Había
un joven y una niña que se casaron y eran muy pobres. Tuvieron un
niñito, y el padre salió a buscar una comadre o un compadre para el
muchachito, que sea una persona justa.
Y
siguió. Y que por áhi encuentra a una señora viuda, y que le dice:
Y
ya la llevó para que viera el niñito, y después lo oliaron. Ya la
muerte siempre venía a ver el ahijau.
-Güeno
-dice un día-, le voy a dar una virtú, compadre, pa que pueda criar
al niñito y pa que pueda vivir. Va a ser médico y va a curar. Yo le
voy a ayudar. Pero no vaya a ser porfiau, porque si porfea, ese día
va a ser perdido, va a morir. Usté tiene que dar cualquier remedito
de poleo, tomillo con sal, cualquier remedio. Cuando vaya a curar yo
voy a 'star áhi, pero sólo usté me va a ver. Cuando 'sté a los
pieses del enfermo, usté puede asegurar qui el enfermo va a sanar.
Cuando yo 'sté en la cabecera, no dé ninguna esperanza, el enfermo
es perdido. Digalé no más que va a morir prontito.
Y
ya el compadre s'hizo médico y ganó muchísima plata. De todos
lados lo llamaban. Y la muerte, la comadre, 'staba siempre en los
pieses, y todos los enfermos, aunque 'stuvieran moribundos, sanaban
prontito.
Y
un día lo mandaron a llamar de un enfermo muy rico, que ofertaba un
millón de pesos. Y ya jue el médico contento con lo que iba a
ganar. Va y ve a la muerte sentada en la cabecera.
Él
no sabía qué hacer, y pensaba y pensaba. Entós pidió quedar solo
con el enfermo que 'taba muy mal. Y agarró a la muerte de un brazo y
la sentó en los pieses. Y la muerte se volvió a la cabecera. Y la
agarró otra vez y la sentó en los pieses. Y así 'tuvo toda la
noche. Y se le cansó el brazo tanto ponerla a la muerte en los
pieses, y ella que venía no más a la cabecera. Y ya venía el día.
Hasta que al último la muerte se quedó áhi, en los pieses. Y sanó
el enfermo y el médico ganó el millón de pesos.
-Venga
para acá, compadre. Vamos para mi casa un ratito -y se jueron, y
llegaron, y que había en la casa de la muerte muchísimas velas
encendidas, unas más largas, otras cortitas, unas recién prendidas,
otras que ya si apagaban.
-Ésta
es la vida suya, compadre, que se 'stá por acabar porque usté ha
síu muy porfiau. Yo le dije que si iba a morir cuando porfée, y es
así.
María
Luisa de Castro, 48 años. Los Cajones. Junín. San Luis, 1947.
Campesina
rústica. Muy buena narradora.
Cuento
951. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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