233. Cuento popular castellano
Era un señor que tenía una hija muy coqueta y
muy orgullosa que tenía muchos novios y no la gustaba ninguno. Unos por uno y
otros por otro, nadie la agradaba; ni los altos ni los bajos, ni los feos ni
los guapos.
Por fin llegó el hijo del Conde Ariso. Éste
la gustó, y ya arreglado para casarse, comió el novio en casa de la muchacha y
estando en los postres se le cayó al novio un dulce al suelo. Y dijo el novio:
-Si le cojo, ¿que dirá? Que soy muy
aprovechado. Y si le dejo, ¿qué dirá?
Por fin le cogió, y ella, al ver que le
cogía, le dijo a su padre:
-Yo no me caso con este hombre, porque es un
grosero que se atreve a coger un dulce del suelo.
Y despidió al novio. Pero el novio, al verse
burlado y despedido, intentó los medios de poder conquistarla. Se vistió de
quinquillero, con blusa larga y una boina, y pasó por casa de la muchacha con
una caja de pendientes y sortijas y eso. Y daba voces por la calle:
-¡A los pececitos! ¡Qué baratos y qué
bonitos! Y la muchacha la dice a la criada: -¿Qué vocean por la calle?
Y la criada la dice:
-¡Ay, señorita, qué chico más guapo! ¡Vende
pendientes; pero pendientes muy bonitos!
-¡Llámale! -dice la muchacha.
Le llamaron y la muchacha le dice:
-¿Qué vende usté?
-¡Ay, señorita! ¡Unos pendientes muy bonitos!
Ella eligió unos y le dice:
-¿Cuánto valen estos pendientes?
-Muy poco; muy poquito, señorita -contesta
él.
-Pero, ¿cuánto? -dice ella.
Y dice él entonces:
-Muy poquito; no me atrevo a decírselo.
-Pero dígalo usté, que si no, me voy. Y la
dice él:
-Señorita, muy poquito; un beso.
-¡Qué infame! -le dice ella. ¡Qué asqueroso!
¡Váyase usté, que no los quiero!
Y él dice:
-Señorita, si usté no los quiere, no faltará
quien los quiera. Y ella se subió arriba. Y la criada la decía:
-Señorita, usté es tonta. ¡Por un beso no
coge los pendientes! Si me los daría a mí, le daría los que quisiera.
La criada la convenció, y le llamaron otra
vez al quinquillero.
Le dio la muchacha el beso y el quinquillero
la dio los pendientes. Se marchó el joven y a la vuelta de un mes volvió por
allí voceando lo mismo:
-¡A los pececitos! ¡Qué baratos y qué
bonitos!
Y la criada la dice a la muchacha:
-Señorita, ya está ahí el del otro día. ¡Pero
hoy los trae más bonitos, pero mucho más bonitos!
Entonces la señorita la dice:
-Llámale.
Subió el quinquillero y dice:
-Aquí tiene usté pendientes más bonitos que
los del otro día, pero más bonitos.
Ella eligió unos y le dice:
-¿Qué valen éstos?
-Muy poco -la dice él. No me atrevo a decirla
lo que valen.
-Si usté no me lo dice, me marchó -dice,
ella. Y él decía:
-Es que no me atrevo, señorita.
-Bueno; pues adiós -le dice ella entonces. Y
entonces él la dice:
-Señorita, un poco.
-¡Váyase usté! ¡Usté es un infame? -dice la
muchacha. Conque se marchó el quinquillero. Y la criada la dice a la muchacha:
-Señorita, por un poco deja usté los
pendientes. Nadie lo ha de saber. Si me los daría a mí...
La señorita se convenció y le llamaron al
quinquillero. Y después que le dio un poco, se marchó. Y le dijo él que se
llamaba Juan.
Y tardó mucho tiempo de volver, seis o siete
meses. Y ella, cuando conoció que estaba en estado, lloraba mucho con la criada
y decía:
-¿Dónde estarás, Juan? ¿Cómo ya no vienes?
Y un día volvió por allí Juan y le dijo ella:
-¡Ay, Juan, me encuentro en estado! ¡Yo me
voy contigo adonde vayas tú!
Y él la dice:
-No te puedo llevar, hija, porque gano muy
poco; no gano nada. No tengo nada más que un burrito y conmigo serías muy
desgraciada, pasando hambre y durmiendo por los portales.
Y ella le dice:
-¡Ay, Juan, yo me voy contigo, aunque me
muera de hambre! -Si te empe-ñas, te llevaré -la dice él; pero piensa que has
de ser muy desgraciada.
Y se fue con él. Y como no se atrevía a
pedir, pasaba mucha hambre. Y la llevó él por unos montes que no había ni
pueblos ni casas. Y ella decía:
-¡Ay, Juan, yo me muero de hambre! Y él la
decía:
-Y yo, ¿qué voy a hacer, hija? No tengo nada
que darte. Pasaban entonces por unos montes y fincas y decía ella:
-¡Qué montes, qué fincas! ¿De quién es todo
esto? Y él la contestaba:
-Del hijo del Conde Ariso.
-¡Pícara de mí, que no le quise! -decía ella.
Y él sólo decía:
-¡Arre, burriquito y arrea, que quien te
quiso te lleva!
Y luego vieron una casilla de pastores en el
monte y ella le dijo:
-¡Ay, Juan, vete por Dios a ver si te dan un
poquito de pan los pastores!
Se fue él allá. Y volvió y la dijo:
-Dicen que no tienen nada, que están
esperando que se lo traigan.
Y ella le decía:
-¿Y de quién son esos pastores y tanto
ganado?
-Del hijo del Conde Ariso -contestó él. Y
decía ella otra vez :
-¡Pícara de mí que no le quise!
Y él repetía:
-¡Arre, burriquito y arrea, que quien te
quiso te lleva!
-¿Qué dices, Juan? -preguntaba ella. Y él
contestaba:
-Nada, que «¡ Anda burro, y arrea!».
Llegaron más adelante y vieron un caserío y
dijo ella:
-¡Vamos a ver si nos dan una limosna, que yo
me muero! Fue él y entró y salió y la dijo:
-Mira; están haciendo unos vestidos para una
novia que se va a casar con el hijo del Conde Ariso. Dicen que si sabes coser y
quieres ayudarlas, que nos darán algo.
Y dice ella:
-Sí, Juan; diles que sí.
Y entró ella a coser. Y le dice ella a Juan:
-¡Ay, Juan, qué vestidos tan elegantes! Y,
¡cuántos recortes tienen! ¿Quieres que me guarde alguno? Porque va a llegar la
hora y no tengo nada en que envolver al crío. Y él la dice:
-Haz lo que quieras; tú verás.
Y ella se guardó los que pudo. Y luego la
registraron y se los encontraron y la echaron. Y ella le dice a Juan :
-¡Ay, Juan, diles que si nos dan algo de
comer, que yo me muero!
Y él entró y salió y la dijo:
-Dicen que no tienen nada, que no tienen más
que un poquito de harina para hacer unos puches.
-¡Sí, sí; lo que tengan! -dijo ella.
-Pues aquí tienes un poquito de harina y una
sartén para hacerlos -la dice él.
Y luego que los hizo, la dice él:
-Y, ¿adónde los echamos? Dicen que les hace
mucha falta la sartén.
-Donde quieras -dice ella; aunque sea en la
albarda del burro.
Y allí los echaron. Y cuando ella los estaba
comiendo, la dijo él:
-¿Cuál te gusta más, dulce en tabla o puches en
albarda?
-¡Ay, Juan, dulce en tabla! -dice ella. Y
entonces la dice él:
-Pues mira; yo soy el hijo del Conde Ariso,
al que se le cayó el dulce y tú me despreciastes. Y hoy has llegado a ser todo
lo mala que puede ser una mujer. Me despreciastes y despreciastes a muchos, y
luego te echastes en los brazos de un quinquillero, y has llegado a perder tu
honra, a pasar mucha hambre y a ser una ladrona... ¡a todo lo último que podías
ser! Pero yo, el hijo del Conde Ariso, soy hombre de corazón noble y me caso contigo.
Y los vestidos que has estao haciendo son para ti y todo lo que has visto es
para ti; y los pastores y los ganados son míos, y las damas que has visto en la
casa son mis hermanas, y en aquella casa tú vivirás con ellas.
Cervera
de Río Pisuerga, Palencia. Teodora
Gómez. 23
de mayo, 1936. 50
años.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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