Había
tres hermanos que dispusieron salir a rodar tierra. Uno sabía leer,
los otros dos no. Trabajaban en un punto, y cuando les iba mal, se
iban a otro.
Andando
así, un día, después de haber hecho un largo camino, casi sin
rumbo fijo, resolvieron descansar a la sombra de un árbol. De allí
se divisaba la falda de una sierra, con un arroyo y una quebrada en
donde había unas peñas muy grandes. Los hermanos, después de comer
lo que llevaban, se dispusieron a dormir la siesta. Los que no sabían
leer se durmieron; el otro no podía dormir cavilando en algo que no
se daba cuenta él mismo. En eso estaba, cuando se dispuso a dar una
vuelta por la quebrada.
Quien
me dé vuelta hallará favor en mí.
Trató
de dar vuelta la peña, pero le fue imposible. Entonces fue y llamó
a los otros dos hermanos. Éstos no querían ir, pero tanto les rogó
él, que al fin consintieron en ayudarlo. Después de haber trabajado
días y días, lograron dar vuelta la peña. Descubrieron un gran
hueco, sin fin, al parecer.
-¿Y
qué himos hecho con esto? -le decían los hermanos. ¿Háis visto?
El
hermano entonces determinó de ver qué era eso. Comenzaron a cortar
cueros, a hacer lonjas angostas y a anudarlas unas con otras. Con
ellas hicieron un torzal muy largo, muy largo. Pusieron en la boca
del hueco unos palos clavados y colocaron una roldana. Al extremo del
torzal aseguraron un noque de cuero, para que se pusiera allí la
persona que iba a bajar. Arreglaron que el que bajara, cuando
quisiera que lo sacaran, tenía que cimbrar el lazo.
Ya
se puso uno de los hermanos en el noque y lo bajaron. Cuando había
bajado una gran profundidad, sintió un aire muy caliente. Se asustó,
y movió el lazo para que lo sacaran. Dijo que había sufrido aquel
calor muy grande y que no se animó a seguir más.
Bajó,
entonces, el otro hermano. Llegó al lugar del aire caliente, pero lo
resistió, y siguió bajando. Llegó después de un rato, a un lugar
donde había un aire muy frío. Se asustó y pidió que lo sacaran.
Cuando salió dijo que había resistido el gran calor, pero que el
frío era muy grande, y que no lo podía soportar.
Entonces
le tocó bajar al menor, el que sabía leer y que había encontrado
las peñas. Pasó el lugar del gran calor y el lugar de gran frío.
Que era muy valiente y sufrido este mozo. Ya cuando había bajado una
profundidá muy grande, se dio cuenta que había llegado al fondo.
Hizo la seña de parada, moviendo el torzal. Bajó del noque, y en
medio de la gran oscuridá de aquella cueva, tanteando, dio con unas
cosas como sacos o bolsas. Sacó una de aquellas pilas, y se dio
cuenta que estaban llenas de monedas de oro y plata. Echó una bolsa
al noque y movió el torzal, que era la seña para levantarlo. Cuando
salió el noque afuera, los hermanos la descargaron, y locos de
contentos de ver esta fortuna, volvieron a mandar el noque abajo.
Volvió a echar otro saco, el mozo, y sacudió el torzal. Cuando
llegó afuera el segundo saco, los hermanos, contentos, se pusieron a
discutir qué hacían. Pensaron que si mandaban el noque iba a subir
el hermano y que les podía quitar uno de los sacos. Resolvieron no
bajar más el noque, dejar al hermano en el fondo, y cargar cada uno
con una bolsa. Así lo hicieron, y se fue cada uno para su lado, con
la bolsa de oro y plata al hombro.
El
hermano, que estaba en la cueva, cansado de esperar, desengañado de
sus hermanos, empezó a andar por la cueva. En eso que andaba empezó
a ver una lucecita que no sabía de dónde venía. A medida que se
acercaba, se convencía de que salía al otro lado del mundo. Al fin
salió a un lugar lleno de sol y campo abierto. Vio a una cabrita que
jugaba, a los brincos. Más lejos, una hermosa casa. La cabrita fue y
se ganó en las casas. Llegó y vio que era el único ser viviente
que vivía allí. Una gran quinta rodeaba la casa.
Como
el mozo tenía hambre y sé, buscó qué comer y beber. Entró a la
quinta y vio un peral cargado de hermosas frutas, y se allegó a
cortar algunas. Hizo el intento, y al tocar una pera, oyó una voz
que le gritó:
Se
le acercó la cabrita y le preguntó por qué hacía eso. Él le dijo
que porque tenía hambre. Entonces la cabrita lo invitó a pasar a la
casa. Pasó y unas manos invisibles le sirvieron de todo, en una mesa
de lo mejor y tendida a todo lujo. Comió de todo hasta no poder más.
Después
de un rato, apareció la cabrita y le dijo que si él era
verdaderamente hombre, le tenía que ayudar a salir del encanto en
que ella estaba. Que le iba a pagar lo que quisiera. Él le contestó
que él haría humanamente todo lo que pudiese. La cabrita le dijo
que si él estaba dispuesto a hacerlo, eran tres noches las que tenía
que sufrir por ella. Le dijo que tenía que pasar en la oscuridá de
una de esas piezas, tirado boca abajo, sobre una alfombra. Que
vendrían los diablos y jugarían con él y lo estropearían de la
manera que a ellos se les antojara. Que cuando lograra tocar el agua
de unas palanganas que pondría ella en cada esquina de la pieza, lo
dejarían por esa noche.
Esa
misma noche, después de cenar, lo llevó a la pieza preparada y lo
dejó tendido, boca abajo, en la alfombra, y le dijo:
Luego
llegaron los diablos y comenzaron a jugar con él a la pelota. En una
de esas dio con una de las palanganas con agua; algo se mojó, y en
el momento desaparecieron los diablos. Durmió tranquilo el resto de
la noche. Cuando amaneció llegó la cabrita a saludarlo. Hasta los
hombros, era una preciosa niña; el resto del cuerpo era cabra, como
antes.
A
la noche siguiente volvió a quedar en la pieza. Llegaron los diablos
y jugaron a la pelota con él hasta que tocó agua de una palangana,
y los diablos desaparecieron. Durmió, y al alba se presentó la
cabrita transformada en niña, hasta la cintura.
A
la tercera noche quedó en las mismas condiciones. Llegaron los
diablos y jugaron con él a la pelota hasta que logró tocar agua, y
ellos desaparecieron. Él durmió hasta el alba, y entonces se
apareció la cabrita hecha una niña completa y hermosísima.
Entonces le dijo, que en agradecimiento por haberla sacado con el
peligro de su vida, de ese encanto, se iba a casar con él. Que sus
padres, sabiendo que estaba en libertá, la iban a venir a buscar en
un precioso carruaje, con acompañamiento de bandas de música y que
iban a hacer una gran fiesta. Le dijo que lo único que le pedía es
que no se fuese a quedar dormido, porque entonces estaría todo
perdido para él. Él aseguró que no, pero ella, en precaución, le
entregó un pañuelo, un anillo y una servilleta, las tres cosas de
virtú. Le dijo que cuando tuviera hambre, le pidiera qué comer a la
servilleta; cuando quisiera verla a ella, le pidiera al anillo, y
cuando quisiera transportarse a otro lado, se lo pidiera al pañuelo.
En
eso que estaban, ya se sintió el rumor de que llegaban muchas
personas. Le recomendó por última vez que no se fuese a dormir
porque si se dormía, tenía que ir a buscarla a ella a Los Tres
Humitos Verdes, para casarse.
Ya
llegaron los padres de la niña, los sirvientes y muchísima gente
más. Por todos lados se oía música, y risas y conversaciones. En
ese barullo, viene el joven, y sin darse cuenta se queda dormido.
Todos se fueron y él se quedó solo. Al despertarse se encontró en
medio de esa soledá, abandonado. Se había olvidado de todo. Sólo
se acordaba que le había dicho una niña muy hermosa, que diebía ir
a casarse a Los Tres Humitos Verdes.
Comenzó
a caminar, y por los rastros de los carruajes se fijó en la
dirección que habían seguido, y tomó ese rumbo. Sigue y sigue, por
días y días, sin encontrar a quién preguntarle por ese lugar que
él buscaba. Por fin vio a un carancho que se voló de un árbol, y
le preguntó:
-¡Haga
el favor de preguntarles, amigo!
Pegó
un grito, el carancho, y se vinieron de los quintos infiernos todos
los caranchos. Les preguntó a todos, uno por uno, y ninguno conocía
ese lugar.
Se
despidieron, y el joven siguió su camino. En eso que iba pasó un
jote. Le preguntó al jote lo mismo, y éste le contestó que él no
sabía nada, pero le prometió llamar a su gente para averiguar.
Llamó el jote a todos los jotes, pero tampoco ninguno había oído
hablar de ese lugar.
Siguió
el mozo su camino, y en eso que iba vio volar un águila. El águila
no sabía tampoco de ese lugar, pero llamó a todas las águilas.
Llegaron todas, menos una, la más vieja. Le preguntó a todas las
presentes, pero ellas no conocían tampoco ese lugar.
-Bueno
amigo -le dijo el águila, ninguna de mis águilas sabe nada, pero
falta la más vieja, y si no conoce ella ese lugar, no lo conoce
nadie.
Ya
vieron venir, muy lejos, un bultito. Se fue viendo cada vez más
cerca. Era el águila, que volaba muy bajo y lerdo. Al fin llegó, y
le preguntaron por el lugar ese de Los Tres Humitos Verdes.
-Ya
estoy muy vieja -le contestó el águila- casi no puedo volar. Sólo
he venido por ser el llamado de nuestro Rey. Hi dejado por esto de
ver el casamiento de una niña muy hermosa, que se casa hoy; están
en grandes preparativos.
-Pero,
¿será posible, amiga? ¡Yo tengo que asistir a ese casamiento!, ¡no
puedo faltar! Le pagaré lo que guste; lo que me pida.
Y
así se fueron. Voló mucho tiempo el águila y le pidió carne. Voló
otro tiempo y le pidió carne otra vez. Voló más tiempo y le pidió
carne al joven. Le dio lo último que tenía. Siguió volando, y le
pidió carne, otra vez, y como se le había terminado el cordero, el
joven se cortó un pedazo de una pierna y se lo dio. Siguió volando,
y le volvió a pedir carne. El joven se cortó un pedazo de la otra
pierna y se lo dio. Ya cuando vio el águila que eso le iba a costar
la vida al joven, le dijo:
Yo
no puedo seguir más. Los Tres Humitos Verdes quedan allá,
atrás de aquellas montañas azules. No le cobro nada porque no he
podido dar cumplimiento a lo prometido.
Se
despidió y se fue, el águila. El joven quedó muy triste,
deses-perado. En eso va a secarse el sudor con el pañuelo, y se ve
el anillo, y se ve la servilleta, y se acuerda de golpe de la virtú
que tenían estas prendas, y de la niña, y de todo lo que había
pasado. Le pide al pañuelo que lo lleve adonde estaba la niña, y al
momento se encuentra en la puerta de una catedral, y ve que la niña
venía del brazo de un joven, y con su cortejo para casarse. Los dos
se miraron y se reconocieron.
Cuando
llegó al altar con el joven que le había elegido su padre, pero que
ella no quería, se separó, y le habló al padre:
-Vea,
padre. Yo me iba a casar con este mozo porque creía que el que me
sacó del encanto había muerto, porque con la virtú que yo le dejé
no venía, pero ha venido. Está en la puerta, y yo me quiero casar
con él, que es al que quiero y es mi verdadero novio.
Bueno,
el padre no tuvo más remedio que acatar la voluntad de su hija.
Hicieron pasar al joven, y la niña se casó con él, como lo había
prometido. Y vivieron muy felices y contentos muchos años.
Luis
Gerónimo Lucero, 50 años. Nogolí. San Luis, 1944.
Este
cuento es una variante de el mundo subterráneo y agrega el
motivo final de Los tres picos de amores.
Cuento
855. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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