450. Cuento popular castellano
Era un muchacho que iba buscando donde servir.
Y llegó a un pueblo y empezó a ir de puerta en puerta diciendo si necesitaban criado.
Llegó a la del señor cura, y le dice el ama:
-¿Qué se te ofrece, muchacho?
-Pues, si necesitan algún criado...
-Pues, espera, muchacho, voy a ver qué dice
el señor cura. Salió el señor cura:
-Hola, muchacho, ¿qué se te ofrece?
-Pues, mire usted, señor cura, que si
necesita usted algún criado.
-Hombre, sí; necesito un muchacho. A ver si
nos entendemos y te quedarás aquí.
Y claro, se entendieron, y le preguntó el
señor cura por el nombre.
-Vamos a ver, muchacho, ¿cómo te llamas?
-¡Ay, señor cura, tengo un nombre muy feo! Se
va usted a reír de mí.
-Vamos, hombre, será un nombre santo. No hay
por qué reírse.
-Sí, señor cura, me da mucha vergüenza.
-¡Vamos, hombre!
-Pues, mire usted, me llamo Dedo-en-el-culo.
-Pues, bien, hombre, bien. No te importe. Ya
le dejó el cura, y le coge el ama.
-Vamos a ver, muchacho, ¿cómo te llamas? Pues
no está bien que necesite-mos llamarte y no sepamos tu nombre.
-Pues, mire usted, llámeme usted muchacho, o
como quiera.
Yo, mi nombre no se lo digo, porque es muy
feo, y se va a reír.
-Pero ¡hombre! ¡Reírme de tu nombre!
-Sí, señora, sí.
-¡Vamos, hombre, dilo! ¿Cómo te vamos a
hablar entonces?
-Bueno, pues se lo voy a decir. Me llamo
Domino-vobiscum.
-Pues, está muy bien, hombre. Y ¿por eso te
daba vergüenza?
Después llega la sobrina.
-Oye, muchacho, ¿cómo te llamas?
-Mira, no te lo digo, porque si no, me vas a
hacer burla, que mi nombre es muy feo.
-Vamos, hombre, parece mentira,
-No, mujer, no te lo digo. Mi nombre no es
para dicho.
-Pero hombre, ¿tan feo va a ser tu nombre?
¿No van a saber tus padres el nombre que te han puesto?
-Bueno, mira, te lo voy a decir. Pero no se
lo digas a nadie, ¿eh? Que no lo sepa nadie más que tú.
-Bueno, pues descuida. A nadie se lo diré.
-Pues mira, me llamo Me-pica.
Bueno, pues ya le dejaron solo. Y era un
chico muy travieso y muy enredador. Un día le da la tentación de coger al gato,
le ató unos papeles al rabo y se lo prendió. Y el gato, al darle el calor, echó
a correr por toda la casa y se metió debajo de las camas. Prendió la ropa, y
claro, se encendió toda la casa. El señor cura, al ver la fuerza que tomaba el
fuego, le dijo al muchacho:
-Sal a la calle y da la voz para que acudan
todos los vecinos.
Pero resulta que en el pueblo del muchacho,
al agua la llamaban abundancia, y a la lumbre alegrancias, y el señor cura
CantusDeus. Y salid el muchacho a la calle y empezó a gritar:
-¡Abundancia, abundancia, que la casa de
Cantus-Deus está llena de alegrancias! ¡Abundancia, que la casa de Cantus-Deus
está llena de alegrancias!
Claro, y la gente, pues no atendía a esas
voces. Pero a fuerza de dar voces y voces, salieron los vecinos y vieron que la
casa del señor cura estaba envuelta entre llamas. Ya se aglomeró todo el pueblo
a sofocarlo, como es natural, y en el alboroto que se preparó, el muchacho se
las mijió a su pueblo. Ya una vez sofocado el fuego, cada uno se marchó a su
casa, y entonces el señor cura preguntó por el muchacho; pero nadie daba razón
de él, y al no parecer, lo olvidaron.
Y ya había pasado mucho tiempo. En las
fiestas del pueblo, cuando toda la gente estaba reunida en la iglesia, en misa,
entró el muchacho, con todo el cuidado de que no le viera nadie, y se subió a
la tribuna y se puso el primerito. Y la sobrina la dio gana de volver la cabeza
atrás y le vio al muchacho en la tribuna. Y la dice al ama:
-Ama, ama, ¡Me-pica!
Pero el ama, por no llamar la atención a las
demás personas, no la hacía caso. Y la chica, vuelta a mirar atrás y a decir al
ama:
-¡Ama, ama, Me-pica!
Y el ama le dice:
-¡Estáte quieta!
Pero la chica no hacía más que mirar atrás y
volver al ama otra vez:
-Señora ama, que Me-pica.
-¡Pues, arráscate, indina!
-¡Señora ama, que Me-pica!
-¡Arráscate, puñetera!
Y como la chica no dejaba de mirar atrás,
dice el ama:
-Pues ¿qué la pasa a esta chica?
Y miró también atrás a ver lo que era, y se
encuentra con que estaba Domino-vobiscum en la tribuna. Entonces se marcha al altar
donde estaba el señor cura diciendo misa.
-¡Señor cura, Domino-vobiscum!
Y se vuelve el señor cura a ver quién era. Al
ver que era el ama, dice tan serio:
-¡Váyase usted de ahí, tía sinvergüenza!
Cuando me toque, ya lo diré.
Y la pobre mujer se marchó avergonzada a su
sepultura (puesto). Y ya llega el momento que le toca decir al señor cura, volviéndose
a sus feligreses:
-Domino vobiscum.
Pero al ver a Dedo-en-el-culo, que estaba en
la tribuna, le grita:
-¡Dedo-en-el-culo! ¡Dedo-en-el-culo!
Y todas las personas que había en la iglesia
se echaron la mano al culo; pero había una manca, y claro, la pobre no
alcanzaba, y empieza:
-Señor cura, que yo no alcanzo. Señor cura,
que yo no alcanzo.
Y claro, menudo jaleo se preparó. Fue el
escándalo padre allí en la iglesia. Y entonces el muchacho aprovechó esa
ocasión y se las piró sin ser visto. Y terminado ese jaleo, nadie daba razón de
él. Y se acaba el cuento.
Navas
de Oro, Segovia. Un
señor de unos 50 años. 9
de abril, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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