RESULTA QUE Pifucio una vez
se enamoró de una princesita. Pero no de una princesa verdadera. Era una
princesita de videojuego.
Vivía en un juego donde un
valeroso príncipe trata de salvar a la princesita de un malvado dragón. Los
personajes se movían cuando uno apretaba las teclas y botones de la computadora. Si
uno se sentaba a jugar un buen rato, con un poco de paciencia y otro poco de
suerte la lograba rescatar, y el príncipe se casaba con la princesa. Si se
equivocaba, el dragón echaba fuego por la boca y terminaba el juego.
A los demás nenes les gustaba
la parte en que el príncipe se casaba con la princesa. Pero a
Pifucio eso no le gustaba; lo ponía celoso. Prefería mirar y mirar a la
princesita cuando estaba muerta de miedo, cerca del feo dragón. Mientras miraba
a la princesita, se imaginaba lo lindo que sería que la princesa fuera de
verdad, y no un dibujito en la pantalla de la computadora del papá. Que uno
pudiera tocarla, hablarle y jugar con ella.
Pifucio quiso saber si se
podía sacar a la princesita de la máquina, pero todos le dijeron que no. Que un
dibujito, por más lindo y colorido que fuera, no podía transformarse en algo de
verdad.
Pifucio estaba muy triste,
hasta que el papá le prometió que iba a hacer algo para que Pifucio y su
princesita pudieran encontrarse. Fueron a ver a un señor que tenía una casa
llena de computadoras. Entonces el papá le explicó el problema, y el señor se
puso a trabajar. Primero le sacó una foto a Pifucio, y después les dijo que
volvieran en unos días. Entonces el señor se puso a trabajar con su
computadora, y Pifucio y el papá se fueron a su casa.
Para el día en que el señor
había prometido el trabajo, fueron a verlo. Entonces el señor de las
computadoras les explicó que no había podido fabricar a una princesita de
verdad, pero que había hecho un Pifucio chiquito adentro de la computadora. Entonces
les mostró un juego, en donde el Pifucio chiquito jugaba con la princesita,
asustaban al dragón, y se iban de la mano a todos lados.
El Pifucio de verdad se puso
muy contento, y se llevó un disco con el juego a su casa. Después de unos días, todos los
chicos del barrio se habían copiado el juego de Pifucio y la princesita, y se
la pasaban jugando con él.
999. Anonimo
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