En el lejano bosque había una casita de la que
todo el mundo hablaba cosas muy terribles, porque nadie había salido vivo de
ella.
Por eso, cuando Margarita se perdió en la
espesura y fue a dar con ella, tuvo un poco de miedo.
Llamó a la puerta sin embargo, pues ya era de
noche, y le abrió un anciano a quien acompañaban un pollo, una vaca y un orgulloso gallo, y les pidió asilo hasta
el día siguiente.
‑¡Pasa, pasa! ‑le dijo el anciano‑.
Aquí puedes descansar, pero en pago, me harás la
cena esta noche.
Margarita se puso a la tarea, y con lo que el
viejito tenía en la despensa, hizo un hermoso pastel para los dos. Pero antes
de sentarse a la mesa, miró a los animales y dijo:
‑¡No puedo cenar tranquila si vosotros no probáis bocado!
Y preparó grano para el gallo, migas para el
pollito y heno fresco para la vaca. Sólo entonces se sentó a
cenar.
‑¡Tú me has salvado! ‑exclamó entonces el
anciano, que se convirtió al momento en un apuesto Príncipe‑.
¡Sólo tú has dado de comer a mis animales antes
de comer tú misma!
¡Te casarás conmigo, si quieres, pues te estoy
muy agradecido!
Y así fue. Margarita, por su amor a
los animales, desencantó al Príncipe y a sus tres escuderos y fue una Princesa
feliz.
999. Anonimo
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