Allá en tiempos remotos, una bella
princesa rubia vivía junto al mar en un palacio de cristal. Y siempre la
princesa estaba triste, aunque las hadas le confeccionaban bellos vestidos con
pétalos de rosa, la peinaban con la niebla que se desprendía del mar azul y la
perfumaban con frescas brisas marinas.
A pesar de todo, la princesa no era
feliz y se pasaba el tiempo contemplando el ir y venir de las olas, el lejano
horizonte, esperando nadie sabía qué...
Un día, apareció un punto blanco
que tomó la forma de una carabela. Navegaba con las velas desplegadas al viento
y no tardó en alcanzar la orilla. Poco después, un gallardo marinero se
presentaba ante la princesa.
-¿Qué te ha traído a mi solitario palacio?
-le preguntó ella.
-La noticia de vuestra eterna
tristeza. Me he propuesto que una sonrisa ilumine vuestra hermosura.
-Eres osado, marinero. Muchos lo
han intentado, pero ninguno lo ha conseguido... De todas formas, puedes probar.
-Entonces, concededme un día de
plazo, princesa.
Y ella accedió.
999. Anonimo
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