Había
una vez un hombre muy viejito que había quedau viudo. Le habían
quedau dos chicos, un chico y una chica. El viejito se ocupaba en
cazar animalitos del campo. Que era de muy buena puntería, que no
perdía tiro nunca. Tenía un güen rifle. Y el chico había aprendíu
a tirar, y si bien sabía tirar el padre, él sabía tirar mejor
todavía. Y llegó una vez que se enfermó el viejito, y cayó a la
cama. Entonce lo llamó al hijo varón y le dijo:
Y
murió el viejito. Vivieron poco tiempo áhi, en la casita, los
chicos. Y ya nu había quedau casi qué cazar. Los bichos del campo
habían quedau muy escasos. Y como ellos vivían de la caza, d'eso se
mantenían, dispusieron de irse a otro lado. Cargaron el caballo con
todas las municiones que tenían, y todo lo poquito que tenían,
porque eran muy pobres, y una bolsita de sal. Y se jueron. Anduvieron
mucho tiempo, y no podían cazar.
Tanto
anduvieron ellos hasta que dieron con una montaña muy grande.
Desensillaron el caballo y le dijo el hermano varón a la hermana
mujer:
-Quedate
acá no más, vos, y yo voy a ir a cazar por la montaña. Ya vengo.
Y
en eso la chica hizo fuego, sacó de los aperos unos cueros y se
recostó. Y él se metió pa dentro de la montaña. En eso, al poco
andar, salió una gama, y le pegó un tiro y la mató. Y en eso vino
un gigante y le dijo qué andaba haciendo en ese campo, que lu iba a
comer. Entonce él le empezó a pegar tiros. Le pegó cinco tiros.
Cuando ya no pudo más, que cayó el gigante al suelo, el chico le
cruzó los brazos. El gigante le dijo que no lo matara, que l'iba a
regalar el palacio que tenía él. Entonce le dijo que bueno, que lo
llevara. Y lo llevó a un palacio muy lindo y le entregó todas las
llaves. El muchacho lo llevó al gigante a una pieza sola y lo ató
en el techo con unas cadenas. Y salió, le echó llave, y apartó esa
llave, y la guardó en el bolsillo. Entonce se jue a traerla a la
hermanita.
-Y,
che, hermanita -que le dice-, Dios nos ha mandado un palacio muy
lindo para nosotros, así que vamos a vivir tranquilos.
Entonce
vino la chica, y vivieron áhi. Y ya le mostró todas las llaves para
que viera que era de ellos. La niña le dijo que cómo hizo para
hacerse dueño de ese palacio. Entonce, un día, dijo el hermano:
Entonce
la chica, lo que quedó sola, empezó a abrir las puertas y a ver
todo lo que había en las piezas. Y así recorrió todas las piezas,
menos dos que estaban cerradas y no podía abrir con las llaves del
hermano. Entonce le dice al hermano, un día:
Le
dice él:
Una
llave era la de la pieza que él tenía al gigante, y otra llave era
que no lo había entregado el gigante, y él no se había dado
cuenta. Una vez se cambió de ropa el muchacho, y se olvidó de la
llave que tenía escondida en el bolsillo. Entonce la chica se la
encontró. Esperó que saliera no más, el muchacho al campo, y se
puso a probar la llave en qué puerta andaba, y dio con la puerta de
la pieza que 'staba atado el gigante. Cuando entró, la muchacha se
asustó, miró pa arriba, y lo vido, y se asustó. Entonces le habló
el gigante y le dijo que no se asustara, que él era un hombre bueno,
que le desatara di áhi y que lo curara, que le tuviera lástima.
Entonce lo desató, lo hizo bajar, y lo curó. Bué... Entonces le
dijo que saliera, que cerrara la puerta, que echara llave, y que no
le fuera a decir al hermano que ella había entrau áhi. Al poco rato
ya llegó el muchacho del campo. Ella ya tenía la comida lista.
Comieron, tomaron mate y se acostaron a dormir la siesta. Después,
vuelve a salir al campo el muchacho, otra vez. Se jue la chica a la
pieza ante 'staba el gigante. Le llevó comida, le llevó agua, le
llevó más remedios. Y después, volvió a cerrar la puerta y salió.
Así siguieron varios días. Así como salía el hermano, ella s'iba
ande 'staba el gigante a darle de comer y curarle. Por fin, un día
le dijo el gigante a la chica:
-Mirá
-le dice, este palacio es miño, y el que a mí me ha estropiau tanto
es tu hermano, y a vos te había engañau. Y tu hermano es muy malo,
así que tendremos que tratar cómo tenimos que hacer para hacerlo
matar, para que quedemos los dos dueños de acá.
-Mirá,
mañana a las doce, cuando venga, te hacís l'enferma, y le decís
que ha venido una curandera, y te ha dau un remedio. Que con lo que
podía sanar, es con l'agua de Las dos Peñas que de acá queda
distancia de cien leguas. De allá, tené la seguridá que no va a
venir más, y así quedamos tranquilos nosotros.
Entonce,
cuando echó de ver que ya iba a llegar el hermano, se acostó y se
hizo la muy enferma. Entonces, cuando llegó el hermano que le dijo:
-'Toy
muy enferma y ha venido una curandera y me ha dado que sólo con
l'agua de Las dos Peñas voy a sanar, y queda muy lejo, quedan cien
leguas de acá.
Y
agarró un par de caballos y se jue. Y empezó a galopar y galopar
sin rumbo, porque él no sabía ánde preguntar, ni ánde quedaban
Las dos Peñas. En eso devisó un humito, lejo, muy lejo, y tomó en
esas direcciones. Y galopó y galopó, hasta que llegó a una casita,
a una de esas casitas antiguas, la mitá enterrada en el suelo. Y
llegó a la casa y salió una muchacha de pelo largo, que se llamaba
Jorgina, y lo invitó a que se bajara. Y él le dijo que no, que 'él
iba preguntando dónde quedaba el camino que iba para Las dos Peñas.
Entonce le dijo que se bajara, que el padre de ella le iba a dar
noticias, que era una persona ciega, pero que conocía por muchos
puntos.
-No
puedo volverme. Lo que quero es salvar mi hermana, y me han dicho que
sólo con esa agua se puede salvar.
-Bueno
-que le dice, tanto entusiasmo y tantas ganas que tiene d'ir, yo lo
voy a ayudar. Mire, amigo -le dice el viejito-, Las dos Peñas son
dos piedras muy grandes que se abren y se juntan, y cuando sienten
que anda alguno, pegan un brinco y se pegan un golpe que saltan
piedras, distancia de una legua alrededor, y no queda nadies vivo.
Pero -que le dice, yo le voy a prestar un caballo y un frasco, y se
va a ir en seguida, después que cene, y le pega galope que el
caballo lo va a llevar allá. Va a llegar mañana a las once. Las
peñas van a estar abiertas. No tenga miedo, llegue no más usté;
meta el frasco, saque l'agua, y aprete las piernas qu'el caballo va a
disparar como el viento.
Bue...
Así que salió este mozo, y le pegó galope como le había dicho el
viejito. Justamente llegó a las once. 'Taban abiertas las peñas. Y
llegó no más, y metió el frasco, y pegó la vuelta, y le apretó
las piernas al caballo, y salió disparando. En eso pegaron un
bramido las peñas y se juntaron justamente cuando salió de la
legua, que 'taba marcada. Las piedras que saltaban, le pasaban por la
cola del caballo, pero alcanzó a salvarse. Y jue y dio con la casa
del viejito. Y el viejito le dijo:
En
lugar de arreglarle la niña l'agua que traía, le acomodó otra agua
cualesquiera. Y se jue él para la casa de la hermana.
Así
que pasaron unos dos o tres días más, le dijo el gigante a la niña
que se volviera a hacer la enferma, y que le dijiera al hermano, que
había pasau la curandera y le había dicho que sólo con la grasa
del toro negro podía sanar. Tal hizo ella.
-No,
hermano, qué te vas a ir, si dicen que ese toro es muy malo, que el
que va áhi no vuelve más...
-Sí
señor -le dice, en busca de que me dé noticias del camino del toro
negro.
-Bueno,
amigo, cambie el caballo, yo le voy a prestar mi caballo y una
espada. Va a llegar mañana a las once, allá. Cuando llegue, el toro
va a 'star echau, los ojos abiertos, y es que 'stá durmiendo. Llegue
y trate de cortarle la bola de grasa del cogote, áhi 'tá la grasa
que usté busca. Una vez que le corte la grasa, pegue la vuelta y
dispare.
Bué...
El muchacho agarró y cambió caballo, y ensilló el caballo blanco
que le prestó el viejo, y se fue. Caminó toda la noche. Al otro día
a las once y media recién llegó ande 'taba el toro.
Y
'taba el toro echado, con los ojos abiertos, que a él le daba miedo
verlo. Y llegó no más, y le buscó la parte del cogote que le había
dicho y le cortó. Y pegó la vuelta y se alzó a caballo. El caballo
corría más juerte que el viento, y sin embargo, ya lo alcanzaba el
toro. Pero, salió no más del peligro. Para la noche, llegó como a
las diez a lo del viejito. Entonce le dice el viejito:
Y
jue la niña, y en vez de acomodarle esa grasa, le acomodó una grasa
de vaca, y dejó la del toro para ella. Bueno... cenó y se fue para
la casa de él. Se despidió muy agradecido del viejito.
Llegó
al otro día, el muchacho, a la casa d'él. Y le dice a la niña:
-Mirá,
para que 'stemos tranquilos, hay que buscar no más cómo hacerlo
matar a tu hermano. Hacete la enferma, y decile que ha pasado la
curandera y que ha dicho que sólo con un tés de la barba del Vello
Colorau vas a sanar. El Vello Colorau es un hombre muy malo, que no
lo puede dominar nadies. Han ido ejércitos enteros a tomarlo y los
ha matau, y él ha quedau vivo.
Así
que cuando vino del campo, el muchacho, 'taba en cama la hermana, y
le dijo que 'taba muy mal ella; que había pasau la curandera y que
le había dicho que sólo con la barba del Vello Colorau podía curar
ella.
Agarró
los caballos y se volvió a ir. Y se fue por otra parte. No quería
ir por la casa del viejito. Galopó toda la tarde. Al oscurecer llegó
a la casa del viejito otra vez.
Y
se jue a saludar al viejito.
-No,
amigo, agora ya no lo puedo ayudar; si a ese hombre no lo puede
nadie. Si ha muerto cientos de hombres, y a él no lo pueden tomar.
-Bueno
-le dice, perdido por perdido, le voy a hacer la última ayuda. Ensíe
mi caballo blanco, tome esta espada bien cortadora y se va a
combatirlo como pueda. Sólo si, cuando 'sté combatiendo con él,
nunca tenga el caballo con freno.
Bueno,
entonce siguió viaje el muchacho. Caminó ese día todo el día, y
la noche, toda la noche. Al otro día, a la entrada 'el sol, lejazo,
vido la seña ande le habían dicho que empezaba el campo del Vello
Colorau. Fue, llegó a la tranquera, abrió la tranquera y entró. De
allá de las casas lo devisó el Vello Colorau y se vino bufando, a
matarlo.
-¿Que
me vas a peliar vos a mí? Vos sos un gusanío 'e la tierra para mí.
Yo hi matau ejércitos enteros, grandes cantidades de hombres, y a mí
no me han hecho nada. ¡Qué me vas a hacer vos!
Entonce,
de verle el coraje del muchacho, lo envitó pa las casas. Entonce lo
envitó con mate, y lo envitó a cenar. Después lo empezó a
aconsejar que no lo peliara; que de todas maneras lo iba a matar.
Entonce le dijo que no importa, que no le peliaría si le daba un
pedacito de la barba. Entonce le dijo que no, porque el hombre que le
cortaba la barba lo iba a hacer esclavo d'él para toda la vida.
Entonce le dijo que él lo iba a peliar no más.
Se
acostaron a dormir. Al otro día bien temprano se levantaron, tomaron
el desayuno y le dice el Vello Colorau que no lo peliara, que se
juera tranquilo que iban a ser amigos.
Le
dijo el muchacho que de la única manera que no lo peliaría, si le
daba un pedazo de barba. Que dijo el Vello Colorau que no, que fueran
no más a peliar. Y se fueron a la cancha que tenía de peliar el
Vello Colorau, y se bajaron, y los dos le sacaron el freno al
caballo, y se pusieron a peliar. A medida que iban peliando ellos,
los caballos también iban peliando. Peliaron ese día todo el día,
y no se podían pegar ni uno ni otro. A entradas del sol, le dijo el
Vello Colorau:
Se
fueron a tomar mate. Mientra 'taban tomando mate, empezó a
aconsejarlo el Vello Colorau que no peliara más, que se juera, que
iban a ser amigos siempre. Le dijo el muchacho que si no le daba un
pedazo de barba, lo peliaba no más.
Bué...
Durmieron esa noche, y al otro día bien temprano se fueron a peliar.
Y tanto peliaron hasta que a eso de las once, tuvo suerte el muchacho
y le cortó un pedazo 'e barba. Entonce le dijo el Vello Cólorau que
ya no podía peliarlo más, que era su esclavo y que era dueño de
todo lo que tenía. Y agarró y siguió viaje el muchacho con el
pedazo de barba. Llegó a la casa del viejito. Le dio las
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güenas noches. Le preguntó cómo l'iba yendo, el viejito. El
muchacho le contestó que muy bien, que áhi traía las barbas. Y él
le dice que se las dé a la niña pa que se las acomode bien, pa que
no las perdiera. La niña fue y las guardó, y se jue al corral de
las chivas y cortó la barba a un chivato, y la acomodó, y se las
dio al muchacho. Cenó el muchacho y se jue.
-Acá
le voy a regalar ese cabaíto zaino. Si alguna vez le pasa
cualesquiera cosa, si 'stá enfermo u lo quieren matar, pida que lo
corten en pedazos, lo echen en una bolsa, lo aten arriba del caballo,
y lo larguen.
El
gigante ya 'staba sabiendo que ya venía de nuevo el joven. Cuando
llegó le dio el tés a la hermana. Y sanó. Y siguieron otros días
viviendo tranquilos.
-Mirá
-le dice-, no hay más remedio que lo voy a tener que matar yo. Tomá
-le dice- esto -y le da una piolita-. Cuando venga se la das y le
decís a que no es capaz de cortarla de una sola estirada.
Y
cuando fue a pegar l'estirada se le formaron unas cadenas muy
gruesas, y quedó bien maniado de las dos manos. Entonce jue la chica
y le abrió la puerta al gigante. Entonce vino el gigante y le dijo
al muchacho:
Entonce
le dice el hermano a la hermana.
-¡Ah!
¡Que habías sido ingrata! ¡Mirá la traición que mi has hecho! Ya
que me has hecho esta traición, te voy a hacer un pedido. No quero
quedar ocupando tierra, acá. Agarrá, despedazame bien, y echame en
una bolsa y atame sobre ese caballo pa que me desparrame por el
campo.
Agarraron
y lo descoyuntaron, lu echaron en la bolsa y lo ataron sobre el
cabaíto. Entonce salió retozando el caballo, saltó la puerta,
saltó cercos, alambrados y jue a dar a la casa del viejito. Cuando
lo devisó la niña, que dijo:
Le
dice el viejito a la niña que lo armara bien armadito. Una vez que
'stuvo armau, l'echó l'agua de las dos peñas, y lo empezó a flotar
con la grasa del toro negro, y a darle teses de la barba del Vello
Colorau. Y en seguida vivió el muchacho. Entonce pasaron dos o tres
días, y todos los días le hacía el mismo remedio. Entonce le dijo
el viejito, un día:
-Mire,
amigo, si agora se siente bien, se puede ir a visitar a su hermana,
sólo sí, tiene que matarla por la traición que le ha 'stado
haciendo. En seguida pasa al gigante. Hagaló sufrir en toda forma
ante de matarlo. No lo termine de matar hasta que no le dé una llave
que no le entregó la primera vez. Cuando le dé la llave, lo termina
de matar. Y busca la piecita ande anda bien la llave, y áhi dentro
hay un lavador con agua cristalina, muy clarita, y adentro 'el agua
hay dos ojos. Los envuelve en este pañuelo 'e mano, y sale ligerito,
y sube a caballo y se viene, y no vaya a mirar para atrás.
Y
de un solo agarrón que le dio le cortó un brazo para un lau, y otro
para otro. Y así la despedazó, la mató. Después jue ande 'staba
el gigante y le dijo:
Al
poco andar le cortó un brazo, una pierna, una oreja. Le pidió el
gigante que no lo hiciera sufrir tanto, que lo matara en seguida.
Entonce le dijo él, que sí, que lo iba a matar, pero que le
entregara la llave que no le había entregau la primera vuelta.
Entonce el gigante se la entregó. Cuando se la entregó, lo terminó
de matar. Fue y buscó la pieza y la abrió y entró. Cuando entró,
con lo primero que se encontró jue con un lavatorio grande y con los
ojos. Los envolvió bien, en el peñuelo que le había dau el
viejito, y jue y subió a caballo, ligerito. Cuando subió, sintió
un bramido, y que se aniblinó todo, para todos lados. Y subió a
caballo y siguió, pero, empezó a desconocer todo, que no sabía
para dónde seguir. En seguida dio con un pueblo muy bonito. Él no
quería entrar al pueblo, pero el caballo porfiaba y porfiaba para
entrar al pueblo, y entró. Y llegó el caballo a la puerta de una
casa muy bonita que había. Y de áhi no podía sacar el caballo, no
quería caminar para ningún lado. Entonce golpió la puerta para
preguntar ande 'staba. Entonce salió una niña muy donosa y bien
vestida, que había síu Jorgina, la hija del viejito. Áhi no más
lo hizo pasar, recontenta, y lo hizo pasar pande 'staba el viejito.
Entonce él le entregó los ojos que traía. En seguida se jue a una
pieza, el viejito, y se puso los ojos. Entonce le dijo el viejito al
muchacho:
-Vea,
amigo, yo lo hi salvau de unas güenas, y usté me ha salvau di
otras. El gigante me sacó los ojos para tenerme en este pueblo
encantau, y agora m'hi juntau con lo que es miño. Así es que para
mejor compañía, se va a quedar usté conmigo.
Y
el viejito había síu Dios. Y el muchacho quedó muy agradecido del
viejito y el viejito del muchacho, y quedaron para siempre viviendo
juntos.
Julián
Aguilera, 42 años. El Saladillo. Pringles. San Luis, 1945.
Aprendió
este cuento y muchos otros de su padre y de los viejos del lugar.
En
el cuento figura el motivo de la hermana traidora.
Cuento
926. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 069
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