Un relojero suizo muy trabajador,
tenía dos hijos y muchas veces se decía:
-Cuando sean mayores, les enseñaré
mi oficio.
Pero no pudo cumplir sus deseos con
el menor, ya que cayó enfermo y perdió la vista.
Como era muy bueno y muy tímido,
Joseph, que así se llamaba el niño, procuraba molestar lo menos posible y pasar
desapercibido en su oscuridad.
El hermano mayor, por el contrario,
era egoísta, violento y poco considerado con su pobre hermanito y a pesar de
ello, era el preferido de su padre, por su buen aspecto y arrogancia.
Un día en que pasaban por un
puente, el mayor, presumiendo de valiente, caminó sobre el pretil y resbalando
cayó al agua. El menor, aterrado, era incapaz de ayudar a su hermano y suplicó
al cielo que le concediera la vista, aunque fuera por unos instantes.
Y su deseo fue escuchado. La luz se
hizo en sus ojos y vio las aguas turbulentas y a su hermano a punto de
ahogarse. Rápidamente cortó una rama de un árbol, se la alargó y, asido a ella,
pudo el fanfarrón alcanzar la orilla.
Inmediatamente, el menor volvió a
perder la vista y nadie pudo saber que había salvado a su hermano.
Y aunque no recibió una sola
palabra de agradecimiento se sintió feliz de haber sido útil a su prójimo al
menos una vez en su vida.
999. Anonimo
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