360. Cuento popular castellano
En un pueblecito de España había un padre de
familia, viudo, que tenía tres hijos. Le llegó la hora de la muerte y no les
dejó de patrimonio más que un dalle, un gato y un gallo. Al mayor le dejó el
dalle, al segundo el gato y al tercero el gallo. Y al morir, les dijo que si
sabían emplear bien aquello que les dejaba, serían felices.
Como eran pobres, y no tenían qué comer, el
mayor, el del dalle, decidió marcharse por el mundo en busca de fortuna. Estuvo
andando treinta días y por todos los sitios que iba, veía dalles o guadañas,
veía hoces, y veía de todos instrumentos cortantes.
Ya llegó a cierto punto que la gente casi no
sabía hablar; más bien ladraba que hablaba. Y vio que con un escoplo y un mazo
estaban cortando las mieses doradas del campo. Entonces el muchacho recordó de
lo que le había dicho el padre, y dijo para sí:
-Ésta va a ser la hora propicia de hacer
fortuna.
Se llegó donde uno que estaba cortando
espigas con el mazo y el escoplo, le saludó y le dijo:
-¿Qué hace, buen amigo?
-Pues, estamos cortando la mies para pan pa
el invierno. Entonces le dijo el joven:
-Mire ustez. Con este instrumento que traigo
yo al hombro, siega ustez esta finca en dos horas. Y de lo contrario, tendrá
que estar ustez dos semanas.
Le pareció muy bien al señor que estaba
cortando las espigas. Mandó a ver cómo lo bacía el muchacho, quien armó el
dalle y en una hora le cortó la mitaz de la mies de la tierra. Entonces el
dueño de la finca quedó admirado. Se vino al pueblo, estuvo con el alcalde y
decidieron comprarle el dalle al joven. Le dijeron cuánto quería por el
instrumento y él contestó:
-Tres mil duros.
Le dijeron que era muy caro; pero él les
expuso lo conveniente que era para el pueblo, y al fin cedieron en darle los
tres mil duros.
Según recibió el chico el dinero, se volvió
otra vez para su país, lleno de alegría al verse con tres mil duros en el
bolso. Lo cual se lo comunicó inmediatamente a sus hermanos, los que lloraban
de alegría.
Entonces hizo la operación el segundo, el del
gato. Se fue en busca de buena suerte. Estuvo andando durante cuarenta días
hasta que llegó a un sitio que no vio gatos; no había más que ratones. Entonces
se dijo para sí:
-Ésta va a ser ocasión propicia de hacerme con
mucho dinero como mi hermano el mayor.
Según estaba arando un labrador, vio que por
el surco corrían ratones en abundancia. Se acercó al labrador, le saludó afablemente
y le dijo que el animalito que llevaba él allí en un céstito sería capaz de
quitarles toda aquella plaga de ratones. El labrador le dijo que a ver cómo lo
hacía. Y, en efezto, soltó el gato, el cual, en menos de cinco minutos, mató
más de mil ratones. El labrador dijo al muchacho si le quería vender el animal.
Y él contestó que sí; pero que valía mucho dinero.
Entonces el labrador dejó el trabajo, se vino
al pueblo y estuvo con el alcalde para que comprasen el animalito a dicho
jovea Le llamaron al muchacho a la
Casa de Ayuntamiento y le suplicaron les vendiese el animal.
Él les dijo que le vendía, pero que valía mucho dinero. Entonces el alcalde le
dijo que pidiese precio por el gato. Y pidió tres mil quinientos duros. Les
parecía muy caro; pero en vista de la plaga que tenían de ratas y ratones, y
que el animal era tan útil, decidieron comprársele.
El muchacho entregó el gato -al entregarle el
dinero-, y tomó el camino de su pueblo. Pero el gato, al ver a tanto personal
junto, se asustaba. Y a uno se le ocurrió decir:
--¡Si no hemos preguntao al muchacho lo que
come el anr malita!
Al momento ordenó el alcalde saliesen dos de
a caballo en su busca. Y tardaron un buen rato el alcanzarle. Le preguntaba.n
que qué comía el animalito, y él, desde largo, les contestó que de lo que
comían los hombres. Pero los otros entendieron mal y entendieron que comía a
los hombres. Volvieron del todo apesadurabraos y le dijeron al alcalde que
comía a los hombres. Entonces ordenó el alcalde matar al anima ito, y al mismo
tiempo ir cuatro en busca del muchacho y le trajeran a su presencia para
encarcelarle por haberles engañado.
Anduvon un buen rato de camino; pero el
muchacho, que lo conoció, se escondió en un arroyo. Y en vez de ir por el
camino, se fue a campo traviesa. Y los de a caballo no dieron con él. Volvieron
otra vez a su pueblo y le dieron cuenta al alcalde que no habían dao con el
muchacho. Lo cual, ya que no pudon coger al muchacho, quisieron matar al
animalito. Éste se escondió en una barda de leña, y le prendieron a la barda.
El gato, al ver que había fuego, saltó a una tapia de una huerta. Y empezó a
hacer así con la mano [el narrador pasó la mano dos o tres veces por la cara],
a limpiarse la cara, y dice uno:
-¡Ay, señor alcalde, que dice que se la
tenemos que pagar al animalito!
Cogieron varios palos para matar al animalito
y no lo pudan conseguir.
Ya después el animalito se hizo amigo de una
de las casas contiguas adonde estaba. Lo cual, hizo una estupenda limpieza de
ratas y ratones. Y la gente quedó tan contenta con el bicho.
Ya el muchacho, de regreso con los tres mil
quinientos duros, llegó a la casa paternal loco de alegría, como el hermano
mayor.
Lo cual le dio envidia al más pequeño y
decidió marcharse también, con el gallo. Anduvo por espacio de cuarenta días
también, y por todos los pueblos que iba, veía gallos, veía gallinas, y veía de
todas aves de corral. Ya llegó a cierto pueblo que no veía ni gallinas ni
gallos. Pidió posada, bastante avanzada la tarde ya, y no le querían dar
posada. Al fin fue donde el alcalde, quien no tuvo más remedio que hospedarle
en su casa. Le mandaron quedar al chico y al gallo, en la cuadra, en un saco
de paja. Y el gallo le puso el muchacho en un palo.
Cuando a las doce de la noche se reunió todo
el pueblo, el muchacho preguntó que para qué era aquella reunión; la cual, le
dijo el alcalde, que tenían costumbre de reunirse allí todos los vecinos del
pueblo con sus carros para ir a traer el día a una cuesta bastante distante
del pueblo. Entonces el muchacho dijo para sí:
-Ésta es la hora donde yo puedo sacar mucho
dinero.
Entonces él les mandó que no fuesen a buscar
el día, que el bicho que tenía él en el palo se encargaba de traerle. Le
dijeron que si así no era, que le costaría la vida. Y el muchacho contestó que
sí, que no se trataba de ningún engaño. Efeztivamente, sonó la una de la
mañana, y el gallo dio el primer cántico. Entonces todos los vecinos del pueblo
aquel se quedaron admirados al oír aquella voz del bicho, que no la habían oído
nunca jamás. Le preguntaron al muchacho qué indicaba aquel cántico del animal.
Y él dijo que es que estaba haciendo el día.
Dio la una y media y volvió a cantar el
gallo. Y lo mismo: se quedaron sorprendidos al oírle cantar. Ya llegaron las
cuatro de la mañana, y a medida que iba viniendo el día, el gallo más continuaba
los cánticos. La gente estaba loca de contento, y al ver que daban las cinco de
la mañana y venía el día -cosa que ellos creían imposible que el gallo lo
hubiera hecho, como les dijo el muchacho, al fin decidieron comprársele. Le
pidieron precio del gallo, y él dijo que costaba muchísimo dinero, que era un
animal de mucho valor. Le preguntaron cuánto quería por él y pidió cuatro mil
duros.
Entonces el alcalde, como tenía reunido allí
a todo el pueblo, les dijo dieran su opinión, a ver qué les parecía del precio
del gallo, que a él le parecía excesivamente caro. Pero por librarse de
madrugar tanto y andar tanto camino para traer el día, decidieron comprarle en
el precio de cuatro mil duros.
Entonces el chico recibió el dinero, entregó
el gallo, y vino loco de contento a su pueblo natal. Al llegar donde sus
hermanos, les abrazó cariñosamente y no hay que decir que pasaron juntos y
felices la juventuz y vejez.
Y colorín, colorao, el cuento se ha terminao.
Villadiego,
Burgos. Nicolás
Peña. 29
de mayo, 1936. 33
años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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