Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 30 de agosto de 2012

Los últimos de yiddi


QUERIDO Robert:
No sabes cómo agradezco tu carta, tus comentarios, tus frases de afecto y el continuo ofrecimiento de ayuda que reflejas en ella. Todo eso me hace comprender que en ti tengo un fiel amigo.
Te doy gracias infinitas por haberme invitado a tu casa y no dudes que iré en cuanto me sea posible. Me siento orgulloso de tu amistad y, aunque tú le quieras restar importancia, de todos es conocida la brillantez de tus trabajos científicos que aunque yo no comprendo su totalidad (nunca se me dieron bien las ciencias), te convierten en uno de los más avanzados investigadores del país y (¿por qué no decirlo?) del mundo. El haberte alentado en tus comienzos representa para mí  un motivo de gran satisfacción como lo es el hecho de que tú no hayas olvidado los días de nuestra infancia en Newportbury. ¿Te acuerdas de aquella casa abandonada que convertimos en nuestro cuartel general? Yo sí, y estoy deseando volver allí para revivir tan lejanos días.
Tú siempre me comprendiste y aceptaste mi forma de ser, mis espantosos sueños y mis momentáneos delirios fantasmagóricos...
Cuando intenté quitarme la vida, todos me catalogaron de loco y sólo tú comprendiste que el motivo de mi acción era el trance psicológico que arrastro desde mi niñez. Me gustaría hablar contigo de este tema, pues tus investigaciones acerca de la genética y la herencia me parecen muy acertadas y pudiera ser que me afectaran personalmente.
Tengo que acabar con la carta, pues ante mí está la molesta enfermera que me atiende dispuesta a inyectarme otro de sus desagradables productos farmacéuticos. En cuanto este cancerbero insolente me deje en libertad, reuniré mis pertenencias y me pondré en camino hacia Newportbury para reunirme contigo.
Esperando verte pronto, se despide, Arthur.

8 de octubre

Querido Arthur:
A modo de devolución de cumplidos me parece obligado respon-derte que todas esas investigaciones que tanto alabas en tu carta no son suficientes para interpretar tus oníricas visiones que con tanta maestría reflejas en tus cuadros y en tus libros y que muchas veces he pensado son más reales que todos mis elucubrados estudios. No debes, por tanto, considerar tus sueños producto de la fantasía; pues quizá con el tiempo se demuestre, a la luz de la ciencia, que son tan consistentes como la teoría de la evolución lo es ahora. Esto te lo dice un científico materialista que no se atreve a negar (con toda su ciencia a cuestas) los fenómenos que escapan al campo de la lógica. Desde luego no acepto en su totalidad las connotaciones científicas de tus sueños; pero, de igual modo, tú no deberías acepta mis teorías en su totalidad por muy comprobadas que estén. En fin, no creo que este sea un tema muy apropiado para discutirlo en una carta, así que lo relegaré para un momento posterior en que podamos mantener una conversación  «tete-a-tete».
  El auténtico motivo de esta carta es el comunicarte que me veo obligado a ausentarme de mi casa, por lo que te dejo las llaves de la misma en la taberna Blach Eagle, de Newportbury (¿te acuerdas de ella?). Con solo dar tu nombre te las entregarán. En la mansión estarán el viejo Josh, la señora Simpson y dos nuevas criadas, pero he creído conveniente que seas tú quien tenga las llaves de todas las habitaciones. No te has de preocupar por nada, pues he dejado todo dispuesto para tú llegada. Acomódate en el ala oeste y compórtate como si estuvieras en tu propia casa. Espero encontrarte ya instalado a mi regreso.


Robert

12 de octubre

Del diario de Arthur Elliot:
Siguiendo el consejo del profesor Ashton, reanudo mi diario. Ayer salí del hospital de Milwaukee tras pasar en él más de un mes. Cuando me disponía a emprender viaje hacia Newportbury para reunirme con Robert, me llegó una carta suya en la que me explicaba que debía ausentarse por un tiempo, lo que le impedía recibirme personalmente. No obstante, me daba las instrucciones necesarias para instalarme en su hogar, lo que es de agradecer pues no tengo otro sitio a donde ir. Ya estoy completamente restablecido y, gracias a un medicamento que me han proporcionado en el hospital, puedo dormir tranquilamente sin temer a las pesadillas y visiones a causa de las cuales intenté quitarme la vida.
Un carro de caballos me conduce a la antigua mansión de los Chambers; no puedo evitar recordar aquellos días que Robert, mi hermana y yo pasamos en la casa del bosque. Me es imposible olvidar aquella noche en la mansión abandonada ni aquel vagabundo que tanto espanto nos causó. Era una fría noche de invierno; como tantas veces nos encontrábamos en aquel tétrico caserón cuando él apareció ante nosotros y nos habló de un crimen que tiempo atrás se había cometido allí mismo; después -mirando a mi hermana-, dijo: «El crimen no ha sido olvidado por ellos, y las visiones que golpean tu mente noche tras noche sólo son recuerdos de una anterior existencia que, poco a poco, se adueñará de ti hasta que sólo seas una parte de ellos. Puedo ver en tu frente la fatídica señal que ha de convertirte en su emisario. Mas no será así mientras yo viva y cuando se cumpla el tiempo fijado, yo seré el que acabe contigo». Nos asustó de tal modo su historia que huimos despavoridos como si tras nosotros galoparan todos los demonios del infierno. Semanas más tarde -ya repuestos del susto-, volvimos a la mansión pero no encontramos al vagabundo que tan profunda huella dejara en todos nosotros, especialmente en mi hermana.
Aquel suceso habría quedado en el olvido de no ser porque diez años después mi hermana desapareció de modo misterioso  y nunca más la he vuelto a ver. Si a esto se añade lo que descubrimos semanas más tarde en la mansión...
En fin, no debo recordar aquello, al menos por el momento, pues Newportbury ya está cerca.

14 de octubre

Querido Arthur:
Dos días después de que abandonases el hospital, fui allí para decirte algo que considero de la mayor importancia. No te encontré, pero me dijeron que Robert te había ofrecido su casa y como aún conservo la sus señas, espero que esta carta llegue a tus manos.
Analizando la copia que me diste de tu diario y las grabaciones que me permití tomar en tus sueños y delirios, he llegado a importantes conclusiones. Creo haber descifrado magnetofónicas. Son frases de una lógica escalofriante y guardan relación con otras que he hallado en antiguos volúmenes de la Universidad de Miskatonik. No puedo darte más detalles, pero he decidido reunirme contigo y con Robert en cuanto me sea posible en Newportbury. No hagas nada hasta que yo esté allí y por lo que más quieras, no visites la mansión abandonada. No bromeo. Pronto me reuniré contigo. Frank L. Ashton

14 de octubre

Del diario de Arthur Elliot:
Estoy en casa de Robert, llegué hace tres días. ¿Que podría decir de este lugar que tan lejanos recuerdos me evoca?
En la mansión viven conmigo el viejo Josh, que ahora desempeña el cargo de jardinero; la señora Simpson me pidió perdón por el desprecio que siempre nos mostró a mi hermana y a mi desde que fuimos adoptados por el padre de Robert. Aún así, a menudo la he descubierto mirándome con extraña fijeza y, ¿por qué no decirlo?, con miedo, ese miedo que inundaba su rostro ante la más mínima mención a mi padre. Creo que ha llegado el momento de averiguar quién era mi padre, por qué todos se niegan a pronunciar su nombre y por qué el señor Walter Chambers nos adoptó a mí y a mi hermana. Espero con ansiedad el regreso de Robert, pues intuyo que él sabe más que yo sobre mi origen. Se a ciencia cierta que Walter Chambers habló, en el momento de su muerte, de un libro que mi padre llevaba consigo y de una misteriosa mujer que ambos conocieron en su juventud y que pudiera ser mi madre.

18 de octubre

Del diario de Arthur Elliot:
He recibido una carta del profesor Ashton en la que me dice ha descubierto algo de gran importancia. Me ruega encarecidamente que no visite la mansión abandonada. De todos modos no pensaba hacerlo, al menos hasta que Robert regrese.
Anoche sucedió algo que aún me asombra y a lo que no puedo hallar una explicación lógica. Llovía como sólo llueve en Newportbury y la noche era fría, gélida, por lo que suprimí mi habitual paseo por los alrededores de la mansión para refugiarme en la biblioteca. En la chimenea crujían las brasas y un suave olor a bosque se apoderaba cálidamente de la estancia. Buscaba un libro que me distrajera cuando, en el ángulo más escondido de la biblioteca, mi vista se encontró con varios volúmenes que enseguida me interesaron. Sus títulos no eran los de cualquier libro y todos ellos daban la sensación de esconder un saber oculto entre sus páginas. Allí estaban «Los caminos de Wolftung» de Von Kampf; «Estrabonius notarium», de Odevios y «El campo de lo irracional», de Pietro Mannara. Sin embargo, me decidí por un volumen de gruesas tapas y hojas apergaminadas en el que pude leer, «Los últimos de Yiddí». Me acomodé junto a la chimenea y comencé a leer. Era uno de esos libros que hablan sobre dioses paganos y maldiciones olvidadas. Comenzaba con una invocación a un dios llamado Yiddí que, según el libro, era un ser que habitaba en los pantanos esperando pacientemente el día de su venganza. Después se perdía en absurdas divagaciones acerca de otros dioses (los que desterraran a Yiddí a los pantanos) y con este método -el de citar continuamente, sin ninguna lógica, dioses y más dioses de sonoros nombres-, transcurrían sus páginas en un ambiente de total artificialidad que cansaba hasta al más sesudo lector. Cuando ya me disponía a dejarlo a un lado, entró una de las criadas con un té que yo le había pedido anteriormente. Entonces, mientras colocaba el té, vi que miraba el libro, que yo había dejado abierto sobre la mesa. Después alzó la vista y me miró extrañada.
-Dígame, ¿sucede algo? -le pregunté.
-No, nada, perdone -contestó ella evasivamente ya que, al fin y al cabo, yo era huésped de quien había contratado sus servicios.
-Me pareció -insistí- que ese libro le ha interesado. ¿Lo conoce acaso?
-No -dijo-, es que desconozco el idioma en que está escrito y me deja perpleja el que usted pueda entender esos extraños signos.
-¿Extraños signos? -inquirí sorprendido y cogí el libro para demostrarle que estaba escrito en inglés (el único idioma que yo creía conocer), pero al hacerlo me di cuenta de que ella tenía razón. El libro no estaba escrito en inglés sino en un idioma que era desconocido para mí y que sin embargo podía leer con toda facilidad. Sorprendido por mi descubrimiento, y no queriendo alarmar a la criada, argüí embarazado que sólo lo estaba hojeando y que yo -como ella- desconocía el idioma en que estaba escrito. Cuando la criada se retiró, quedé a solas con mi asombro. Aquel libro estaba escrito en uno caracteres que yo antes nunca había visto y que, sin embargo, me eran familiares hasta el punto de no darme cuenta al leerlo de que aquel no era el idioma británico. Dejé el libro en su sitio y me retiré a mis habitaciones perplejo por aquel suceso que aún no puedo explicarme. Quizá sea el mismo idioma que yo hablo en mis sueños y que el profesor Ashton ha conseguido descifrar.

20 de octubre

Del diario de Arthur Elliot:
Ayer llegó Robert. Le hablé del libro y desde entonces no ha habido otro tema de conversación entre nosotros; dice que su ciencia ha sido derrotada por lo inexplicable y me tiene todo el día traduciendo aquel complicado y aburrido volumen. Aún así, he de decir que algunos párrafos me resultan familiares...
Hemos recibido carta del profesor Ashton en la que nos anuncia su llegada el día 29 de este mes. Estoy impaciente por verle de nuevo y saber qué es lo que ha descubierto.

25 de octubre

Del diario de Arthur Elliot:
Hoy me he despertado muy tarde y al buscar a Robert le he encontrado en la biblioteca enfrascado en el estudio de mis traducciones de «Los últimos de Yiddí». He aprovechado para preguntarle el origen del libro y me ha confesado desconocer su existencia hasta que yo se lo mostré; pues nunca se había interesado por aquellos libros y no se explicaba por qué los poseía su padre. Al mirar las primeras páginas hemos encontrado la firma de su propietario. Hemos podido leer: «1731. Broderick Chambers», que supusimos que era el nombre de algún antepasado de Robert. Esta misma fecha aparece en todos los libros del rincón donde encontré «Los últimos de Yiddí». Y lo que es más extraño, las fechas que acompañan al nombre no son contemporáneas entre sí. Dada la absoluta de las grafías de todas las firmas queda descartada la hipótesis de varias generaciones cuyos varones llevaran el mismo nombre de pila. La firma más antigua es de 1610 y la más reciente de 1913. ¿Cómo se puede concebir que una misma persona haya vivido más de trescientos años?
Al atardecer, Robert me propuso visitar la mansión abandonada y he aceptado sin dudarlo. No creo desobedecer al profesor Ashton con esta acción, pues no iré solo, sino acompañado de un hombre de nervios bien templados y proceder científico: Robert.

26 de octubre

Del diario de Arthur Elliot:
Ayer por la noche visitamos aquel terrible lugar. La puerta se encontraba atrancada pero, al estar totalmente podrida, la echamos fácilmente abajo. Al entrar, llegó hasta nosotros una ráfaga de aire pestilente. En toda la mansión se respiraba una atmósfera de suma putrefacción y abandono, la pintura del techo se había desprendido a causa de las lluvias; al caminar sobre el segundo piso existía el peligro de pisar en falso y caer al piso inferior. Fue entonces, caminando sobre las resquebrajadas maderas de la segunda planta, cuando se nos ocurrió la idea de que aquella mansión debía tener un sótano. Convencidos de que así era comenzamos a buscarlo encontrando, por fin, una losa que -no cabía duda- comunicaba con el sótano. En la losa no había ninguna argolla que permitiera levantarla, pero entre los dos conseguimos apartarla a un lado. Robert entró primero y desde abajo me indicó que las escaleras eran seguras por lo que bajé yo también. Con las linternas encendidas comenzamos a recorrer el lugar. Era inmenso, pues al parecer habían sido demolidos los tabiques y las separaciones interiores. Allí el olor a putrefacción era aún mayor y las telarañas formaban tupidos cortinajes que resultaba difícil esquivar; las ratas corrían libremente de un lado a otro y descubrimos en ellas una osadía nunca observada en estos pequeños y repugnantes animales. Algunas se acercaban hasta nosotros observándonos con sus brillantes ojillos y era difícil rechazarlas, tan sólo la potente luz de las linternas nos permitía mantenerlas a distancia. Robert extendió la linterna ante sí y pudimos ver, en el fondo de la estancia, una especie de púlpito que constituía, al parecer, el único mueble del sótano. Sobre el púlpito distinguimos las páginas de un libro. Guiándome por mi linterna, caminaba hacia allí, cuando sentí que algo tocaba mi espalda. Un sudor frío recorrió mi cuerpo, pues Robert caminaba delante mío. Sobreponiéndome el espanto, giré sobre mi mismo y -puedo jurarlo- contemplé el rostro de un cadáver que me miraba fijamente a través de sus ojos mortecinos. Toda su carne era blancuzca, pastosa, y revelaba una profunda putrefacción. Los labios sangrantes acentuaban sus pálidas facciones; y el cuello, aquel horrible cuello, estaba atravesado de parte a parte. La sangre coagulada de la herida destacaba sobre la grisácea piel. No pude evitar desmayarme y caí al suelo con la sensación de haber visto antes aquel rostro. Cuando recobré el sentido, Robert salía de la mansión llevándome en sus brazos y su rostro revelaba un profundo desconcierto. Una vez a salvo de aquel horror, le conté a Robert lo que había visto y el insistió en que no había visto nada y atribuyó, vagamente, lo sucedido a mi imaginación. Sin embargo no le dije que aquel rostro me era conocido, que aquel rostro putrefacto, de una persona a la que tanto quise, fue la auténtica causa de mi horror...
Siguiendo el consejo de Robert, he tomado un somnífero y me he retirado a descansar.

29 de octubre

Del diario de Arthur Elliot:
Por fin. Hoy llega el profesor Ashton; en el momento en que me encuentro necesito su ayuda y su consejo, pues después de lo que vi hace dos noches en la mansión abandonada, temo por mí mismo y presiento que ya no podré dormir con la seguridad de no ser asaltado por las demenciales pesadillas que ya antes hicieron peligrar mi vida. Sin embargo, durante el día no hay nada que temer y, así, esta mañana Robert y yo retomamos «Los últimos de Yiddí»; hemos decidido pasar por alto toda la primera parte para analizar la segunda (llamada «Los cultos de Yiddí) que promete ser más interesante y concreta que la anterior.
En ese momento, Josh nos comunica que ha llegado el profesor Ashton...

31 de octubre

Del diario de Arthur Elliot:
Desde que llegó el profesor Ashton, han sucedido cosas horribles. Intentaré explicarlas con calma a pesar del febril estado en que me encuentro:
Nada más llegar, le contamos toda cuanto había sucedido en los últimos días y se alarmó sobremanera cuando le dijimos que habíamos visitado la mansión abandonada. El desechó la idea de que aquel rostro cadavérico fuera producto de mi imaginación y, dirigiéndose a Robert, dijo:
-Deja por un momento tu ciencia aparte porque nos enfrentamos a algo desconocido, algo a lo que hemos de vencer o nos arrastrará a los abismos de la locura y de la muerte. Me conoces bien y sabes que nunca exagero al hablar.
La declaración del profesor nos alarmó y por un momento pensamos que  realmente estaba loco. Entonces me preguntó:
-Aquel rostro que viste, ¿era el de ella, verdad? Era tu hermana ¿no es así?...
-Sí -musité ante la certeza de que no había sido un sueño, ante el convencimiento de que aquello ya era conocido por el profesor Ashton antes de que yo se lo revelara.
-Nuestras vidas corren peligro -dijo- pero aún no es demasiado tarde. Estaba escrito que ella había de morir, pero sé por las traducciones que he logrado hacer de tus sueños que el horror que nos amenaza puede ser vencido si actuamos con rapidez. Aquel vagabundo que encontrasteis en la mansión la mató, mas ella aún se vengó y se lo llevó consigo a las tinieblas. La próxima víctima serás tú, Arthur; yo también he logrado traducir «Los últimos de Yiddí» y en el segundo capítulo esta escrito:
«Y Yiddí Despertará De Su Letargo. Estirpe Antigua Lo Convocará Y El Mundo De Nuevo Será De Él. Mas El Bien Y El Mal Batallarán En El Seno De La Familia Del Brujo. Durante Décadas El Bien Y El Mal Enfrentados Por El Regreso De Yiddí Cambiarán Sus Máscaras Continuamente Hasta Que La Victoria Se Incline Por Uno De Los Dos Bandos.»
-Walter Chambers -prosiguió el profesor Ashton, intentó salvaros a ti y a tu hermana de vuestro padre, mas ella sucumbió y se unió a las huestes del mal, a la estirpe de su padre, Broderick Chambers.
-Entonces -musitó Robert, mi padre y el de Arthur eran hermanos...
-Hermanos, primos, padre e hijo... no lo sé. Pero ambos pertenecían a la misma estirpe. Broderick Chambers era (o es) inmortal o al menos extra-ordinariamente longevo, sin embargo, Walter Chambers murió a la edad de setenta y seis años, pues he  hallado su ficha entre los registros de nacimientos. Sea como fuere, Walter se percató de la maldad de Broderick y descubrió sus horribles propósitos. Le combatió ingresando en sus filas, consiguiendo vencerle al menos momentáneamente; pero él (Broderick) ha regresado y ya Walter no vive para detenerle otra vez, sólo quedamos nosotros y no se si lograremos derrotarle de nuevo.
El profesor, advirtiendo nuestra consternación, nos propuso descansáramos hasta el día siguiente, pues nos esperaban horas de horror y muerte.
-Si sobrevivimos -dijo-, tendremos tiempo para discutir larga-mente de Broderick Chambers, de tu hermana y de todos nosotros.
Despedí a Robert y al profesor Ashton y subí a mi habitación. Estaba inquieto por todo lo que nos había sido revelado y por lo que aún nos esperaba. Tomé varios somníferos pero no pude conciliar el sueño; a pesar de que no hacía calor todo mi cuerpo sudaba y las sábanas se pegaban a mí como fantasmas. Era ya noche cerrada y sin saber qué hacer daba vueltas en la cama intentando dormir. Mas me era imposible, por lo que me levanté decidido a ir a la biblioteca. Me puse la bata y abrí la puerta con cuidado, la casa estaba silenciosa, demasiado silenciosa, pero no le di mayor importancia y bajé lentamente por las escaleras. Con una mano apoyada en la pared y la otra delante mío bajé uno a uno los escalones sin atreverme a asirme a la barandilla como temiendo encontrar a un ser extraño sobre ella. Por fin llegué a la biblioteca y encendí dos velas; una la dejé sobre el escritorio y la otra la coloqué en un candelabro que no habría soltado por nada del mundo. La luz de las velas proyectaba extrañas formas que se arrastraban entre los libros y sentí que una presencia extraña me vigilaba. Sin dar importancia a esta sensación, cogí «Los últimos de Yiddí» y me senté frente al escritorio. Lo separé por su segunda parte y encontré una invocación que no pude evitar leer en voz baja. Algo se movió a mis espaldas y desapareció tras una estantería. Un temblor estremeció mis labios y musité: «Anna, ¿estás ahí?» Un horrible gorgojeo respondió a mi llamada, era ella, ¡era ella! Retrocedí angustiado y la vi arrastrarse tras de mí, acercándose. Apoyado en la pared busqué la salida perseguido por aquella sombra que se aproximaba lentamente. Comencé a subir las escaleras y algo viscoso tocó mi mano haciéndome tirar la vela. Ya no sabía si aquel ser estaba delante o detrás de mí, pero logré llegar a la habitación y tras cerrar la puerta, ya a salvo, caí desmayado sobre la cama. Al día siguiente me desperté al oír los gritos de Robert y el profesor Ashton que me llamaban...
Hoy el la víspera de todos los santos; cuando anochezca iremos a la mansión abandonada, estoy a punto de volverme loco...

Carta de Robert Chambers a la Universidad de Miskatonick:
En estos desesperados momentos he de dirigirme a alguien con la esperanza de que el horro que amenaza a la tierra sea desterrado al lugar de donde vino. Quizá consideren esta carta obra de una mente retorcida o piensen que intento burlarme de ustedes, pero debo escribir esta última carta para poder morir con la conciencia tranquila. Si alguien recoge mi llamada, encontrará aquí, en mi casa de Newportbury, el diario y las cartas de Arthur Elliot que he reunido junto a mi diario y las notas del profesor Ashton.
Anoche, Arthur, el profesor Ashton y yo nos dirigimos a la mansión abandonada. En nuestro pensamiento solo vivía la idea de enfrentarnos a Broderick Chambers. Durante el camino, el profesor Ashton nos reveló algunos datos que nos eran desconocidos.
-Broderick -dijo el profeso- descubrió la traición de Walter, pero durante el tiempo que este se fingió acólito suyo tuvo tratos carnales con la esposa del brujo. De esta unión naciste tú (me dijo), mientras que Arthur y su hermana nacieron del brujo. Al morir Broderick, Walter os llevó consigo y en todo momento intentó apartaros del camino emprendido por Broderick. Más éste, al regresar de su letargo, unió a la hermana de Arthur a sus huestes y no pudiendo hacer lo mismo con Arthur, llenó su mente de espantosos sueños tratando de conducirle al suicidio. En cuanto a ti, Robert, él nunca reparó en ti ni te consideró una amenaza...
La mansión abandonada ya estaba cerca y como respetando su imagen dejamos interrumpida la conversación. La noche había caído sobre los campos de Newportbury; guiándonos gracias a tres potentes linternas, caminábamos lentamente y con gran precaución. Pasamos sobre la puerta que habíamos echado abajo días atrás y penetramos en el interior. Después de mirar largamente a su alrededor, el profesor Ashton, nos pidió que le indicáramos el lugar donde si hallaba el sótano. No pude reprimir mi asombro al ver la losa colocada de nuevo en su sitio. En aquel momento comencé a pensar en la cisión que Arthur había tenido en aquel lugar y no pude evitar el creer en su autenticidad. Sin embargo, no dije nada a mis compañeros; levantamos la losa y nos dispusimos a bajar al sótano. El profesor Ashton lo hizo primero e inmediatamente le seguimos Arthur y yo. La atmósfera era irrespirable, más que nunca, y el fétido olor a tumba y a carne putrefacta nos hizo retroceder momentáneamente. Ya desde el primer momento las ratas nos atacaron llevándonos hacia el fondo de la estancia. Oímos un murmullo lejano, un cántico que poco a poco se aproximaba hacia nosotros. Sin embargo no vimos a nada ni nadie, solo ratas, horribles ratas saltando unas sobre otras en su afán por alcanzarnos. Un golpe seco nos reveló que la losa había vuelto a ser colocada en su sitio. El profesor Ashton, que iba en último lugar, tropezó y cayó al suelo. Enfocamos nuestras linternas sobre él y sólo vimos retas, gigan-tescas ratas que lo cubrían ya por entero. Corrimos en su ayuda y con las linternas comenzamos a golpear a aquellos repugnantes seres. Una de las ratas cayó sobre mí y  apenas tuve tiempo de golpearla con la linterna, vi como su cabeza estallaba por el golpe y mi rostro se llenaba de su sangre. Casi al mismo instante otra rata, aún más grande que la anterior, hundió sus uñas en mi pierna y comenzó a morderme con sus afilados dientes. Golpeé una y otra vez a aquel ser que parecía querer arrancarme al pierna, pero no logré separarlo de mí. Una y otra vez esquivaba mis golpes y hundía sus dientes en mi carne. Por fin, ya muerta, tuve que arrancarla de mí, pues aún así seguía agarrada.
Con todo, logramos liberar al profesor Ashton y huimos de las ratas. Estábamos cerca del púlpito cuando una sombra apareció ante nosotros, el profesor y yo no nos movimos, pero Arthur se acercó a aquel ser demoníaco y descargó su linterna sobre él. El golpe nunca llegó a su destino, pues una garra velocísima surgió de debajo de la túnica y agarró en el aire el brazo de Arthur, haciéndole soltar la linterna y obligándole a arrodillarse. Sólo teníamos una linterna, la mía. Se la lanzamos al ser que aprisionaba a Arthur pero la esquivó y se inclinó sobre nuestro compañero. Al rato, Arthur comenzó a entonar una invocación. Sus palabras fueron repetidas desde el fondo de la estancia. Se desató una fuerte tormenta y el sótano comenzó a encharcarse; sin embargo, el cántico no cesaba. Sintiendo que algo maligno estaba se adueñaba de aquel lugar, el profesor Ashton musitó «no es él, no es él» y sacando un puñal de su cinto se lanzó sobre Arthur. Los infernales seres que nos rodeaban se abalanzaron sobre el profesor pero no pudieron evitar que este matara a Arthur. Pude notar que al cesar el cántico la presencia que antes dominara la estancia retrocedía dejando solos a los acólitos de Broderick. Huí de aquel repugnante lugar perseguido por aquellos seres. Levanté la losa haciendo un esfuerzo sobre humano y no paré de correr hasta que me encontré tras la puerta de mi mansión. Despedí a la señora Simpson y a las criadas y pedí a josh que se quedara conmigo.
En este momento se acerca Broderick seguido de sus infernales criaturas. Ya no hay salvación para mí pero no permitiré que se apoderen de los secretos que pueda esconder la casa. Josh me trae unas antorchas en este momento. Prenderé fuego a la casa y entregaré esta carta a Josh con la esperanza de que se salve. Cada vez suenan más cercanos los cánticos: «Yiddí... Yiddí... Yiddí». Por favor... por favor...




999. Anonimo

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