Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 30 de agosto de 2012

Pulgarcito .999

Unos padres tenían siete hijos y el menor de todos ellos era tan pequeño como un dedo pulgar y por eso le llamaban Pulgarcito. Vivían cerca de un bosque, pero no tenían qué comer, porque eran pobres como ratas y el ham­bre les atacaba día y noche sin poderlo remediar. El padre se desesperaba y le decía a la mujer:
‑¿Es que vamos a ver morir a nuestros hijos? Pues yo no quiero verlos mo­rir de hambre.
Y le dijo ella:
‑Mira, mañana les llevamos al bosque y, cuando estén entretenidos, los de­jamos allí, y así al menos no los veremos morir.
Pulgarcito, que lo oyó, salió fuera de la casa y se llenó los bolsillos de pie­drecitas. Cuando sus padres los llevaron al bosque, él fue soltando las piedre­citas de tanto en tanto. Los niños estuvieron jugando en el bosque hasta que llegó la noche y los padres no venían, y entonces se echaron a llorar. Y les di­jo Pulgarcito:
‑¿Por qué lloráis?
Y le dijeron:
‑Porque se han marchado nuestros padres y estamos perdidos.
Y dijo Pulgarcito:
‑Pues no preocuparse, que yo os llevaré de vuelta.
En la casa estaban los padres con el corazón encogido pensando en la suer­te de los pobres niños.
Decía la madre:
‑Ay, que se los habrán comido los lobos.
Y contestaron ellos:
‑No, madre, que estamos aquí a la puerta.
Los padres se alegraron mucho y los abrazaron y todos estaban contentos; pero el hambre es mala y aprieta y a poco ya no tenían nada que dar de comer a los hijos. Y se dijeron los padres:
‑Esta vez les llevaremos más lejos.
Y eso hicieron. Pulgarcito, que lo oyó, se guardó el pedazo del pan que su padre les había dado para entretenerlos y lo fue desmigando por el camino de tanto en tanto. Pero el pan se lo comieron los pájaros y esta vez no pudo en­contrar el camino de vuelta. Así que los pobres niños abandonados se echa­ron a andar todos juntos y temerosos hasta que vieron una casa, que era la ca­sa del ogro, pero se fueron a ella. Y les abrió la mujer:
‑Ay, señora, dénos refugio que estamos perdidos.
‑No, ¡dos de aquí en seguida, que ésta es la casa del ogro que se come a todos los niños.
‑Ay, por favor, señora, escóndanos aunque sólo sea una noche.
Total, que los escondió. Pero nada más llegar dijo el ogro:
‑Huelo a carne fresca.
‑Claro ‑dijo la mujer, el cordero, el lechazo...
‑No, no, huelo a carne fresca de niño.
Y se puso a buscar hasta que los encontró. Y se los dio a su mujer diciéndole:
‑Engórdamelos un poco, que están como palillos, y yo me daré una buena cena de niños con mis amigos.
La mujer les dio bien de cenar y luego los acostó en un cuartito que había al lado de la cocina. Y Pulgarcito se fijó en que en la cama de al lado había otros siete niños, que eran los hijos del ogro, con siete gorros de dormir de tela y a ellos, en cambio, les pusieron unos gorros de papel. Entonces Pulgarcito, en cuanto se hubieron dormido todos, fue y cambió los gorros.
A medianoche el ogro se levantó de la cama y fue al cuartito y como no había luz, palpó los gorros y a los que tenían gorros de papel los mató y los dejó preparados para comérselos al día siguiente. Y nada más levantarse, mandó a la mujer que se los preparara en un guiso. La mujer fue y descubrió que eran sus hijos.
‑¡Ay, desdichado, que mataste a nuestros siete hijos!
El ogro fue a mirar y descubrió que Pulgarcito y sus hermanos se habían escapado aprovechando la confusión, así que salió al bosque, se calzó las botas de siete leguas y se marchó a buscarlos. Pero, como era muy dormilón, a medio camino se echó una siestecita pensando que los alcanzaría en seguida. Y resultó que los niños estaban escondidos cerca de él. Pulgarcito, aprovechando que dormía, le quitó al gigante las botas de siete leguas y se metieron todos dentro de ellas y en un periquete llegaron al palacio donde vivía el rey. Y al ver el rey que Pulgarcito era tan listo, le dio empleo a él, a sus hermanitos y a sus padres, que todavía lloraban a los niños creyéndolos muertos.

999. Anonimo

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