Erase un hábil relojero llamado Geppetto, ya entrado en años y sin
familia. ¡Lo que hubiera dado el buen hombre por tener un hijo! Y como pensaba
siempre en lo mismo y era muy habilidoso, casi sin darse cuenta, empezó a
tallar un muñeco en un trozo de madera. Poco a poco, de las manos del
relojero, fue saliendo un muñequito precioso. Tenía cara de pillo y ojitos
vivaces. Sólo la nariz resultaba un poco larga, pero a Geppetto no le importó
y le estuvo mirando con lágrimas en los ojos.
Era ya muy tarde cuando se fue a dormir, dejando el muñequito en el
taller. Todo había quedado silencioso, en sombras... De pronto, un rayo de
luz iluminó el taller y el Hada Azul, la que vela por los deseos incumplidos de
los hombres, apareció y como por arte de magia tocó con su varita mágica al
inanimado muñeco y le dotó de movimientos, diciendo:
-Ya eres el hijo del buen Geppetto. Pórtate bien, Pinocho.
Sin embargo, la carita maliciosa del muñequito no debía de infundir
mucha confianza al Hada porque, tras una duda, añadió:
-Para que te portes bien, te dotaré de conciencia.
Y en la punta de su varita mágica surgió un grillo vestido de
chistera, con cara de pocos amigos.
Antes de desaparecer, el Hada añadió:
-Pepito Grillo será tu conciencia y te seguirá a todas partes.
Cuando a la mañana siguiente Geppetto se presentó en el taller,
experimentó una gran alegría al descubrir que su muñeco, estaba bailando.
-¡Querido hijo Pinocho! -dijo con gran ternura.
999. Anonimo
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