeza para mirarte al escuchar tu voz. En
cambio, ni se movió cuando el mendigo pasó a su lado.
Admirado el emir, trató de premiar
al juez, que rehusó la recompensa.
-Nada puede darme tanta
satisfacción como encontrar la verdad y administrar justicia -respondió.
999. Anonimo
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