448. Cuento popular castellano
Yendo un chico que no tenía padre ni madre
pidiendo por el mundo, llegó a un pueblecito y fue a llamar, pidiendo una limosna,
en casa del señor cura. Al verle, el señor cura le dijo:
-Hombre, chico, tú tan joven, pidiendo...
¿Por qué no te pones a servir?
-Mire ustez, porque no me quiere nadie.
-¿Cómo que no te quiere nadie? Si quieres
trabajar, mira, puedes quedarte para que riegues la huerta y hagas todo lo que
te mande.
El chico se quedó al servicio del señor cura.
A todas horas el cura le decía:
-Chiquito, vete a la huerta a regar.
Chiquito, vete a tal recado. En fin, ya un día el cura le dijo:
-¿Cómo te llamas? Porque siempre «chiquito
aquí, chiquito allí...!».
-Pues mire ustez, no me atrevo a decírselo,
porque es un nombre tan feo. No me atrevo a decírselo. El cura de mi pueblo
estaba loco cuando me lo puso.
-Dímelo, hombre, dímelo, no tengas
inconveniente.
-Sí, que se lo digo; pero con la condición de
que no se lo ha de decir ni al ama ni a la criada, porque se reirán de mí.
-Dímelo, que yo te doy palabra que no he de
decírselo a nadie.
-Pues me llamo... me llamo... señor cura, que
no me atrevo a decírselo... Me llamo...
-No tengas miedo, hombre, que yo no se lo
diré a nadie.
-Pues me llamo... Dos-dedos-contra-el-culo.
-¡Jesús, qué barbaridaz! -dijo el cura-. Sí,
que es feo. No se lo diré yo ni al ama ni a la criada.
Cuando estaban solos le decía el cura:
-Chiquito, Dos-dedos-contra-el-culo, vete a
regar tal cosa...
Dos-dedos-contra-el-culo, vete a tal recado.
Otro día, como el ama también le mandaba a
hacer recados -siempre «chiquito aquí, chiquito allí», le preguntó cómo se llamaba,
para llamarle por su nombre. Entonces el chico le dijo:
-No se lo digo, no; no me atrevo, que es un
nombre muy feo; que si lo sabe el señor cura, me va a echar de casa.
-Dímelo, dímelo, que yo no se lo he de decir,
ni al señor cura ni a la criada.
-Yo no sé.., el cura de mi pueblo... cómo
estaba para ponerme ese nombre. Me puso.., no me atrevo a decírselo...; pero
si ustez no se lo dice a nadie... Me llamo Dominus Vobiscum.
-En verdaz -dijo el ama-, estaría tonto el
cura de tu pueblo para ponerte ese nombre. Pero ten cuidado que yo no se lo he
de decir ni al señor cura ni a la criada.
Y cuando estaban solos, el ama les llamaba
Dominus Vobiscum.
Un día que estaba con la criada en la cocina,
también le preguntó la criada que cómo se llamaba. Y le dijo que no se lo
decía porque era un nombre muy feo. Y si lo sabía el señor cura y el ama, que a
lo mejor le echaban... Que no...
-Dímelo, hombre, dímelo -le dijo ella-, que
basta la confianza que tenemos, tanto tiempo juntos; que no se lo diré a
nadie.
-Mira, chica, no sé cómo estaba el cura de mi
pueblo para ponerme ese nombre. Al fin, te lo voy a decir; pero no se lo digas
ni al cura ni al ama.
-¡Bien, dímelo! ¡No se lo he de decir!
-Pues me llamo... Casi no me atrevo a
decirlo...; pero, en fin, me llamo Me-pica.
Así pasó algún tiempo, haciendo buen
sirviente, y depositaron la confianza en él, tanto el señor cura como el ama y
la criada, mandándole a todos sitios. Como tanta confianza tenían con él, un
día se fueron a misa todos y le dejaron a él solo en casa. Mientras estaban en
misa, él robó todo el dinero que tenía el cura y se marchó.
Al salir de misa el señor cura y las
sirvientas, se encontraron con que les había robao y se había marchao. Y no
pudieron dar con su paradero.
Al cabo de algunos años, con motivo el criado
de haberse metido a arriero, tuvo que pasar un día con la riata por ese
pueblo, que era domingo. Como él sabía que en ese pueblo todos iban a misa y
nadie había por la calle, ató la recua allá a una reja y se metió a oír misa.
Se puso el último de todos; pero la criada la dio la gana de volver la cabeza y
le conoció. Se levantó ligera, fue adonde estaba el ama y la dijo:
-Señora ama, Me-pica.
Y el ama la dijo:
-¡Arráscate, cochinotona! ¿A qué vienes aquí
con que te pica?
-¡No, señora, aquel criado que teníamos que
se llama Me-pica, está allí abajo oyendo misa, detrás de la puerta!
Entonces el ama se levantó corriendo y fue al
altar y le dijo al señor cura:
-Señor cura, ¡Dominus Vobiscum!
-¡Bu! ¡No sé yo decir la misa! ¡No es Dominus
Vobiscum; es Orate fratres!
-¡No, señor! Aquel criado que tuvimos, que se
llamaba Dominus Vobiscum, que está allá abajo, oyendo misa.
Entonces el señor cura se volvió al pueblo y
les dijo:
-¡Dos-dedos-contra-el-culo, echármelo mano!
Y el pueblo corría hacia el cura. Y
entretanto todas esas cosas, el arriero salió, cogió la recua y se marchó.
Y cuando salieron, ya no lo encontraron.
Peñaranda
de Duero, Burgos. Amalio
Hernán. 16
de julio, 1936. Sastre,
60 años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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