Era
un viejo y una vieja. El viejo era muy flojo, tan flojo que no servía
para nada más que para 'tar sentado a la orilla del juego, en la
cocina. La vieja hacía todo. Salía a ver la hacienda, a tráir la
leña, a acarriar agua, a carniar, a componer los cercos, a sembrar
las chacras, y iba al pueblo a comprar los vicios y todo lo
que se necesitaba en las casas.
Un
día, la vieja andaba campiando unos animales y se encontró con un
gigante. Entonces el gigante le dice:
-No
si asuste, no le voy a hacer nada, pero no hay más que usté se
tiene que venir conmigo. Yo la voy a llevar a mi casa, la voy a
tratar bien y usté va a tener todo lo que necesite sin andar
trabajando como un hombre, como anda.
Cuando
llegaron a las casas del gigante, la hizo entrar y la encerró. Tenía
puerta de fierro la casa y el gigante le echó llave. La vieja tenía
todas las comodidades y vivía con el gigante. Al año tuvo familia,
un niño varón. El niño era muy vivo y durísimo, a los cinco o
seis día ya andaba corriendo. Al mes, el chico ya 'taba grandecito y
el gigante le dijo a la vieja que se juera, que ya no la necesitaba
más.
-El
niño tiene que quedar. Es el único heredero de lo que tengo. Todas
esas piezas llenas de plata van a ser para él -le dijo el gigante.
El
niño le dijo que él se iba con la madre no más. Se jue la vieja
con el chico, pero él tenía que volver esa tarde.
Sacó,
el viejo, un lazo trenzado y la jue a castigar a la vieja. El chico
al lado de la madre 'taba y no se movía. Cuando le jue a pegar el
viejo a la vieja, el chico lu echó al suelo di un chirlo. El viejo
se enderezó y quiso pegarle, pero el chico lo volvió a echar al
suelo. El viejo guardó el lazo y se jue a la cocina y se sentó a la
orilla del juego.
El
gigante le echó una linda tropilla al corral. Entró a enlazar el
chico. Cada potro que enlazaba y le pegaba una estirada, lo mataba.
Eran potros gordos y bravos y los mató a cuasi todos.
A
los pocos días el herrero que hizo la espada le mandó decir al
gigante que ya 'taba hecha pero que él no se la podía tráir. El
chico jue y la trajo. El padre lo bautizó con el nombre de Pompeira.
El chico la encontró muy liviana a la espada y le dijo al herrero
que le echara catorce arrobas más.
Cuando
tuvo hecha la espada, el herrero les mandó a decir que la podían
tráir. El chico jue y la agarró a la espada y la manejaba con el
dedo chico para todos lados. La encontró liviana todavía, pero para
no ponerlo en más gastos al padre le dijo al herrero que la dejara
así.
-Padre,
no hay más, que ahora me voy a rodar tierra. El gigante le dijo que
para qué se va a ir sin necesidad. Pero él le dijo que se iba no
más.
El
gigante le trajo dos mulas pa que hiciera el viaje. Ensilló una de
las mulas y a la otra la llevó de tiro. Se despidió y se jue.
A
los muchos días de caminar sin rumbo se le cansa la mula que
montaba. Le pegó una estirada, le cortó la cabeza y la tiró.
Ensilló la otra. A los dos o tres días se le cansó la otra mula.
La tiró ensillada y no sacó del apero más que una bolsa de lona. Y
siguió de a pié. Lejos, encontró un dijunto. Lo estuvo mirando sin
saber qué hacer. Al fin lo dejó. Después de caminar, va pensando y
se vuelve y lo llevó al hombro. Al hacerse de noche, se tiró a
dormir a la orilla del camino y lo puso al dijunto de cabecera. Al
día siguiente se despertó y siguió andando con el dijunto al
hombro. Llegó a un cementerio y lo enterró al muerto.
Siguió
de nuevo su viaje y cerca no más encuentra a un hombre que llevaba
una iglesia en la cabeza. Le pregunta que para dónde va y el otro le
contesta que la cambiaba de lugar porque no estaba bien ande la
habían hecho. Le preguntó a este hombre tan fortacho que cómo se
llamaba y le dijo que se llamaba Miliquinaco. Entós le dice:
Por
el camino encuentran a otro hombre que 'staba envolviendo una
espesura con un hilo de carretel. Le preguntó, Pompeira, qué 'staba
haciendo y el hombre le dice que 'staba por arrancar esos árboles.
Áhi le pegó una estirada y sacó todos los árboles de ráiz. Entós
le preguntó el nombre y le dijo que se llamaba Placamontaña.
Era otro hombre muy fortacho, tan fortacho como el otro. Entós le
dijo Pompeira:
Caminando
llegaron a una ciudá muy grande. Había casas de negocio muy
surtidas. Pompeira le dijo que se quedaran por una noche áhi.
Al
otro día determinaron de ir a cazar aves para comer. Salieron de la
ciudá y se entraron en medio de unos cerros. Dispusieron que se
quedara Miliquinaco a hacer la comida y los otros dos salieron a
cazar. Miliquinaco era el que alzaba las casas y las iglesias como si
jueran un juguete.
Miliquinaco
hizo juego y preparó la comida en una olla grande de fierro qui
habían comprado en la ciudá. Cerca de las doce del día retiró la
olla con la comida cocida y se sentó en una piedra a esperar los
compañeros. Cuando 'tá sentado se le presenta un viejo con una
barba tan larga que se la pisaba con el dedo grande del pie, y le
dice:
Entós
el viejo se le arrimó y lo echó al suelo de una trompada. Y lo
aporrió muchísimo. Este viejo parecía de fierro porque tenía
muchas más juerzas que este hombre que era tan fortacho. Después
que lo dejó tendido en el suelo a golpes, jue ande había hecho la
comida y le volcó la olla, y se jue.
Al
rato llegaron los compañeros y lo encontraron revolcado, lleno de
chichones y sin comida. Él les cuenta que un viejo había venido, lu
había aporriado y li había volcado la comida. Que parecía que
tenía manos de fierro porque él, con la juerza que tenía no se
podía atajar las trompadas. Como los compañeros traían muchos
animales cazados, se prepararon otra comida.
Güeno...
Al día siguiente quedó el segundo, Placamontaña, el que arrancaba
con un hilo las montañas di árboles. Los otros dos se jueron a
cazar.
Placamontaña
hizo juego, preparó la comida, y cuando ya 'taba bien cocida se
sentó a la sombra a descansar y a jumar un cigarro. En eso que 'taba
llegó el viejo y le preguntó:
¿Qué
hacís aquí, gusanillo de la tierra? Éstos son mis dominios y naide
puede 'tar sin mi permissio -y áhi no más lo echó al suelo di una
trompada.
Placamontaña,
con las juerzas que tenía, no se podía ni atajar una de las
trompadas que le tiraba el viejo. Lo aporrió hasta que se llenó,
como lo había aporriau al otro. Después jue y le volcó la comida y
li apagó el juego.
Volvieron
los compañeros y Placamontaña contó lo mesmo que el otro cómo lu
habían aporriáu y lu habían dejau en el suelo, y li habían volcau
la comida.
Pompeira
hizo juego, preparó la comida y después se sentó a jumar, y puso
al lado la espada. Al rato no más se le para adelante el viejo de la
barba y le dice:
Y
junto con lo que le dijo le tiró una trompada, pero Pompeira se la
atajó. Áhi saltó con la espada en la mano y se trenzaron a peliar.
El viejo peliaba a trompadas y Pompeira con la espada. Lo partía al
viejo, por el medio, y las mitades del cuerpo se volvían a pegar.
Así peliaron mucho tiempo hasta que Pompeira le pega un hachazo al
viejo en el talón y lo mató. En el talón había teníu el viejo
las fuerzas y la vida. Lo agarró a la rastra de la barba y lo colgó
arriba di un algarrobo muy grande qui había. Áhi lo dejó y se fue
a sentarse ande 'taba.
Lo
van a ver al viejo y no había más que las carretas, y las barbas
del viejo que habían quedau colgando del algarrobo. Áhi jueron las
crucijadas de Pompeira.
Comieron,
descansaron un rato y siguieron el rastro de la sangre que dejaba el
viejo sin carretillas y sin barbas. Llegaron ande 'taba una piedra
muy grande y áhi se pardían los rastros. Los dos hombres fortachos
quisieron mover la piedra, pero no pudieron. Entós Pompeira la
empujó y la hizo saltar. Áhi descubrieron un güeco. Se veía que
este güeco era muy profundo. Intentaron medirle el fondo con los
lazos que tenían y no alcanzaban todos los lazos yapados. Entós
echaron siete cueros de güey al agua y cuando tuvieron en
condiciones hicieron una soga muy larga para bajar por el güeco.
Al
día siguiente se jueron al güeco. Ataron al lazo di un árbol y de
la otra punta lo ataron a Miliquinaco. Le dijieron que lo tratara de
sacar al viejo que ya debía 'tar muerto. Quedaron que cuando
quisiera que lo sacaran por cualquier causa, que cimbrara el lazo.
Lo
bajaron a Miliquinaco. Pasó varios pisos claros, oscuros, medios
oscuros... Llegó a uno de aire muy frío que congelaba, y lo
soportó... Llegó a otro de aire muy caliente que causi se cocinaba;
tuvo miedo y cimbró el lazo para que lo sacaran. En seguida lo
sacaron los compañeros. Entós les contó los sustos qui había
pasado, que soportó el aire frío, pero que no había podido
soportar el aire caliente.
Le
tocó el turno a Placamontaña. Lo ataron y lo bajaron. Placamontaña
pasó los lugares oscuros y claros, soportó el aire frío, también
el aire muy caliente que lo asaba, y entró en otro de aire fétido.
Intentó soportar, pero al fin no pudo más y cimbró el lazo. Áhi
no más lo sacaron. Contó lo que había soportado, pero que al fin
lu había vencido el aire fétido, porque no lo había podido sufrir.
Güeno...
Ahora le tocó el turno a Pompeira. Pompeira dijo que no lo vayan a
sacar hasta que él no cimbre tres veces el lazo.
Lo
largaron a Pompeira. Pasó los lugares claros, oscuros, el aire frío
que congelaba, el aire caliente que cocinaba, el aire fétido que
augaba, y al fin llegó al otro mundo. Vio árboles, lagunas y casas.
En el tronco di un árbol ató la soga y por la lista de la sangre lo
siguió al viejo. Dio con unos palacios y áhi entraba la lista de
sangre.
Esos
palacios eran del viejo de la barba y áhi tenía éste a una niña
en encanto. Llega áhi Pompeira y si asoma y lo ve al viejo que se
'taba peinandosé una barbita chiquita que ya le estaba saliendo.
Entós le dice Pompeira:
Ya
se juntaron a peliar. Peliaron tanto, que no daban más ninguno de
los dos. En cada hachazo que le daba con su espada Pompeira, lo
partía en dos al viejo, pero cuando retiraba la mano se volvía a
juntar. Hasta qui al fin le pudo pegar en el talón, y lo mató.
Entós lo quemó al cuerpo del viejo pa que no volviera a vivir.
Pompeira
entró al palacio, y encontró a la niña que tenía en encanto el
viejo. La niña lloraba di alegría lo que este joven valiente la
salvaba, pero tamén le pidió que sacara a una hermana de ella que
estaba más abajo, y que la tenía en encanto un gigante que era más
malo que el viejo. Entós le dio ella un anillo de virtú para que lo
llevara al reino de más abajo. Él tenía que decir: Dios y el
anillo de virtud, que baje al reino del gigante. Pompeira lo dijo
y al momento estuvo en el palacio del gigante. Por una ventana la vio
a la niña que tenía en encanto el gigante, que era más bonita que
la otra. La habló y la niña muy asustada le dijo:
-¡Vayasé,
vayasé, joven, que el gigante que me tiene en encanto es malísimo!
Esos montones de güesos que 'stán áhi son toda la gente qui aquí
viene y la mata el gigante. El gigante ha salido, pero va a llegar di
un momento a otro.
Entós
Pompeira le pegó un puntapié y la hizo pedazos. Entró al palacio y
al ratito no más llegó el gigante bramando. Ya tomó el olor de que
había gente del otro mundo y venía pronto a matarla. Pompeira lo
esperaba con la espada en la mano.
Cuando
llegó el gigante lo encaró Pompeira y se pusieron a peliar.
Peliaron muchísimo hasta que Pompeira lo mató al gigante. Entós
vino llorando de contenta la niña, y le dijo que por favor salvara a
otra hermana de ella, la menor, que 'taba más abajo encantada por
una serpiente.
Se
jue Pompeira más abajo y llegó al palacio de la serpiente.
Se
asoma por la ventana y ve a la más joven de las niñas y que era la
más bonita. Ya cuando lo vido, la niña le dice:
-¡Ay,
joven!, ¿quí anda haciendo por estos mundos? No entre que la
serpiente los va a comer a los dos. Pompeira le pegó un puntapié a
la puerta, la rompió y entró. Entós le dijo a la niña:
-No
tenga miedo. Yo hi venido para salvarla a usté como hi salvado a sus
hermanas. Ya va a ver cómo mato a la serpiente.
-Venga,
espulguemé hasta que llegue la serpiente. La niña se puso a
espulgarlo y en eso se durmió Pompeira. Ya cuando sintió la niña
el bramido de la serpiente que venía, lo quería despertar a
Pompeira, pero no podía. Lo sacudía, le tiraba el pelo, pero el
joven no se despertaba. Entós se largó a llorar y le cayó una
lágrima en la cara a Pompeira, y se despertó. Le pregunta por qué
llora, y le dice que lloraba porque venía llegando la serpiente y él
no se despertaba. Que ya los iba a comer a los dos. Áhi no más se
paró Pompeira, y ya llegó la serpiente, que tenía siete cabezas. Y
se pusieron a peliar sobre el montón de güesos de las personas que
la serpiente había muerto. Peliaron muchísimo. Le cortaba cuatro o
cinco cabezas y se le volvían a pegar. Al fin di un golpe le cortó
las siete cabezas, y la mató.
-Tiene
que llevarme con una cabra mora -le dice- que tengo acá y que nos va
a prestar muchísimos servicios.
Se
jueron y se juntaron con las otras dos hermanas. Llegaron ande 'taba
la soga. Las niñas le dijieron que salga él primero. Él dijo que
no. Colgó a la mayor y cimbró la soga. Cuando salió ajuera, la
niña, Miliquinaco dijo:
Mandaron
la soga. Entós la niña menor le dijo que cuando se colgara él, que
con seguridá le iban a cortar la soga los compañeros. Que él
subiera con la cabra mora por que si no iba a ser perdido. Que la
llevara colgando. Que si le cortaban la soga, subiera en la cabra y
dijiera: Arriba con mil diablos, y que iba a estar ajuera. Y
así sucedió todo. Cuando salió la niña ajuera, dijeron:
Cuando
lo iban subiendo a Pompeira, a la mitad de la subida, le cortaron la
soga. Entós él subió en la cabra mora, y se equivocó y dijo:
Abajo con los mil diablos. Y llegó muy abajo ande vivían los
diablos. Ya se vio perdido y se jue a buscar trabajo. Llegó a una
casa y se conchabó. Los diablos le dijieron que casualmente 'taban
por ir a buscar un pión para cuidar una majada di ovejas. Éstas
eran hijas del diablo. Le dijieron que no las llevara cerca del mar.
La
mula negra era la diabla. Cuando llega a ensillarla, la mula 'taba
echando juego por boca y narices. Entró, agarró el bozal para
ponerle, y cuando la mula se le vino encima, le pegó con la espada y
la desmayó. Después la ensilló y la montó. La mula comenzó a
corcoviar. Las ovejas se le dentraron a la mar y la mula tamén se
iba di atrás para echarlo a él a la mar. Ya cuando iba a dentrar,
la desmayó di un golpe. Después la hizo andar para el corral. Para
bajarse, como corcoviaba tanto, la tuvo que desmayar otra vez de un
palo.
Con
el machito le pasó lo mesmo. Era el hijo del diablo. Lo desmayó
todas las veces que el diablo lo quería embromar.
Ocurrió
lo mismo. El macho 'taba atado echando juego por boca y narices.
Cuando iba para ensillarlo, siente Pompeira que lo silban. Él creyó
que era el patrón. Miraba para todos lados y no vía a naide. Ya le
pareció que era para el lado del monte. Ya vido que era una águila.
Le preguntó que si ella lo silbaba, y l'águila le contestó que era
ella.
-¿Querís
que te saque de penas? Soy el alma de aquel hombre que encontraste
muerto y enterrastes. Por eso vengo a sacarte de este infierno. Aquí
estos diablos te van a matar. Mañana, tú les dices que no te
quieres conchabar más. Cuando te quieran pagar tú les pides el
carnerito lanudo, ese que anda atrás de las ovejas. No te lo van a
querer dar, pero no recibas dinero. No recibas dinero de ninguna
manera. Así lo hizo. El águila le dijo que lo enlazara y lo matara
al corderito. Y él lo enlazó y lo carnió.
Ya
'taban pronto para viajar. El águila tomó la sangre y comió los
menuditos. A los dos cuartitos y al espinazo se los llevaron para el
viaje. Los dos cuartitos y el espinazo los pusieron en el cogote del
águila y Pompeira subió a caballo atrás de las alas. Entonces el
águila le dijo:
Volaron
todo el día. Al anochecer, el águila le dijo que tenía mucho
hambre y Pompeira le dio un cuartito del cordero. Siguieron volando.
Volaron toda la noche. A la madrugada le volvió a pedir de comer y
le dio el otro cuarto. Siguieron volando todo el día y a la tarde
comió el espinazo. Volaron toda la noche y a la madrugada le dice a
Pompeira:
Pompeira
sacó l'espada, se cortó el otro murlo y se lo dio. Siguieron vuelo.
Volaron toda la noche. A la madrugada salió al otro mundo. Se asentó
en una higuera y le dijo que se bajara, pero Pompeira no se podía
mover sin la carne de las piernas; 'taba enválido. Entós
l'águila le dice:
Pompeira
se dio güelta todo lo que pudo, y l'águila lanzó los dos murlos
del joven, y áhi no más se los pegó a las piernas. Pompeira quedó
como nuevo, más juerte y más joven. Entós le dijo l'águila, que
ella era l'alma del muerto que él enterró, y le dice:
-Himos
llegado al mundo y al lugar ande querías llegar. En aquella ciudá
que se ve allá, es donde 'tan tus piones y las niñas, las que
salvaste del encanto. Tenís que castigarlos por la traición qui han
cometido. A mí ya se me termina el permisio que Dios me dio para
ayudarse y pagarte el favor que me hicistes. Pompeira li agradeció
el favor que li había hecho y se despidió como si fuiera su mejor
amigo. Y se voló l'águila.
Llegó
a la ciudá y de averiguación en averiguación dio con la casa ande
'taban los piones con las niñas. A la menor la habían echau de
piona, a la cocina; la pobre 'taba sucia y hilachenta. Pompeira se
vistió muy pobre de ropa como si juera un mendigo.
Jue
a la casa, Pompeira, y pasó a la cocina. Habló con la piona y le
dijo que les dijiera a los patrones que venía en busca de trabajo.
La piona les dijo a los patrones, pero ellos contestaron que después
verían, que por la traza no parecía trabajador, este joven, que
parecía más un flojo y cochino. Que vuelva más tarde, que en la
casa ellos no atendían esa clase de gente.
La
piona lo atendió. Lo hizo sentar y cuando sirvió la comida, sin que
vieran los demás, le dio de comer.
-No,
no puede ser porque él ha quedado en el otro mundo por la traición
de éstos que 'tán de patrones y eran sus piones.
-No,
yo hi venido, y ya me va a conocer. Y ya va a ver que los voy a
degollar con mi espada a estos canallas. Ya me la van a pagar. Ya van
a ir usté y sus hermanas al reino del padre de ustedes.
Se
jue, se vistió con el mejor traje y se presentó con la espada en la
mano. Cuando lo vieron Miliquinaco y Placamontaña, se quedaron
helados. No sabían qué hacer y le preguntaron si era alma del otro
mundo.
-No
-les dice Pompeira-, soy de este mundo que vengo a hacerles pagar la
traición a mí y el mal que les hacen a estas niñas.
Áhi
no más, di un solo golpe con la espada les cortó la cabeza a los
dos. A las niñas les dijo que si aprontaran y las llevó a la casa
del padre de ellas, que era un rey.
Cuando
vido a sus hijas el Rey se puso muy contento y no sabía cómo
pagarle a Pompeira que las había salvado. Lo hizo casar con la menor
y se quedó en el palacio para que juera rey cuando él se muriera.
Se hizo una gran boda y vivieron felices.
Guillermo
Ortiz, 70 años. San Martín. San Luis, 1932.
Campesino
rústico pero inteligente. Gran narrador.
Cuento
851. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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