Erase una niña tan caprichosa, que
sus padres y hermanos no sabían qué hacer con ella. Se rebelaba hasta en los
más pequeños detalles y sin el menor motivo.
Quería cuanto tenían sus hermanos;
pero, si se lo daban, lo rechazaba, pues sólo deseaba lo que no tenía.
Un día, de acuerdo con el médico de
la familia, que era un buen amigo, decidieron llevarla a tomar unas aguas
medicinales que servían para calmar los temperamentos irascibles y los padres,
aunque un poco temerosos del arriesgado tratamiento, se dijeron:
-A grandes males grandes remedios.
Y la llevaron a un pueblecito
lejano donde existía una charca que tenía un agua cristalina, pero mágica para
el mal de la pequeña. Sabía a mostaza y era picante; a los padres les dio pena
obligarla a que se zambullese en la charca pero lo hicieron y cuando la niña
salió del agua sintió un terrible calor en toda la piel.
Al día siguiente quisieron
obligarla a tomar un segundo baño, mas la chiquilla, había comprendido la
lección y prometió solemnemente contar hasta cien antes de entregarse a sus
rabietas, y prefirió olvidarse de sus ridículos caprichos antes de someterse al
torturante baño de la charca encantada.
999. Anonimo
No hay comentarios:
Publicar un comentario