Doña Juana era una rica señora que
no tenía familia y llenaba su lujosa casa de gatos, a los que prodigaba mil
caricias, ponía lazos y alimentaba con golosinas.
-Con lo que ella gasta en sus gatos
-decía la gente, podría mantener y hacer feliz a los huérfanos de la ciudad.
El alcalde fue a visitarla y se lo
propuso, pues aun reconociendo que era una gran cosa amar a los animales, mejor
era amar a las personas, especial-mente a los niños. Pero ella, airada, se negó
a atender su sugerencia.
Y sucedió que un día, caminando por
el parque de su casa, doña Juana se cayó a la alberca y empezó a pedir socorro.
Los gatos ni se inmutaron y siguieron lamiendo sus platitos de leche.
Suerte que Nicolasín, un huérfano
que trabajaba en una huerta próxima, la oyó y pudo sacarla del agua y llevarla
a la cama, donde la abrigó, luego cocinó en el fuego un caldo y la cuidó
durante toda la noche.
Y por fin, la terca doña Juana
comprendió que las personas eran muy superiores a los animales y se quedó con
Nicolasín, al que hizo muy feliz.
999. Anonimo
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