Erase una princesita que perdió a
sus padres y heredó el trono.
Desde el primer día su corazón se
inclinó por todos los pobres y menesterosos al extremo de que muy pocos años
habían transcurrido cuando las arcas de palacio se encontraron vacías.
El cruel conde Ataúlfo, que
ambicionaba el trono, se presentó con una mesnada de soldados en palacio e hizo
que apresaran a la soberana.
Pero entonces el pueblo tan
largamente socorrido por la bondadosa joven, apareció armado con picos, palas y
garrotes y se entabló una batalla contra los soldados de la que fueron
ganadores los aldeanos, dirigidos por Tasber, el joven herrero, que pudo así
devolver el trono a su legítima soberana. Cuando la reina le dio las gracias
por su valor, él contestó:
-Señora, habéis sido muy buena con
todos nosotros, pero os ha faltado valor.
La pereza de todos y vuestro
sensible corazón nos han arrastrado a la miseria. Deberíais ordenar que, de hoy
en adelante, todo el mundo se dedique a trabajar.
-Entonces, te ruego que me ayudes
-dijo la soberana, sonriendo.
La reina y el herrero se casaron y
formaron una pareja perfecta, presidida por la generosidad y la energía. Y
todos en el reino fueron felices.
999. Anonimo
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