Según cuentan por allí, hace
muchos años, en el Bosque Ilusión, allá donde viven esos exóticos duendecillos
de piel verde como esmeralda aconteció una extraña historia. Vivió en aquel
bosque una familia de duendes muy orgullosa de su verde color. Cuentan que la familia Greenvelle
era verde de cabeza a pies, y que hasta las plantas envidiaban su verde color.
Sucedió un día que la
señora Pat Greenvelle quiso tener un bebe, pero no se lo
daban los espíritus de los arboles a los que tanto imploraba.
Una brillante mañana salió la
verde mujer por el todavía más verde camino y se encontró a un hada de las
flores que cantaba al sol. De pronto un extraño animal salió de los matorrales
y atrapo al hada. La pobre
Pat asustada comenzó a tirarle piedras al feroz animal hasta
que se fue dejando al hada en santa paz. El hada en agradecimiento le prometió
que muy pronto el sol le daría una pequeña hija de la cual podría estar muy
orgullosa. Pat se fue feliz a su casa y contó esto a todo el pueblo, porque
pronto tendría una verde bebe de la cual seria orgullosa mamá.
En efecto, el hada tuvo
razón, pronto llego a la
familia Greenvelle una nueva bebe... ¡Solo que verde no era
precisamente su color! Pat Greenvelle tuvo una pequeña niña amarillo limón, a
la que llamaron Dindina. Ella tenía cabellos dorados como las arenas de los
desiertos, en sus ojos estaba el sol, toda ella era de un amarillo brillante
como luz.
Solo los animalitos querían a
Dindina, y se volvieron sus amigos. Ellos siempre la acompañaban y hablaban con
ella, pues ella tuvo que aprender su idioma. A Dindina le encantaba dar paseos
por la parte inhabitada del bosque, porque allí no había quien la criticara ni
se riera de su color.
Un día, mientras caminaba por
el Bosque Ilusión, en el cual se dejaban ver todos los matices de verde habidos
y por haber, Dindina vio que algo azul se movía a lo lejos. Le llamó mucho la
atención, porque el azul no era un color muy común por aquellas partes del
bosque. Se acerco para ver que era. Se sorprendió muchísimo al ver que la cosa
esa era un duende que lloraba desconsoladamente, pero no era cualquier clase de
duende, sino que era un duende azul. Acercándose más a él, le pregunto por qué
lloraba. Él le contesto que porque de donde venia nadie lo quería por ser azul.
Él era Ginbran Blue Eye, y
venía del pueblo vecino al de Dindina. A él tampoco lo querían por ser de un
color diferente. Tenían muchísimas cosas en común, así que pronto se hicieron
muy buenos amigos. Se siguieron viendo en el bosque todos los días, donde
jugaban, platicaban y se divertían mucho. Eran inseparables. Un día llego Gin
con la buena nueva de que había llegado al Bosque Ilusión una bruja muy famosa
que proclamaba poder cambiar a las personas. La Bruja Miltrafaldumiruja ,
como todos la llamaban podía transplantar desde colores hasta uñas y si se lo
pedían, también creaba hechizos y curaba enfermos. Dindina pensó que tal vez
ella pudiera hacer algo por Blue Eye y ella, así que le propuso a su amigo que
fueran a verla.
Así pues, una tarde fueron
ambos a ver a la bruja.
Esta de inmediato supo que habían llegado y a qué habían ido.
Cuando entraron en la vieja choza en el centro del bosque, vieron que había un
cuartucho obscuro alumbrado sólo por un mechero en una mesa. Muchos eran los
recipientes con sabandijas extrañas colocadas en repisas polvorientas y junto a
libracos con hojas derruidas por el tiempo y el uso... Estaban tratando de
vislumbrar un ruido entre los frascos, distinguiendo un tímido ratón detrás de
ellos... cuando la bruja entró.
-Je, je, je... ¿qué desean
mis queridos y horribles amigos?...
-Quere-queremos ser verdes-
fue todo lo que pudo articular Dindina, mientras Blue Eye estaba absorto al ver
la cantidad de arrugas y verrugas como posible podía tener una cara.
Después de todo esto les dijo
que sólo si pasaban una prueba, sabría ella, si ellos eran merecedores de tener
el color verde. Dindina le dijo que harían cualquier cosa con tal de ser tan
verdes como la esmeralda.
-Pues serán tan verdes como
la esmeralda, si hacen lo que yo les digo. Jee... jee... jee.
-Dijo la bruja. La prueba
consiste en ir a lo más alejado del bosque y conseguir siete tréboles de cuatro
hojas, lo cual será muy difícil, pero es necesario para ser verdes.-
Pues aparte de que los
tréboles de cuatro hojas son muy difíciles de encontrar como todos lo sabemos,
en esa parte del bosque habitaban fieras salvajes y desconocidas. Antes de
partir, la
Bruja Miltrafaldumiruja les obsequió unas capas hechas de
hojas especiales para camuflagearse en el bosque. Con las capas puestas
evitarían que animales peligrosos los pudieran atacar.
Blue Eye y Dindina se
dirigieron hacia el sur del bosque porque los animalitos del bosque les dijeron
que allí podrían encontrar algún trébol de cuatro hojas. Los pequeños
duendecillos caminaron mucho tiempo, de tanto caminar se adentraron en la parte
más obscura del bosque. Llevaban puestas las capas que la bruja les había dado
por temor a ser vistos por algún animal. A Dindina se le veía un poco de su
pelo entre las hojas, por lo tanto parecía una florecilla silvestre caminando.
En eso atinaron a salir por detrás de unos árboles un par de libélulas
nocturnas gigantes que al ver lo que parecía una florecilla amenazaron con
comerla. Dindina atemorizada echo a correr y su capa se cayo, entonces su color
brillante como luz deslumbró a las libélulas que huyeron despavoridas ante tan
brillantes destellos.
Recogieron la capa y
corrieron hasta un claro del bosque. Allí encontraron una pastora a la que
parecieron unos duendecitos muy simpáticos. Ellos le contaron su historia y la
pastora los quiso ayudar, así que los llevó a un lugar entre las rocas donde
recordaba haber visto un par de esos tréboles tan especiales. Entre las piedras
todavía estaban los tréboles que la pastora vio y Dindina los arrancó con todas
sus fuerzas. Ahora nada más les faltaban cinco tréboles más para completar la
prueba que les había puesto Miltrafaldumiruja. Se despidieron de la pastora y
siguieron su camino, claro que ahora más contentos y seguros por haber
encontrado esos dos tréboles tan preciados.
Suspiraron y creyeron que
estaban a salvo de todo peligro, la tarde caía en el bosque, un color rojizo
enmarcaba el verde cada vez más obscuro de los abetos y pinos, las sombras cada
vez mas largas, cuando vieron a lo lejos entre un zacatal una figurilla que
agitaba su cuerpo, se acercaron sigilosa-mente... Pero fue demasiado tarde...
aquella hermosa criatura se delató como una ninfa que tenia tanta hambre que
seria capaz de devorarlos. Sin embargo, Dindina hablaba el idioma de todas las
criaturas del bosque y la convenció de que no se los comiera, a cambio le
prometió llevarla a un lugar donde encontraría muchas flores de semillas
doradas, que eran las favoritas de las ninfas.
Como Dindina conocía muy bien
el bosque, llevo a la ninfa hasta donde estaban las flores de semillas doradas
y allí comió hasta saciarse completamente. La ninfa agradecida, prometió
ayudarles a encontrar lo que necesitaban. Ella sabia donde podían encontrar un
trébol de cuatro hojas, solo que quedaba muy lejos y se hacía cada vez más
tarde, por el momento lo mejor sería descansar para que continuaran el viaje
después de recuperar energía. A la mañana siguiente decidieron emprender su
camino hasta el lugar que la ninfa conocía. La ninfa podía volar, pero no sabia
como llevar a los dos duendes, era muy pequeña para tanto peso. Así que
Ginbran, que era amigo de todos los pájaros azules, les pidió ayuda a dos
pajarillos que pasaban por el lugar. Sobre de ellos montaron Dindina y Gin y la
ninfa los guió por un largo camino. Tardaron toda la mañana en llegar hasta
donde estaba un sembradío de tréboles. Ahora solo faltaba buscar. Pasearon
entre tréboles, viéndolos uno por uno, contando sus hojas sin perder la esperanza
de encontrar aunque fuera uno. Gin y Dindina resaltaban aun más sus colores
entre tantos tréboles verdes: ella amarilla como el sol y el azul como el
cielo. Entre mas tréboles veían y mas tréboles contaban, menos esperanzas
tenían de encontrar al que buscaban. Finalmente su incesante búsqueda dio
frutos, debajo de un montón de tréboles mas grandes, y entre las
características flores lilas de estos encontraron los duendecillos un pequeño
trébol de cuatro hojas, y a su lado dos tréboles más grandes, también de cuatro
hojas. Los arrancaron y los guardaron junto a los otros dos, sólo faltaban dos
más.
La ninfa que se había
encariñado con ellos, decidió acompañarlos en su incansable búsqueda por el
Bosque Ilusión. Durante varios días recorrieron todo el bosque palmo a palmo
sin encontrar ni una pista de donde encontrar los dos tréboles que les
faltaban. Preguntaron a los animalitos, a las perso-nas, a las hadas, a todas
las creaturas del bosque sin encontrar respuesta.
Finalmente, de tanto caminar
volvieron a la aldea de Dindina. Los duendes de la aldea, que para entonces ya
sabían lo que Dindina y su amigo pretendían, no dejaron de burlarse de ellos
por un momento. Sin embargo, los pequeños duendes estaban convencidos y
decididos a lograrlo, así que no se dejarían vencer tan fácilmente. Después de
todo sólo les faltaban dos tréboles más para lograrlo.
Por esas fechas se llevaba a
cabo en el pueblo la cosecha anual de vegetales para el malvado gigante de la colina. Este gigante
oprimía a las aldeas de duendes desde hacía siglos, pero a los duendes no les
quedaba más que obedecer. El gigante bajaba cada año en época de cosecha para
quedarse con todas las cosas que los duendes le pudieran dar. El muy malvado
sólo les dejaba lo indispensable para vivir y que así lo pudieran seguir
manteniendo.
Un día en que Gin, Dindina y
la ninfa platicaban a escondidas con la abuela de Dindina, ésta les contó que
en el castillo del gigante se guardaba un ejemplar de toda la fauna y la flora
en el Bosque Ilusión. A Gin ser le ocurrió entonces que el gigante debía tener
un trébol de cuatro hojas y que lo mejor sería ir a buscarlo para poder ser
verdes.
A la ninfa y a Dindina les
pareció una idea magnifica. La abuela de Dindina en un principio no quería,
estaba muy preocupada de que algo les pudiese ocurrir, especialmente a su
nieta. Les advirtió que tuvieran mucho cuidado porque si el temible gigante los
descubría los guardaría para siempre en su colección. Los jóvenes duendecillos
y la ninfa tendrían que esperar a que el gigante bajara a recoger las cosechas.
Siempre bajaba él personalmente para asegurarse de que los duendecillos no se
quedaran más que con lo indispensable, nada más. Mientras llegaba tan anhelado
día, Dindina y sus amigos se preparaban, juntaban provisiones para la escalada
a la montaña, se ejercitaban para ser más ágiles y trazaban planos del bosque
para tomar en cuenta todas las posibilidades.
Finalmente llegó el día en
que ellos subirían a la montaña y bajaría el gigante, debían ser muy rápidos
porque él sólo tardaba dos días en recoger su tributo. Se despidieron de la
abuela y se fueron muy temprano en la mañana sin decirle a nadie de sus planes.
Comenzaron a subir a lo largo
de un arroyo que pasaba junto a la vereda, era un riachuelo muy azul y cuyas
aguas entonaban una triste melodía. Se contaba por el bosque que en ese arroyo
se bañaba la princesa
Melodía hasta que un día extrañamente desapareció y sólo
quedo su armoniosa voz entonando aquella triste cancioncilla. Entonces había
aparecido el gigante y prohibía que cualquier ser se acercara al río o a su
castillo. Había quienes afirmaban que el gigante la había capturado y había
empezado con ella su colección de seres vivos.
Por si sí o por si no, casi
nadie se atrevía a subir por aquella triste vereda y menos se acercaban al
arroyo. Rodeaban sus aguas unas caprichosas flores amarillas que parecían
desentenderse de las amenazas del gigante y que mostraban su color con orgullo.
Ginbran, Dindina y la ninfa subían en absoluto silencio cuando oyeron los
temerarios pasos del gigante que se acercaba hacia donde ellos estaban. No
sabían que hacer, si correr o quedarse, y entonces, como si algo los hubiera
empujado, Dindina se escondió bajo las flores, Gin entró al arroyo y se
extendió contra el fondo y la ninfa se fue tras una roca que había por allí. El
gigante paso de largo, advirtió su olor pero no los pudo ver.
Cuando el gigante se perdió
de vista los tres siguieron su camino hacia el castillo de aquel. Llegaron ante
una impresionante cons-trucción que denotaba haber sido hermosa muchísimos años
atrás, ahora ajado por el tiempo el castillo se veía tétrico y sin vida.
Entraron por un pasadizo del que les había contado la abuela de Dindina y
recorrieron viejos y derruidos pasadizos, amplios y estrechos, altos y pequeños,
obscuros y luminosos, de todos tipos hasta llegar a lo que parecía ser una sala
de trofeos.
Empezaron a investigar en
cada uno de los recipientes y jaulas que allí había. Lastimosos animales pedían
ayuda con sus gemidos, algunas plantas ya casi marchitas levantaban sus hojitas
como pidiendo ser rescatadas. Se acercaron a una bellísima planta de color
encarnado y Dindina leyó en voz alta:
- “Cuidado con la planta del
sue...- ni siquiera pudo terminar de leer cuando la acción de somnífera de esta
planta les hizo efecto. Habían estado muy cansados del viaje y aunado ésto al
polen de la flor, lo más seguro es que se dormirían todo un día, o quizás dos.
Se oyeron retumbar los
feroces pasos del gigante contra las lozas del castillo. Habían pasado dos días
y tanto los duendecillos, como la ninfa, despertaron asustados ante el ruido
que el gigante hacía. Tendrían que buscar rápido, no había muchas
oportunidades, era ahora o nunca. Se separaron y buscaron hasta que Gin dio con
el pequeño trébol que estaba dentro de una botella. Cuidadosamente lo sacó y
justo iba a hablarle a la ninfa y a Dindina cuando el gigante entró.
¿Quién anda allí? Aunque no
los pueda ver los puedo oler -dijo mientras se acercaba peligrosamente al lugar
donde se encontraba Dindina- Sé que son los mismos que me topé cuando bajé al
pueblo hace dos días.
¡Ajá, te atrapé!
Había encontrado a Dindina y
la tomó con sus enormes manos para acercarla a sus ojos y verla mejor. Nunca
había visto una duendecilla amarilla, verde sí, rosa también, pero amarilla
nunca. Pensó en guardarla para su colección.
La ninfa para crear una
distracción, soltó un par de animales desde la parte trasera del cuarto, el
gigante al oírla volteó y la vió. Rápidamente capturó a sus animales y a la
ninfa también.
-Ninfas ya tengo muchas, a ti
te mataré o te comeré mañana, pero a tí pequeña duende te guardaré aquí toda la vida-. Dijo mientras
arrojaba a la ninfa en un frasco de cristal y colocaba cuidadosamente a Dindina
en una jaulita de madera.
-¡Suéltalas! Tómame a mí en su
lugar -gritó Ginbran saliendo de su escondite.
Sólo que el gigante pensó
mejor y decidió conservarlos a los dos. Por la ventana se oyó un lamento, era
la voz del arroyo que lloraba cual si le hicieran daño. Entonces Dindina notó
que el gigante enjugaba una lágrima y sin pensarlo preguntó:
-¿Por qué estas triste
gigante? ¿Por qué está triste el río? ¿Por qué son tan infelices y solitarios
los dos? El gigante lejos de enojarse accedió, al fin y al cabo pasarían allí
mucho tiempo, sino es que más y más valdría que supieran. El gigante en otra
época había sido un guapo y riquísimo príncipe al que todo mundo veneraba y que
protegía las aldeas de los duendes que estaban alrededor de la montaña, un día
él, que era un cazador, cazó un espécimen muy extraño, pero en realidad era un
hada del bosque que lo maldijo y lo convirtió en un gigante condenado a cazar
creaturas del bosque que lo acompañaran en su soledad. Pero él tenía una joven
esposa que no había querido abandonarlo y el hada enojada la convirtió en un río
que lloraría por todo el mal que el gigante hiciera. La única manera de romper
el hechizo es que las creaturas de bosque no huyeran de él, ese día él podría
dejar de cazar y su amada regresaría convirtiéndolo a él nuevamente en un
hermoso y gallardo príncipe.
Sin embargo, ¿qué creatura
del bosque querría permanecer junto a un ser como él? El gigante salió del
cuarto triste y cabizbajo, sin notar que había dejado el frasco de la ninfa
destapado, ella salió volando y abrió la jaula donde se encontraban Dindina y
Gin. Pronto empezaron a soltar a todos los animales y creaturas que allí
existían, hasta que no quedó ninguna capturada. Todos huyeron despavoridos,
como lo iban a hacer la ninfa y Ginbran, pero Dindina los detuvo y les dijo:
-No se dan cuenta de que si
lo dejamos así, pronto recapturaría a todos los seres del bosque y se volvería
más malo. Yo me voy a quedar con él, yo sí creo que en el fondo sea bueno.
Dindina salió corriendo a
buscar al gigante sin que Gin y la ninfa pudieran detenerla. Cuando el gigante
la vio venir inmediatamente se dio cuenta de lo que había pasado y al
imaginarse solo otra vez se puso a llorar desconsolada-mente, pero Dindina que
era muy buena y sabía perdonar le dió un besito en la mejilla y le dijo que
ella siempre estaría con él cuando la necesitara. Más
tardó Dindina en decir esto que el riachuelo en entonar una dulce y alegre
canción de amor, al tiempo que aparecía una bella princesa ante los asombrados
ojos de Dindina, Gin y la ninfa.
La princesa besó al gigante y
este se convirtió en un guapísimo príncipe. Él les dió las gracias a Dindina y
sus amigos, además de que les regaló el trébol de cuatro hojas que él tenía.
Los tres regresaron muy contentos a la aldea, donde los recibieron como héroes,
realmente la madre de Dindina estaba muy orgullosa de ella, al igual que todo
mundo en el pueblo.
Pero no todo era alegría para
Dindina y Ginbran, porque todavía no eran verdes y ya no había más tréboles de
cuatro hojas en toda la superficie del bosque. Decidieron ir a ver a la Bruja Mifaltraldumiruja
y pedirle su consejo.
-Lo que han hecho ha sido muy
valiente -les dijo- su corazón vale más que mil esmeraldas juntas, realmente es
su color lo que los hace diferentes, pero son esas diferencias lo que los hace
ser tan especiales, si no fuera por sus colores tan deslumbrantes quizá nunca
hubieran logrado lo que lograron. Yo tengo el último trébol de cuatro hojas, y
tengo la supermatic ultra traída desde el japón especial para hacer
transfusiones de colores, pero... ¿Están seguros de que quieren ser verdes?
Dindina y Ginbran se dieron
cuenta de que no era su color lo que importaba, sino su corazón, por lo que
decidieron seguir siendo amarillo y azul. Cuando regresaron al pueblo todos se
quedaron sorprendidos de ver que no eran verdes como habían dicho que
volverían, pero lejos de repudiarlos los felicitaron por atreverse a ser como
ellos eran en realidad.
999. Anonimo
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