Una Princesa huyó de su Palacio, pues su padre el Rey se había casado de
nuevo y su madrastra no la quería nada. La joven se cubrió con una piel de
burro y parecía una mendiga. Así llegó a un lejano Reino y pidió trabajo en
Palacio.
‑Bueno ‑le contestaron, nos hace falta una fregona.
Pasaron los días. Piel de Asno fregaba todo el día, y por la noche en su
cuarto se volvía a vestir de Princesa, para que no se le olvidase quién era en
realidad.
Un día el Príncipe de aquel Palacio se asomó por la cerradura de su
habitación, y al verla tan bella, se enamoró y enfermó sin remedio. Los médicos
no sabían cómo curarle y los Reyes ofrecieron grandes recompensas a quien le
sanase.
Piel de Asno se enteró, y pidió que le dejaran hacerle una tarta; la
cocinera, muy enfadada, le dijo:
‑¡Con que no come mis caldos, y va a comer tu tarta...!
Pero Piel de Asno insistió hasta que la convenció. Hizo un pastel precioso,
y dejó caer en la masa su anillo de Princesa, y después de asarlo, lo llevó al
Príncipe. Éste probó un bocado y dio con el anillo; lo reconoció en seguida.
‑¡Ella es! ‑exclamó. ¡Ella llevaba este anillo!
¡Madre, quiero casarme, y me curaré inmediatamente!
¡Y eso sucedió; el Príncipe con Piel de Asno se casó!
999. Anonimo
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