Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de febrero de 2015

El vello colorau .926

Había una vez un hombre muy viejito que había quedau viudo. Le habían quedau dos chicos, un chico y una chica. El viejito se ocupaba en cazar animalitos del campo. Que era de muy buena puntería, que no perdía tiro nunca. Tenía un güen rifle. Y el chico había aprendíu a tirar, y si bien sabía tirar el padre, él sabía tirar mejor todavía. Y llegó una vez que se enfermó el viejito, y cayó a la cama. Entonce lo llamó al hijo varón y le dijo:
-Mirá, hijo, yo me voy a morir, hacete cargo de tu hermana y de todo lo que es mío.
Y murió el viejito. Vivieron poco tiempo áhi, en la casita, los chicos. Y ya nu había quedau casi qué cazar. Los bichos del campo habían quedau muy escasos. Y como ellos vivían de la caza, d'eso se mantenían, dispusieron de irse a otro lado. Cargaron el caballo con todas las municiones que tenían, y todo lo poquito que tenían, porque eran muy pobres, y una bolsita de sal. Y se jueron. Anduvieron mucho tiempo, y no podían cazar.
Tanto anduvieron ellos hasta que dieron con una montaña muy grande. Desensillaron el caballo y le dijo el hermano varón a la hermana mujer:
-Quedate acá no más, vos, y yo voy a ir a cazar por la montaña. Ya vengo.
Y en eso la chica hizo fuego, sacó de los aperos unos cueros y se recostó. Y él se metió pa dentro de la montaña. En eso, al poco andar, salió una gama, y le pegó un tiro y la mató. Y en eso vino un gigante y le dijo qué andaba haciendo en ese campo, que lu iba a comer. Entonce él le empezó a pegar tiros. Le pegó cinco tiros. Cuando ya no pudo más, que cayó el gigante al suelo, el chico le cruzó los brazos. El gigante le dijo que no lo matara, que l'iba a regalar el palacio que tenía él. Entonce le dijo que bueno, que lo llevara. Y lo llevó a un palacio muy lindo y le entregó todas las llaves. El muchacho lo llevó al gigante a una pieza sola y lo ató en el techo con unas cadenas. Y salió, le echó llave, y apartó esa llave, y la guardó en el bolsillo. Entonce se jue a traerla a la hermanita.
-Y, che, hermanita -que le dice-, Dios nos ha mandado un palacio muy lindo para nosotros, así que vamos a vivir tranquilos.
Entonce vino la chica, y vivieron áhi. Y ya le mostró todas las llaves para que viera que era de ellos. La niña le dijo que cómo hizo para hacerse dueño de ese palacio. Entonce, un día, dijo el hermano:
-Voy a salir al campo, como todo es miño, para reconocer todo lo que es miño.
Entonce la chica, lo que quedó sola, empezó a abrir las puertas y a ver todo lo que había en las piezas. Y así recorrió todas las piezas, menos dos que estaban cerradas y no podía abrir con las llaves del hermano. Entonce le dice al hermano, un día:
-Che -le dice- ¿y las llaves de osas otras piezas, que no las puedo encontrar?
Le dice él:
-¿Para qué las querís? Alguna de ésas han de ser -y así la tenía engañada.
Una llave era la de la pieza que él tenía al gigante, y otra llave era que no lo había entregado el gigante, y él no se había dado cuenta. Una vez se cambió de ropa el muchacho, y se olvidó de la llave que tenía escondida en el bolsillo. Entonce la chica se la encontró. Esperó que saliera no más, el muchacho al campo, y se puso a probar la llave en qué puerta andaba, y dio con la puerta de la pieza que 'staba atado el gigante. Cuando entró, la muchacha se asustó, miró pa arriba, y lo vido, y se asustó. Entonces le habló el gigante y le dijo que no se asustara, que él era un hombre bueno, que le desatara di áhi y que lo curara, que le tuviera lástima. Entonce lo desató, lo hizo bajar, y lo curó. Bué... Entonces le dijo que saliera, que cerrara la puerta, que echara llave, y que no le fuera a decir al hermano que ella había entrau áhi. Al poco rato ya llegó el muchacho del campo. Ella ya tenía la comida lista. Comieron, tomaron mate y se acostaron a dormir la siesta. Después, vuelve a salir al campo el muchacho, otra vez. Se jue la chica a la pieza ante 'staba el gigante. Le llevó comida, le llevó agua, le llevó más remedios. Y después, volvió a cerrar la puerta y salió. Así siguieron varios días. Así como salía el hermano, ella s'iba ande 'staba el gigante a darle de comer y curarle. Por fin, un día le dijo el gigante a la chica:
-Mirá -le dice, este palacio es miño, y el que a mí me ha estropiau tanto es tu hermano, y a vos te había engañau. Y tu hermano es muy malo, así que tendremos que tratar cómo tenimos que hacer para hacerlo matar, para que quedemos los dos dueños de acá.
Entonce le preguntó la niña qué cómo podría hacer para hacerlo matar. Él le dice:
-Mirá, mañana a las doce, cuando venga, te hacís l'enferma, y le decís que ha venido una curandera, y te ha dau un remedio. Que con lo que podía sanar, es con l'agua de Las dos Peñas que de acá queda distancia de cien leguas. De allá, tené la seguridá que no va a venir más, y así quedamos tranquilos nosotros.
Entonce, cuando echó de ver que ya iba a llegar el hermano, se acostó y se hizo la muy enferma. Entonces, cuando llegó el hermano que le dijo:
-¿Qué te pasa, hermana?
-'Toy muy enferma y ha venido una curandera y me ha dado que sólo con l'agua de Las dos Peñas voy a sanar, y queda muy lejo, quedan cien leguas de acá.
Que dijo el hermano:
Si es eso no más, no es nada, me voy a ir ya no más.
Y agarró un par de caballos y se jue. Y empezó a galopar y galopar sin rumbo, porque él no sabía ánde preguntar, ni ánde quedaban Las dos Peñas. En eso devisó un humito, lejo, muy lejo, y tomó en esas direcciones. Y galopó y galopó, hasta que llegó a una casita, a una de esas casitas antiguas, la mitá enterrada en el suelo. Y llegó a la casa y salió una muchacha de pelo largo, que se llamaba Jorgina, y lo invitó a que se bajara. Y él le dijo que no, que 'él iba preguntando dónde quedaba el camino que iba para Las dos Peñas. Entonce le dijo que se bajara, que el padre de ella le iba a dar noticias, que era una persona ciega, pero que conocía por muchos puntos.
-Sí -le contestó el viejito de allá adentro-, yo conozco, yo le voy a dar noticias.
Se bajó y pasó p'ande 'taba el viejito. Entonce le dijo el viejito:
-Buenas tardes, amigo, ¿qué anda haciendo por acá?
Y él le dice...
-¿Y usté piensa de ir allá? El que va allá no vuelve más. Así es que es mejor que se vuelva, amigo.
-No puedo volverme. Lo que quero es salvar mi hermana, y me han dicho que sólo con esa agua se puede salvar.
-Pero no, amigo, vuelvasé -le dijo el viejito- que va a ser perdido usté y su hermana.
Y ya le dijo el muchacho:
-Vuelva o no vuelva, yo voy a ir. Yo voy a hacer la deligencia pa salvar mi hermana.
-Bueno -que le dice, tanto entusiasmo y tantas ganas que tiene d'ir, yo lo voy a ayudar. Mire, amigo -le dice el viejito-, Las dos Peñas son dos piedras muy grandes que se abren y se juntan, y cuando sienten que anda alguno, pegan un brinco y se pegan un golpe que saltan piedras, distancia de una legua alrededor, y no queda nadies vivo. Pero -que le dice, yo le voy a prestar un caballo y un frasco, y se va a ir en seguida, después que cene, y le pega galope que el caballo lo va a llevar allá. Va a llegar mañana a las once. Las peñas van a estar abiertas. No tenga miedo, llegue no más usté; meta el frasco, saque l'agua, y aprete las piernas qu'el caballo va a disparar como el viento.
Bue... Así que salió este mozo, y le pegó galope como le había dicho el viejito. Justamente llegó a las once. 'Taban abiertas las peñas. Y llegó no más, y metió el frasco, y pegó la vuelta, y le apretó las piernas al caballo, y salió disparando. En eso pegaron un bramido las peñas y se juntaron justamente cuando salió de la legua, que 'taba marcada. Las piedras que saltaban, le pasaban por la cola del caballo, pero alcanzó a salvarse. Y jue y dio con la casa del viejito. Y el viejito le dijo:
-Güenas noches, amigo, ¿cómo le ha ido?
-Bien señor, acá traigo los remedios que iba buscando.
-Bueno -le dijo- déle el remedio a Jorgina, que se lo acomode, y venga y cene.
En lugar de arreglarle la niña l'agua que traía, le acomodó otra agua cualesquiera. Y se jue él para la casa de la hermana.
Entonce le dijo el gigante a la niña:
-¿Sabís una cosa? Tu hermano se ha salvado -que era adivino éste- así que poneme ande 'taba no más.
Llegó el muchacho a la casa y le trajo l'agua. Cuando le dio l'agua a la hermana, sanó.
Así que pasaron unos dos o tres días más, le dijo el gigante a la niña que se volviera a hacer la enferma, y que le dijiera al hermano, que había pasau la curandera y le había dicho que sólo con la grasa del toro negro podía sanar. Tal hizo ella.
-Bueno -le dijo el hermano, si es eso no más, en seguida voy a buscarla.
-No, hermano, qué te vas a ir, si dicen que ese toro es muy malo, que el que va áhi no vuelve más...
-No -le dijo el hermano, me cueste lo que me cueste, me voy a ir.
Y agarró un par de caballos y se jue. Que pensó el muchacho:
-Mejor me voy por otro lau, no me voy a ir por la casa 'e mi amigo, porque no va a querer que vaya.
Y galopó toda la tarde. Cuando quiso hacerse la noche, dio con la casa del viejito, otra vez.
-Güenas tardes, niña -le dice a Jorgina, que salió cuando él llegó.
-Güenas tardes, joven. Bajesé.
Se bajó, y pasó ande 'taba el viejito a saludarlo. Y le dice el viejito:
-¿Cómo le va, amigo? ¿Ya 'tá de vuelta, acá?
-Sí señor -le dice, en busca de que me dé noticias del camino del toro negro.
-Ni se disponga, amigo, de allá no va a volver más.
-Yo voy a ir no más -le dice- vuelva u no vuelva, quero salvar mi hermana.
-Bueno, amigo, cambie el caballo, yo le voy a prestar mi caballo y una espada. Va a llegar mañana a las once, allá. Cuando llegue, el toro va a 'star echau, los ojos abiertos, y es que 'stá durmiendo. Llegue y trate de cortarle la bola de grasa del cogote, áhi 'tá la grasa que usté busca. Una vez que le corte la grasa, pegue la vuelta y dispare.
Bué... El muchacho agarró y cambió caballo, y ensilló el caballo blanco que le prestó el viejo, y se fue. Caminó toda la noche. Al otro día a las once y media recién llegó ande 'taba el toro.
Y 'taba el toro echado, con los ojos abiertos, que a él le daba miedo verlo. Y llegó no más, y le buscó la parte del cogote que le había dicho y le cortó. Y pegó la vuelta y se alzó a caballo. El caballo corría más juerte que el viento, y sin embargo, ya lo alcanzaba el toro. Pero, salió no más del peligro. Para la noche, llegó como a las diez a lo del viejito. Entonce le dice el viejito:
-¿Cómo le ha ido, amigo? Bajesé.
-Bien, señor, acá traigo lo que iba a buscar.
-Deseló -dice- a m'hija, que se lo acomode.
Y jue la niña, y en vez de acomodarle esa grasa, le acomodó una grasa de vaca, y dejó la del toro para ella. Bueno... cenó y se fue para la casa de él. Se despidió muy agradecido del viejito.
A todo esto le dijo el gigante a la niña:
-Mirá, tu hermano se ha vuelto a salvar, así que volveme a encerrar en la pieza que 'taba.
Llegó al otro día, el muchacho, a la casa d'él. Y le dice a la niña:
-Güenos días hermana, ¿cómo le va?
Y ella le dice:
-'Toy mal todavía, hermano.
Agarró y la flotó bien flotada con la grasa. Al ratito 'stuvo sana.
Y siguieron otros días más y anduvieron muy bien. Un día le dijo el gigante a la niña:
-Mirá, para que 'stemos tranquilos, hay que buscar no más cómo hacerlo matar a tu hermano. Hacete la enferma, y decile que ha pasado la curandera y que ha dicho que sólo con un tés de la barba del Vello Colorau vas a sanar. El Vello Colorau es un hombre muy malo, que no lo puede dominar nadies. Han ido ejércitos enteros a tomarlo y los ha matau, y él ha quedau vivo.
Así que cuando vino del campo, el muchacho, 'taba en cama la hermana, y le dijo que 'taba muy mal ella; que había pasau la curandera y que le había dicho que sólo con la barba del Vello Colorau podía curar ella.
-Si es eso, no más, hermana, me voy a ir a buscarlo.
-No, hermano -le dijo-, ya te has mortificado mucho por mí.
-Nu es nada, t'hi salvado dos veces, te quero salvar tres.
Agarró los caballos y se volvió a ir. Y se fue por otra parte. No quería ir por la casa del viejito. Galopó toda la tarde. Al oscurecer llegó a la casa del viejito otra vez.
-Güenas noches -le dijo el muchacho a la niña.
-¡Oh, joven!, bajesé. ¿Di ande sale? ¿Siempre con enfermos?
-Sí, es mi hermana, tengo que tratar de salvarla.
Y se jue a saludar al viejito.
-Güenas noches, amigo. ¿Anda en busca de remedios?
-Ahora ando en busca de la barba del Vello Colorau.
-No, amigo, agora ya no lo puedo ayudar; si a ese hombre no lo puede nadie. Si ha muerto cientos de hombres, y a él no lo pueden tomar.
-No -le dice, si no me puede ayudar, voy lo mismo, tengo qu'ir.
-Bueno -le dice, perdido por perdido, le voy a hacer la última ayuda. Ensíe mi caballo blanco, tome esta espada bien cortadora y se va a combatirlo como pueda. Sólo si, cuando 'sté combatiendo con él, nunca tenga el caballo con freno.
Bueno, entonce siguió viaje el muchacho. Caminó ese día todo el día, y la noche, toda la noche. Al otro día, a la entrada 'el sol, lejazo, vido la seña ande le habían dicho que empezaba el campo del Vello Colorau. Fue, llegó a la tranquera, abrió la tranquera y entró. De allá de las casas lo devisó el Vello Colorau y se vino bufando, a matarlo.
-¿Qué andás haciendo gusanío 'e la tierra? -le dijo.
Era un hombre grandote, la barba bien colorada, por eso lo llamaban Vello Colorau.
Entonce le contestó el muchacho:
-Vengo a peliarlo a usté.
-¿Que me vas a peliar vos a mí? Vos sos un gusanío 'e la tierra para mí. Yo hi matau ejércitos enteros, grandes cantidades de hombres, y a mí no me han hecho nada. ¡Qué me vas a hacer vos!
-No importa, yo lo quero peliar -le dijo el muchacho.
Entonce, de verle el coraje del muchacho, lo envitó pa las casas. Entonce lo envitó con mate, y lo envitó a cenar. Después lo empezó a aconsejar que no lo peliara; que de todas maneras lo iba a matar. Entonce le dijo que no importa, que no le peliaría si le daba un pedacito de la barba. Entonce le dijo que no, porque el hombre que le cortaba la barba lo iba a hacer esclavo d'él para toda la vida. Entonce le dijo que él lo iba a peliar no más.
-Bueno -le dijo, éstas no son horas de peliar, éstas son horas de dormir.
Se acostaron a dormir. Al otro día bien temprano se levantaron, tomaron el desayuno y le dice el Vello Colorau que no lo peliara, que se juera tranquilo que iban a ser amigos.
Le dijo el muchacho que de la única manera que no lo peliaría, si le daba un pedazo de barba. Que dijo el Vello Colorau que no, que fueran no más a peliar. Y se fueron a la cancha que tenía de peliar el Vello Colorau, y se bajaron, y los dos le sacaron el freno al caballo, y se pusieron a peliar. A medida que iban peliando ellos, los caballos también iban peliando. Peliaron ese día todo el día, y no se podían pegar ni uno ni otro. A entradas del sol, le dijo el Vello Colorau:
-Bueno, amigo, ya no es hora de peliar, vamos a descansar.
Se fueron a tomar mate. Mientra 'taban tomando mate, empezó a aconsejarlo el Vello Colorau que no peliara más, que se juera, que iban a ser amigos siempre. Le dijo el muchacho que si no le daba un pedazo de barba, lo peliaba no más.
Bué... Durmieron esa noche, y al otro día bien temprano se fueron a peliar. Y tanto peliaron hasta que a eso de las once, tuvo suerte el muchacho y le cortó un pedazo 'e barba. Entonce le dijo el Vello Cólorau que ya no podía peliarlo más, que era su esclavo y que era dueño de todo lo que tenía. Y agarró y siguió viaje el muchacho con el pedazo de barba. Llegó a la casa del viejito. Le dio las   —502   güenas noches. Le preguntó cómo l'iba yendo, el viejito. El muchacho le contestó que muy bien, que áhi traía las barbas. Y él le dice que se las dé a la niña pa que se las acomode bien, pa que no las perdiera. La niña fue y las guardó, y se jue al corral de las chivas y cortó la barba a un chivato, y la acomodó, y se las dio al muchacho. Cenó el muchacho y se jue.
El viejito que le dijo:
-Acá le voy a regalar ese cabaíto zaino. Si alguna vez le pasa cualesquiera cosa, si 'stá enfermo u lo quieren matar, pida que lo corten en pedazos, lo echen en una bolsa, lo aten arriba del caballo, y lo larguen.
El gigante ya 'staba sabiendo que ya venía de nuevo el joven. Cuando llegó le dio el tés a la hermana. Y sanó. Y siguieron otros días viviendo tranquilos.
Entonce le dijo el gigante, un día, a la hermana:
-Mirá -le dice-, no hay más remedio que lo voy a tener que matar yo. Tomá -le dice- esto -y le da una piolita-. Cuando venga se la das y le decís a que no es capaz de cortarla de una sola estirada.
Cuando vino el hermano, comió y se acostó a dormir la siesta. Después vino la hermana y le dijo:
-Mirá, hermano, ¿a que no me cortás esta piolita de una sola estirada?
Y él le dice:
-Pero, hermana... ¡qué no voy a ser capaz! Pasala.
Y cuando fue a pegar l'estirada se le formaron unas cadenas muy gruesas, y quedó bien maniado de las dos manos. Entonce jue la chica y le abrió la puerta al gigante. Entonce vino el gigante y le dijo al muchacho:
-Agora te voy a matar, me vas a pagar las que me has hecho.
Entonce le dice el hermano a la hermana.
-¡Ah! ¡Que habías sido ingrata! ¡Mirá la traición que mi has hecho! Ya que me has hecho esta traición, te voy a hacer un pedido. No quero quedar ocupando tierra, acá. Agarrá, despedazame bien, y echame en una bolsa y atame sobre ese caballo pa que me desparrame por el campo.
Agarró el gigante y lo mató. Entonce dijo la hermana:
-Ya que lo himo matau, le vamos a hacer el gusto a mi hermano.
Agarraron y lo descoyuntaron, lu echaron en la bolsa y lo ataron sobre el cabaíto. Entonce salió retozando el caballo, saltó la puerta, saltó cercos, alambrados y jue a dar a la casa del viejito. Cuando lo devisó la niña, que dijo:
-Papá, el cabaíto viene con una bolsa llena de sangre.
-Bajelá, hija -que le dice el viejito, ése que viene áhi es mi amigo.
Entonce la bajó, la niña, y la puso en una mesa.
Le dice el viejito a la niña que lo armara bien armadito. Una vez que 'stuvo armau, l'echó l'agua de las dos peñas, y lo empezó a flotar con la grasa del toro negro, y a darle teses de la barba del Vello Colorau. Y en seguida vivió el muchacho. Entonce pasaron dos o tres días, y todos los días le hacía el mismo remedio. Entonce le dijo el viejito, un día:
-Mire, amigo, si agora se siente bien, se puede ir a visitar a su hermana, sólo sí, tiene que matarla por la traición que le ha 'stado haciendo. En seguida pasa al gigante. Hagaló sufrir en toda forma ante de matarlo. No lo termine de matar hasta que no le dé una llave que no le entregó la primera vez. Cuando le dé la llave, lo termina de matar. Y busca la piecita ande anda bien la llave, y áhi dentro hay un lavador con agua cristalina, muy clarita, y adentro 'el agua hay dos ojos. Los envuelve en este pañuelo 'e mano, y sale ligerito, y sube a caballo y se viene, y no vaya a mirar para atrás.
Entonce se jue el muchacho ande 'staba el gigante. Salió la hermana en cuanto lo devisó y le dice:
-¡Oh, hermano! ¿Di ande salís?
Y jue a abrazarlo. Entonce le dice él:
-¡Retirate, hermana traidora!
Y de un solo agarrón que le dio le cortó un brazo para un lau, y otro para otro. Y así la despedazó, la mató. Después jue ande 'staba el gigante y le dijo:
-Agora yo te voy a matar, y te voy a enseñar cómo se mata, si maniau o desmaniau.
Al poco andar le cortó un brazo, una pierna, una oreja. Le pidió el gigante que no lo hiciera sufrir tanto, que lo matara en seguida. Entonce le dijo él, que sí, que lo iba a matar, pero que le entregara la llave que no le había entregau la primera vuelta. Entonce el gigante se la entregó. Cuando se la entregó, lo terminó de matar. Fue y buscó la pieza y la abrió y entró. Cuando entró, con lo primero que se encontró jue con un lavatorio grande y con los ojos. Los envolvió bien, en el peñuelo que le había dau el viejito, y jue y subió a caballo, ligerito. Cuando subió, sintió un bramido, y que se aniblinó todo, para todos lados. Y subió a caballo y siguió, pero, empezó a desconocer todo, que no sabía para dónde seguir. En seguida dio con un pueblo muy bonito. Él no quería entrar al pueblo, pero el caballo porfiaba y porfiaba para entrar al pueblo, y entró. Y llegó el caballo a la puerta de una casa muy bonita que había. Y de áhi no podía sacar el caballo, no quería caminar para ningún lado. Entonce golpió la puerta para preguntar ande 'staba. Entonce salió una niña muy donosa y bien vestida, que había síu Jorgina, la hija del viejito. Áhi no más lo hizo pasar, recontenta, y lo hizo pasar pande 'staba el viejito. Entonce él le entregó los ojos que traía. En seguida se jue a una pieza, el viejito, y se puso los ojos. Entonce le dijo el viejito al muchacho:
-Vea, amigo, yo lo hi salvau de unas güenas, y usté me ha salvau di otras. El gigante me sacó los ojos para tenerme en este pueblo encantau, y agora m'hi juntau con lo que es miño. Así es que para mejor compañía, se va a quedar usté conmigo.
Y el viejito había síu Dios. Y el muchacho quedó muy agradecido del viejito y el viejito del muchacho, y quedaron para siempre viviendo juntos.

Julián Aguilera, 42 años. El Saladillo. Pringles. San Luis, 1945.

Aprendió este cuento y muchos otros de su padre y de los viejos del lugar.

En el cuento figura el motivo de la hermana traidora.

Cuento 926. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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