El conde Herbert trataba muy mal a
los animales, pero en especial a sus caballos. Durante las largas jornadas de
caza, en torno a su castillo se mostraba muy cruel. Y no cesaba de utilizar las
espuelas y el látigo.
Cuando el más joven de los
potrillos de la cuadra tuvo edad para ser montado, conoció la crueldad del
conde.
Un día se lamentó con su
compañerita de establo:
-¡Qué hermosa debe ser la libertad!
Vagar a placer y no sentir el látigo... ¿Sabes? Aprovecharé la primera
oportunidad para escapar.
-¡Llévame contigo! -dijo su
compañerita.
Una noche de tormenta; aprovechando
un descuido de los mozos de cuadra, ambos huyeron. Tuvieron que atravesar una
montaña rocosa para no caer en manos de su amo y pasaron hambre y frío.
Pero seguían siempre adelante. Y
así, llegaron a un- hermoso y verde valle, tan lejano, que nadie tenía noticias
de él. Y tuvieron agua y buenos pastos, pero especialmente, gozaron de la
libertad.
Más tarde, varios potrillos se
añadieron a los caballitos padres y llegaron a constituir una hermosa manada.
999. Anonimo
No hay comentarios:
Publicar un comentario