La intención del sabio era esconder
el jarro en la copa de la palmera más alta. Pero, ¡qué dura era la ascensión!
¡Y qué peligrosa!
Por otra parte, tenía que andar con
cuidado, pues llevaba el jarro colgado del cuello por una cuerda y golpeaba
contra las ramas, con el peligro de romperse.
Subió bastante alto y el hijo,
aunque con dificultad, alcanzó a ver el peligro de romperse en que estaba el
jarro, y alzó su voz y dijo:
-¡Escucha, padre! Vas a romper el
jarro que llevas delante. ¿Por qué no te lo colocas a la espalda?
Al oír aquellas palabras, el sabio
se sobresaltó. Pasado el primer momento de estupor, comprendió que su hijo
tenía razón. ¿Cómo no se le habría ocurrido antes?
-Escucha, hijo mío; he encerrado en
este jarro toda la sabiduría del mundo, pero no soy capaz de subirlo hasta la
copa de la palmera sin peligro.
Entonces, se arrancó la cuerda y
cayó el jarro al suelo. Naturalmente, la sabiduría escapó del jarro roto y así
fue cómo se desparramó por todos los confines del mundo. Sólo debemos culpar al
viento si la sabiduría no ha sido repartida por igual en todas las naciones del
mundo.
999. Anonimo
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