Los reyes de aquel remoto país
tenían una hija bellísima, pero que siempre estaba triste, a pesar de poseer
todo lo que el más ambicioso ser humano pudiera desear.
-¿Por qué estás siempre triste? -le
preguntaban sus padres.
-Busco la felicidad y no la
encuentro -respondía ella.
Una mañana, sin que nadie la viera,
la princesa escapó de palacio. Al rato, encontró a una viejecita que le dijo:
-Me muero de frío y de hambre, ¿no
podrías socorrerme?
La princesa se quitó su manto de
armiño y lo puso sobre los hombros de la anciana, a la que preguntó si tenía
hijos. Como ella respondiera que cinco y también se morían de hambre, la
princesa empezó a quitarse sus joyas.
-Toma mi collar de perlas para tu
hijo mayor; mis brazaletes de brillantes para tu hijo segundo; mi cinturón de
piedras preciosas para el tercero; mis anillos para el cuarto y mi bolsa de
monedas de oro para el quinto. Podrán comprar pan durante mucho tiempo.
-Gracias, hija mía. ¿Podrías darme
algo para recobrar la vista que he perdido?
La princesita fue a quitarse sus
ojos, pero en aquel instante llegaron sus guardias y se lo impidieron.
Sus padres, al verla aparecer sin
capa y sin sus joyas la compadecieron, pero ella, tranquila y serena les dijo:
-No me compadezcáis, pues encontré
lo que andaba buscando. Mi pequeño " sacrificio me ha devuelto la
felicidad.
999. Anonimo
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