Había
una vez un matrimonio que tenía un hijo. Sus padres querían que el
padrino o la madrina de éste fuera la persona más justa del mundo.
Con este fin salió un día a buscarla por el mundo. Así, andando,
encontró un viejito, que después de saludarlo y preguntarle qué
andaba haciendo, le dijo:
-No
es el padrino que necesito para mi hijo, pues a pesar de ser enviado
por Dios no creo sea la persona que busco.
Más
adelante encontró a una señora viuda a quien también le dijo lo
que andaba buscando. Ésta le dijo:
-Yo
puedo ser la madrina de tu hijo, pues soy la muerte.
La
llevó a la casa, donde la muerte pudo ver que se trataba de una
persona muy pobre. Después de la ceremonia del bautismo, la muerte
siguió su camino.
En
cierta oportunidad, la muerte o sea la comadre, lo invitó a su casa.
Al llegar a ésta, fue recibido por varios sirvientes que lo hicieron
pasar, y después de atravesar varios salones llegó a presencia de
la comadre quien lo hizo pasar a un salón donde había infinidá de
velas encendidas, las cuales eran de diferente tamaño. Al ver esto
preguntó qué significaba aquello, a lo que la muerte respondió:
-Cada
una de estas velas representa la vida de cada persona. Las más
pequeñas son las que están más cerca de la muerte.
Inocencio
Correa, 76 años. El Chañar. Pringles. San Luis, 1950.
Cuento
950. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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