232. Cuento popular castellano
Era un rey que tenía una hija y ella no
encontraba novio, porque a todos los que se la presentaban, les encontraba
algún defezto.
Ya un día su padre la dijo que si quería, se
celebrarían grandes fiestas en palacio y avisarían a los príncipes de todo el
contorno a ver si había alguno que la gustara. Ella dijo que sí, y se
celebraron las fiestas. Vinieron muchos príncipes de las cercanías; pero ella
recorría el baile y todos la parecían mal. Al uno le decía, «¡Qué boca más
grande!», y al otro, «¡Qué ojos más feos!». Pero del que más se burlaba era de
uno que tenía la nariz muy fea. Y le puso el Rey Cuervo, porque parecía un
cuervo. Todas las veces que pasaba por delante de él, tenía una risotada y un insulto
para el Rey Cuervo.
Así se pasaron ocho días de fiestas y la
princesita no encontró ninguno de su gusto. Ya su padre, colérico, la dijo:
-Hija, veo que te mofas de todos, queriéndote
ensalzar mucho, y el que se ensalza será humillado. Así que tú te casarás con
el primer pobre que venga a nuestra puerta a pedir limosna.
El Rey Cuervo había estado escuchando la
conversación. Se disfrazó de mendigo y fue a pedir limosna a la puerta del rey.
El rey le mandó subir y le presentó a su hija, diciendo que se iba a casar con
él.
Se casaron y la princesita no dejaba de
llorar. Ella, que se creía la más guapa, ¡verse casada con un mendigo!
El mismo día de la boda se fue con su marido
y, cuando pasaban por las calles de la ciudad, vieron un palacio muy precioso.
Y entonces la princesita preguntó a su marido:
-¿De quién es este palacio?
Y él la contestó:
-Del Rey Cuervo.
Entonces ella se puso a llorar de nuevo y
dijo:
-¡Ay, Dios mío, cuánta burla he hecho de él!
¿Por qué no me habré casado yo con él?
Cuando salían de la ciudad, se encontraron
una casa de campo con unos jardines muy preciosos, y ella volvió a preguntar:
-¿De quién es esta finca?
-Del Rey Cuervo -la contestó.
-¡Ay, Dios mío! -dijo ella-. ¿Por qué no me
habré casado yo con él?
Andar, andar, llegaron a una choza hecha de
pajas, y entonces su marido la dijo:
-Esta es nuestra casa. Quítate esas joyas y
hazme la cena.
Pero ella se puso a llorar y a pedir perdón a
su marido, diciéndole que no sabía hacer nada. Se tuvieron que acostar sin
cenar y en el suelo.
A la mañana siguiente el marido la hizo
levantarse muy temprano y la dijo que tenía que ganarse la vida de alguna
manera, que él era muy pobre y no tenía para mantenerla. La compró unos
cacharros y la hizo ir al mercado a venderlos.
Entonces él se puso un traje muy elegante,
montó en un caballo y pasó con él por cima de los cacharros y los rompió todos;
pero su esposa no le conoció. Después se quitó ese traje y se puso el de
mendigo y se fue a la choza. Allí estaba su esposa llorando, y, al preguntarle
él qué le pasaba, le dijo ella que un señor muy elegante había pasado con su
caballo por cima de los cacharros y se les había roto todos. Entonces él fingió
enfadarse mucho y la dijo que no les quedaban más que unas monedas para
comprarla otros; pero que si se la ocurría lo mismo, se vería obligada a ir
con él de puerta en puerta a pedir lismona.
Al día siguiente la compró más cacharros;
pero la ocurrió igual. Cuando más descuidada estaba, pasó el señorito del caballo
y, sin ella poderlo evitar, la rompió todos los cacharros. Entonces ella,
llorando a gritos, volvió a la choza y al poco rato se presentó él, vestido de
mendigo otra vez. Ella, al verle, se echó a sus pies llorando y le contó lo que
la había ocurrido. Y entonces él, al verla ya arrapentida, se quitó el disfraz
y se quedó convertido en el mismo señor que la había roto los cacharros, y la
dijo:
-Mira; esto te ha ocurrido por orgullosa.
Para darte una lección, creo que te servirá de escarmiento. Yo soy el mismo
que tú me burlaste en tu palacio, llamándome Rey Cuervo, y el mismo que te he
roto los cacharros. Ahora vámonos a nuestro palacio y a nuestra casa de campo,
que son los que tú has visto al pasar, y como ya serás muy buena, viviremos
felices.
Y colorín colorao, cuento acabao.
Pedraza,
Segovia. María
Pascual. 25
de marzo, 1936. 28
años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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