Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 4 de julio de 2012

El arriero y el cura


297. Cuento popular castellano

Éste era una vez un arriero que tenía mesón. Y la mujer era amiga del señor cura. Y el arriero se marchaba de viaje y la dejaba con toda confianza, no pensando lo que pasaba. Pero ya un día un vecino le advirtió de que su mujer tenía mucho trato con,el señor cura.
Y un día que hacía muy malo, que llovía, se salió el arriero a los pueblos a vender. Y era un día que llovía mucho. Y nada más marchar, le mandó razón al señor cura que iría, que no estaba su marido. El señor cura acudió, y fue donde la arriera. Y ya tenía preparada ella una buena cena, porque el arriero se había mar­chado a mediodía.
Y en ese entremedio estaba lloviendo mucho, que no podía llo­ver más. Y llegó un militar al pueblo y fue a pedir posada en el mesón. Y salió la mujer y le dijo que no le podía recoger de ningu­na manera, que no estaba su marido; pero él insistía, que viendo cómo estaba la tarde, que por Dios le recogiese, que adónde podía ir él; que aunque fuese en el pajar, que le recogiese. Y ya cedió la mujer. Le recogió y le metió en el pajar.
El pajar caía encima de la cocina, donde estaban el cura y la mujer del arriero. Y las tablas que estaban encima de la cocina tenían hiendas, que se veía perfectamente lo que pasaba en la co­cina. Tenían preparado para cenar un pavo asao y una botella de vino de Málaga y una ensalada muy buena. Ya que estaban para cenar, preparaos, dan golpes a la puerta, y¡que viene el marido de la mujer, el arriero! Y ella, nada más golpear, le conoció.
-¡Ay, Dios! ¿Dónde te meteré yo ahora? -le decía al señor cura-. Porque es mi marido, le conozco yo bien. Pues, te vi a me­ter en esa arca tan grandona que tenemos al paso para ir a la cuadra.
Y toda la cena que tenía la metieron en el horno. Bueno, el cura se metió en el arca, y ella salió y abrió al marido. Y el marido venía, pues, hecho agua.
-Pues, ¿cómo te has vuelto?
-Pos, llegué al pueblo inmediato, y de que tanto llovía, no pude continuar y me volví.
-Bueno, bueno. Pues, quítate la ropa y vete a la cama.
-No, no, mujer, a la cama no. Es pronto. Antes cenaremos... y me iré a la cama.
El militar, que estaba observándolo todo, empezó a teritar y a decir:
-¡Ay, qué frío, Dios mío! ¡Qué frío! Y el marido, pues, lo oyó.
-Mujer, ¿qué se siente?
-Nada, nada. No hagas caso, que no es nada. Y el militar otra vez:
-¡Ay, Virgen Santísima! ¡Qué frío! ¡Esta noche me muero! ¡Uy, qué frío!
-Mujer, pues, algo será eso.
-Un soldao, un soldao, que vino mojao a pedirme posada y le he echao al pajar, porque estas gentes son gentes de mal agüero, y no le quise meter en la cocina.
-¿Cómo has hecho eso, mujer? -dice el arriero, el marido. ­¿No te da lástima del pobre? Hay que manderle que baje a la lumbre.
-No, no, eso sí que no. Si baja el soldao, me marcho yo.
-¡Vaya, mujer! No parece sino que el pobre te haga tanto daño porque baje. Pues, hay que mandarle bajar. ¡Pobre soldao! Que se caliente. Le daré yo ropa mía. Que se quite lo mojao y cene con nosotros.
-Bueno -dice ella-, si te empeñas. Malo será que no nos duela la cabeza a.los dos.
Fue el arriero y le mandó bajar. Le hizo cambiar de ropa al soldao; le dio de cenar un poco de caldo de ajo que había hecho la mujer.
-¡Ay, hijo, no tengo más cena! -decía la mujer-. Porque como no te esperaba, yo con un poco caldo me iba a la cama.
-Bueno, bueno, mujer, pues, ¿qué? Si no hay más, lo que haya se le da.
Bueno, tomaron el caldillo y dice el arriero:
-Bueno, militar, ustez se acuesta en la trébede, que está bien caliente, y yo, pues, me voy a la cama.
-Patrón -dice el soldao (porque la señora esa, de que vino su marido, toda la cena que tenía la metió en el horno), ¿ustez no querría comerse ahora un pavo asao?
-Hombre, ya lo creo -contestó el arriero. Por ser pavo cualquiera le comería.
-Porque yo tengo un libro que todo lo que le pido me da. Abrió el libro y dice:
-Artículo pavórum. Patrona, saque ustez ese pavo asao que hay en el horno.
-¡Ay, qué condenao de soldao! ¿Quién va a haber metido el pavo en el horno?
-Ustez sáquele, patrona, sáquele, que el libro que tengo yo no miente.
Fue la mujer al horno y sacó el pavo. Y se ponía furiosa con su marido.
-¡Yo no ceno con vosotros! ¡Pavo! Porque este soldao tiene parte con el demonio, porque el demonio ha tenido que meter el pavo en el horno.
Comieron el pavo. Y a medio comer el pavo, dice el soldao:
-Patrón, ¿no bebería ustez ahora una botella de vino de Má­laga con el pavo?
-¡Ya lo creo que la bebería! No sería malo, una botella de vino de Málaga.
-Verá ustez, verá ustez..., mi libro cómo me la da. Abre el libro y dice:
-Artículo vinórum. Patrona, saque ustez esa botella de vino de Málaga que tiene ustez en el horno.
-¿No te lo dije yo? ¡Ay, Dios mío! Este soldao es el demonio. ¿Quién va a meter allí el vino, en el horno? Nadie, nadie. Este sol­dao es el diablo.
-Patrona, ustez sáquelo y calle.
Fue la mujer, metió la mano en el horno y sacó la botella.
-¡Vaya libro que tiene este soldao, mujer! Y le querías dejar en el pajar, con la cena que nos está dando.
-Bueno, patrona, ¿ustedes comerían ahora una buena ensalada de lechuga bien fresca?
-Pero, ¿quién ha traído aquí las lechugas? ¡Que esto no puede ser! ¡Ay, qué soldao! ¡Qué soldao!
-Patrona, no se asuste. Saque ustez la lechuga y a callar.
Fue la mujer, metió el brazo en el horno y sacó la fuente con la lechuga. La comieron.
-Bueno, patrón, ¿ha cenao ustez bien?
-Sí, señor. ¡Oy, sí, señor, como nunca! ¡Nunca he cenao tan bien como esta noche!
-Bueno -dice el soldaoo-. ¿Tiene ustez mucho valor, patrón?
-Hombre, como mucho valor, no; pero tampoco soy miedoso.
-¿Tendrá ustez valor para ver al demonio?
-¡Oy, Jesús! ¿Qué sé yo? ¿Qué sé yo? Pero por ver al demonio, que no le he visto nunca..., yo creo que sí he de tener valor.
-Bueno, pues, coja la chorra, y prepárese. Póngase detrás de la puerta. Prepárese, que le voy a soltar al demonio. ¿Dónde tiene ustez los cencerros de los machos?
-Ahí colgaos junto a la cuadra.
-Bueno, pues ustez quieto ahí con la chorra hasta que yo le avise.
Fue el soldao donde estaba el arca que estaba encerrao el señor cura, abrió el arca, y el señor cura, de que le ve, dice:
-¡Ay, por Dios, no me haga ustez salir! ¿No le dará lástima de mí? Dice:
-Sí, buen pardal, de la lástima que le daba a ustez de mí cuan­do estaba en el pajar todo mojao. ¡Hala, ahora mismo, tío cabrón! ¡Ya se está ustez desnudando!
-¡Ay, por Dios, por lo que más quiera! No haga ustez eso conmigo.
-Ahora mismo, y si no, llamo al arriero pa que le mate a ustez.
Fue el pobre señor cura y se desnudó. Se quedó en calzoncillo. Y dice el soldao:
-¡No, no! ¡Fuera, fuera el calzoncillo!
Y se quedó, pues, el señor cura en cueros. Pilla los cencerros y se les pone al pescuezo al cura. Y le dice al arriero:
-¡Patrón, prepárese, que ahora suelto al demonio!
Y salió el señor cura. Le metió cuatro latigazos el soldao, y el señor cura salía espantao a ver cómo podía escaparse sin que le viera el arriero.
-¡Allá va! ¡Allá va! ¡Déle con la chorra! ¡Allá va! ¡Déle! ¡Déle! ¡Ahí va el demonio!
Y el arriero, efectivamente, como no tenía sospecha, pues pensó que era el demonio. Le abrió la puerta, le pegó cuatro estacazos... y iba el señor cura como alma que lleva el diablo, tocando los cencerros por toda la barriada. Los vecinos del barrio, que estaban ya todos acostaos, al sentir aquel alboroto de cencerros, pues to­dos salieron a escape, diciendo:
-¡Los machos del arriero se le marchan! ¡Los machos del arriero se le marchan!
Y saliendo a la calle creyendo que eran los machos, pues se en­cuentran con el señor cura, que iba huyendo de la quema. Y no quería que lo supiese nadie, y después lo supo todo el pueblo.
Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

Morgovejo (Riaño), León. Ascaria Prieto de Castro. 19 de mayo, 1936. 
Obrera, 51 años (entrevistada en Sal­daña, daña, Palencia).

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)









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