Había
en la campaña un matrimonio, y este matrimonio era muy unido.
Después de algunos años tuvieron cuatro hijos, tres varones y una
niña. Esta familia era muy querida en el lugar.
Con
los años, los hijos ya eran grandes. El mayor tenía veinte años y
el último catorce. Que se llevaban dos años entre ellos.
Bueno...
Por casualidá viene una guerra, adonde tuvieron que llevar mucha
gente. Entonce vienen a llevarle los hijos varones a esta familia,
pero como el padre era un hombre tan güeno, consiguió entregar un
solo hijo, el mayor. Quedaron los otros dos varones y la niña.
Durante
el tiempo que duró la guerra, como doce años, el hijo que jue a la
guerra no se comunicaba con los padres. Nada supieron de él, por
nadie. Durante estos años, vino la mala suerte que falleció la
madre, y después de tres años, que falleció el padre. Entonce los
hermanos abrieron el juicio sucesorio, y se repartieron entre los
tres, dandoló por muerto al hermano soldado. Algunos de ellos se
casaron.
Como
a los trece años lo dan de baja al soldado. Viniendo el hermano con
el sobrenombre de Soldado Sonajera, que le habían puesto en el
ejército, porque era un genio muy alegre y muy güen soldado. Y le
habían dado permiso como güeno y como güen tirador, y le habían
regalado la ropa y el fusil. Entonce llegó a su casa. 'Taban los dos
hermanos, y no lo quisieron reconocer. Y no le dieron nada de la
herencia, siendo que se habían encontrado muy bien los padres. Al
verse despreciado se jue para otros lugares. A los tiempos, andaba
muy pobre, con la ropa de milico toda hecha pedazo, y siempre con su
fusil al hombro.
Sucedió
que una vez había caminado mucho, y muchos días, y no encontraba
trabajo. Un buen día que sigue un camino atravesando una quebrada.
Iba muy cansado, y había un montecito a la orilla del camino, y se
abre, y dentra al monte, y se pone a dormir la siesta en una sombra
muy linda que había. Serían más u menos como las cuatro, cuando se
siente removido por una persona. Se sienta al momento y que ve a un
hombre muy bien vestido, de negro, y le dice:
-No
vas a encontrar ningún conchabo. 'Tán lejos los pueblos. Vamos a
hacer un trato y te compro el alma. Entonce le dice el soldado:
-Ahora
-le dice el diablo- te daré la plata que quedrás por tu alma, y
tendrás tres años para que la difrutís. Y pasados los tres años
vendré yo para llevarte.
-Si
durante los tres años yo me muero, no me podrás llevar. Así que si
vivo, yo me quedaré con mi alma y vos te quedarás con lo que me has
dado.
-Bueno
-le dice el diablo, a ver, vos que sos tan güen tirador, mirá -le
dice- a distancia de dos cuadras viene un oso, tirale. Vamos a ver si
sabís tirar. A ver si lo matás.
-Bueno
-le dice el diablo, veo que sos un soldado de primera, y tirador. Lo
mismo. Ahora vamos hasta donde 'tá el oso.
-Bueno
-le dice el diablo- ya veo que sos muy enteramente guapo. Cerramos el
trato. Tomá -le dice- este saco. Tiene tres bolsillos. Uno tiene
esterlinas di oro, otro, patacones de plata, y el otro, níquel. Vos
sacás el dinero que necesitás y nunca se te va acabar... Ahora, no
tendrás más casa ni más abrigo que este cuero di oso, que vas a
llevar. No te podís cortar el pelo, las uñas, ni lavarte la cara.
Bueno...
Una vez de cerrar el trato, desapareció el diablo y quedó el
soldado con una bolsa repleta de dinero. Siguió su viaje. Después
de haber caminado un día entero, encontró una casa. Se allegó,
pidió que comer. Estuvo dos días descansando áhi. Le ofertaron
cama, y les dio las gracias, porque tenía el cuero para dormir muy
tranquilo. Se retiró, y al retirarse, metió la mano al bolsillo y
les dejó un puñado de esterlinas di oro y otro puñado de plata.
Los dueños de casa, que eran gente del campo muy pobre, no hallaban
con qué agradecerle aquel regalo que les había hecho este soldado.
Así pasó el tiempo vagando por el mundo, más u menos como un año.
Al principio, en las casas ande llegaba lo recibían muy bien porque
él les hacía regalos. Pero después del año, mucha gente le
disparaban porque se le había criado el pelo, tenía las uñas muy
largas y andaba muy mugriento, así que empezó a sufrir un poco.
Cuando llegaba a una casa, por áhi, la gente le disparaba y se
escondían. Pero él, con buenas palabras les hablaba cariñosamente.
Conseguía amansarlos y que lo recibieran. Él les decía que no le
tuvieran miedo, que era un hombre güeno, y que si él andaba así,
era una promesa que tenía que cumplir durante tres años, que la
había hecho durante la guerra, que si había estado muy enfermo, a
punto de morir, por una herida que había recibido. Y a medida que él
les conversaba, la gente volvía, y lo recibían en la casa. Y él
les volvía a hacer regalos de dinero. Y él les pedía que hicieran
promesa de que durante esos años no se muriera él. Y durante esos
tres años, como la gente de la campaña era tan güena y devota,
pedían a Dios y a los santos de su devoción que no se muriera él.
Una
vez andando él, lo agarró una gran lluvia, y un gran temporal. Y se
allega a una casa que encontró, y pidió alojamiento. La casualidá
que había sido un hotel. El hotelero no lo quería recibir al
principio, al ver un hombre que parecía un animal. Y le dijeron
todos los que habían ido al hotel, que si recibía a ese hombre se
iban a mandar a mudar. Lo tomaron por un animal, que andaba huyendo
de la autoridá. Entonce él habla con el hotelero y le dice:
-Mire,
señor, la tormenta; no hallo donde irme. Yo soy un hombre güeno. Si
usté me ve con esta vestidura, es por una promesa que tengo. Yo le
pagaré bien lo que usté cobre y daré muy güena propina.
Le
pusieron una mesita, y este soldado, que era bastante comilón, pidió
que le trajieran un pavo que había visto en una fiambrera, y unas
botellas de oporto.
El
hotelero quedó suspenso por un momento. Lo miró de pie a cabeza, y
al verle la facha que tenía, le dice:
Y
mete la mano al bolsillo, Sonajera, y saca un puñado de esterlinas y
las pone sobre la mesa. Y le dice:
Al
ver esto, el hotelero más pronto que corriendo le trajo el pavo y
las botellas de licor, y lo comenzó a servir como si juese un rey.
-No,
no -le dice el hotelero, me ha dado demasiado. Me parece un poco
tarde, le voy a hacer la cama.
Tendió
su cuero en un rincón del galpón y se acurrucó como si juera un
perro, muy tranquilo.
El
hotelero jue y contó cómo era este soldado, y todos le dijieron que
era muy sospechoso y que había que ponerle centinela, esa noche,
para que lo vigilara. El hotelero les dijo que se vía que era güeno,
sinó que cumpla una promesa.
Sonajera,
bien comido y bebido, durmió como un lirón. Al otro día, a primera
hora, pide café, desayuno, y pregunta al hotelero qué se le debe.
Entonce el hotelero dijo que ya 'taba pago, y muy agradecido de lo
que le dio demás. Entonce el Soldado dio las gracias por todas las
atenciones que había recibido, y mete la mano al bolsillo y saca un
puñado de esterlinas y otro puñado de patacones de plata, y le
dice:
-Esto
es de propia para los empleados que usté tiene. Y le dijo que si
algún día volvía por áhi, no le tuvieran miedo y le dieran
hospitalidá. Y se despidió muy contento. El hotelero no hacía otra
cosa que conversar de este soldado tan rico que nadie sabía de dónde
había salido.
Sigue
andando este soldado, de pueblo en pueblo. Ya había salvado dos años
y medio, y no moría. Lo que sí, que él sufría al llegar a algunas
casas, porque disparaban al verle la facha.
Una
vez, andando, llega de casualidá, que también lo pilló un gran
torbellino, y llegó a una fonda a pedir alojamiento. Se lo negaron
al principio, pero él sacó un puñado de oro y le contó al dueño
que anda así porque había hecho una promesa. Le dio permiso que se
quedara. Comió, y cuando le quisieron hacer la cama, él dijo:
Tendió
su cuero en un rincón y se quedó dormido profundamente. Serían
como las cuatro de la mañana, cuando se descolgó un aguacero, un
torbellino con rayos y centellas. Se despierta Sonajera, se sienta en
el cuero y está mirando cómo se descargaba la tormenta, cuando
siente entre la lluvia y el viento unos lamentos y como llantos. Se
levanta, pone toda su atención, y descubre que al lado, de la pieza
de la par, era diande salían los lamentos. Se arrima, pone el óido
por una rajadura de la puerta y devisa un hombre vecino de la fonda,
que era un gran estanciero, que él era el que se lamentaba. Gólpia
la puerta. El hombre sale, y él le dice:
-Soy
el Soldado Sonajera. Vengo a ver qué le pasa. A ver si soy útil
para servirle en algo. No me tenga miedo. El hombre cuando lo vio
pegó un grito, pero él le dice:
-No
se asuste, soy hombre como usté, sinó que tengo una promesa de ir
en esta forma. Soy un hombre de güen corazón, vengo a ayudarlo.
Entonce
al estanciero se le pasó el miedo, y lo hace pasar para adentro. Le
pone una sía 4, y se ponen los dos a conversar. Entonce' el Soldado
le dice:
Entonce
el estanciero le dice que él es el más rico de ese lugar, y que por
malos negocios había fundido todo lo que tenía. Y que había hecho
una hipoteca, y que no tenía cómo pagar, y que esa mañana misma
iba a venir el martillero, y le iba a rematar todo, y lo iba a hechar
de su casa. Entonce Sonajera, con sonrisa, le dice que no se aflija
por eso, y que cuánto era lo que necesitaba. El estanciero no le
quería decir, como lo vía en esa facha, pensaba que era un infeliz.
Sonajera se dio cuenta que el hombre le desconfiaba y le dice de
nuevo:
Y
el estanciero le dice:
Y
mete la mano al bolsillo y empieza a echar puñados de esterlinas
arriba de la mesa. Formó un montón como si juera di oro, y le dice:
El
estanciero lo miraba con unos ojos tamaños, que no le cabían en el
cuero, al ver salvados los bienes que le iban a rematar. Ya contó el
dinero, y lo que acabó, se paró y le dio un abrazo el estanciero y
le dice:
-Mi
güen amigo, yo no tengo conque pagarle. Veo que es un hombre de gran
corazón y se lo agradezco en nombre de Dios. Todo esto sobra de lo
que yo tengo que pagar.
-Bueno,
bueno -le dijo Sonajera-. Le hí hecho un bien, y en todas partes que
ando, hago todo el bien que puedo. 'Taba tan contento el estanciero,
que le dijo que lo quería llevar a su estancia y presentarle su
familia.
Ya
'staba listo el surke y emprendieron la marcha. Y ya llegaron a la
estancia, y el estanciero le dijo que se quedara unos días a
descansar. El estanciero tenía tres hijas hermosas. Sonajera que no
era lerdo, dijo que bueno, y se quedó por unos días. Después
de una semana de estadía, Sonajera emprendió el viaje. Al
despedirse Sonajera, y al darle el estanciero las gracias, le
preguntó que si era soltero. Sonajera le dijo que sí, que era
soltero. Entonce el estanciero le dijo que si no quería que le diera
una de sus hijas. Él le dijo que con mucho gusto, pero que ninguna
de sus hijas lo iba a querer así como andaba. El estanciero llamó a
las tres hijas y les preguntó que cuál quería casarse con
Sonajera. Las dos mayores dijieron que ellas no, y entonce la menor
contestó:
-Usté,
papá, me ha dicho que es un hombre de gran corazón, y por lo que ha
hecho con usté, yo lo quiero.
Al
Soldado Sonajera ya le había llenado el ojo la menor, así que al
oír esto se puso muy contento y dijo que quería dejarle un
recuerdo. Y mete la mano al bolsillo y saca un anillo, y saca una
lima y lo corta al medio. Y le dice:
Le
dijo Sonajera que le falta un año de la promesa, y que después de
eso volvería para cumplir su palabra. Y se jue. Ya se encontraba un
poco cansado de la vida que hacía. Todos disparaban de él, pero
como él era tan de buen corazón, que a todos ayudaba y les daba
todo el dinero que necesitaban para que remediaran sus necesidades,
todos rogaban por él.
Bueno...
Por fin llegó un momento en que le faltaba nada más que un mes para
encontrarse con el diablo. En esa fecha se jue a unas sierras, y áhi
había visto unas piedras muy grandes, con unas rajaduras projundas.
Y como ya llegaba el plazo, empieza a llenar las rajaduras con
monedas di oro, para quedarse con algo, porque ya tenía que entregar
todo al diablo. Echó muchísimo oro y tapó todo muy bien, con mucha
paja. Y siguió su marcha al punto ande tenía que encontrarse con el
diablo. A los tres días llegó. Ya los 'staba esperando el diablo.
En cuanto se encontraron, se saludaron, y le dice el diablo:
-¡Hombre,
me ha embromado? Ha sido como un fierro de resis-tente para las
tentaciones. Yo le he puesto muchas trampas, pero las ha resistido y
no ha cáido, así que su alma anda con Dios. Usté ha sido muy vivo
amigo. Ha salíu ganando. Entreguemé lo mío.
-Bueno,
amigo -le dice el Soldado Sonajera, le falta una cosa. Me tiene que
cortar el pelo y las uñas.
Se
jue Sonajera a su escondite ande tenía el dinero. Sacó un poco y se
dirigió para la ciudá. En la ciudá jue a una gran tienda, y se
compró ropa de lo mejor. Se jue a una posada, y áhi quedó esa
noche. Al día siguiente se jue a una gran fábrica ande vendían
carruajes. Se compró unos arneses muy buenos y un carruaje
lujosísimo. Se jue a una estancia y se compró cuatro caballos
negros, de lo mejor que había. Volvió a comprar ropa, de todo, y se
jue en su carruaje a su escondite. Cargó todo el oro y siguió viaje
a la casa de la niña. Cerca de la casa, en una ciudá, llega a una
peluquería y se hace afeitar y pelar de nuevo y se hace perfumar. El
Soldado Sonajera era muy güen mozo, así que parecía un príncipe
con tanto lujo como iba.
Sigue
viaje y al día siguiente llega a la casa de la niña. Golpea las
manos. Las primeras que salieron jueron las dos niñas mayores, lo
que vieron este carruaje tan lujoso. Entonce les dice él que era de
otro pueblo y que si le podían dar alojamiento por ese día. Entonce
salió el padre y lo vio y le dieron alojamiento. Lo atendieron muy
bien. Lo invitaron a almorzar. Las dos niñas mayores no más salían,
y se arreglaban cada cual mejor, presumiendo para ver la que caiba en
gracia. Al fin, Sonajera, le pregunta al padre que si no tenía otra
hija. Le dijo que sí, que tenía otra menor que anda por áhi, que
hacía las cosas, y que no le gustaba salir cuando llegaba gente.
El
señor le dijo que bueno, y jue y la llamó a la niña. Y como era
obediente, condecendió y vino. Ya estuvieron conversando mucho. Las
mayores, cuando vieron esto, se jueron a cambiar de traje y a
arreglarse más para conquistar a este mozo tan rico. Sonajera le
dijo a la niña que si podía casarse.
-Pero,
la pueden engañar. ¡Cómo puede tener confianza! ¡Vaya a saber si
el que usté espera vuelve más!
Entonce
el joven le pide a la niña un poco de agua. Sale la niña y le trae
una copa di agua. El mozo se toma la mitá de l'agua. En la mitá que
queda pone la parte del anillo que él tiene, y le devuelve la copa.
La niña sale, y cuando se apercibe que hay una mitá de anillo, la
saca y la mide con la de ella y ve que era el anillo del compromiso,
y dentra corriendo, y lo abraza al padre y le dice:
Entonce
el padre lo abraza al joven y le dice:
Y
de ese momento se pusieron en preparativos para el casorio. Al oír
bulla y alegría aparecen las otras dos hermanas. Querían morirse de
ver cómo era el joven que ellas habían despreciado, tan güen mozo,
tan simpático y tan rico. Y así jue que a los tres días, la menor
y el joven se casaron. Hubo una fiesta muy grande y hermosa, y
vinieron muchísima gente de todas partes, hasta de lugares lejos.
Trajieron muy buenos músicos de la ciudá. La casa de este señor
estanciero 'taba al pie de una loma, y atrás de la casa corría un
río muy grande y hondo. El baile 'taba muy entusiasmado, y serían
las dos de la mañana, cuando llega un señor muy bien arreglado
montando una mula negra, y pide hablar con el señor Juan Gómez,
éste era el nombre verdadero del Soldado Sonajera. Entonce el recién
venido le dice:
-Bueno,
te vengo a dar las gracias por el negocio que himos hecho. Hi salíu
ganando. En lugar de llevarme una alma, me llevo dos. Tus dos cuñadas
se acaban de tirar al río y mueren ahugadas.
Sonajera
dentró muy callado, para que pudieran seguir el baile, pero 'taba
muy triste. Cuando se terminó el baile, al otro día, empezaron a
buscar las dos niñas mayores, pero no las encontraban en ninguna
parte. Como Sonajera ya lo sabía, mandó a unos piones a buscarlas
al río, a ver si se habrían caido. A los tres días las hallaron en
el río, lejos. Se hizo un gran entierro y todos rogaron para que
Dios las perdonara.
El
Soldado Sonajera, que ya se le decía por su propio nombre, señor
Juan Gómez, vivió feliz y dichoso con su esposa, por muchí-simos
años.
Al
tiempo de despedirse, uno de los piones que 'taba en el baile, halló
una cosa que brillaba. La alzó creyendo que era un brillante, pero
era un poroto, para que usté me cuente otro.
Amador
V. Olivera, 68 años. San Luis. Capital, 1947.
El
narrador, hombre del pueblo, sabe muchos cuentos antiguos y tiene
fama de tener una gran memoria y buen arte para decirlos.
Cuento
954. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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