Quesque
había un hombre en un pueblo que no sabía tener miedo jamás. Que
se llamaba Juan sin Miedo.
Juan
sin Miedo, po, sabía que en un lugar muy lejos, había una casa y
que quen dentraba no golvía jamás.
Y
se jue Juan sin Miedo. Caminó mucho. Caminaba, caminaba, y no
llegaba. Siguió caminando, pero muy mucho, hasta que al fin llegó a
una casa grande. Se paró, miró pa tuitos laos. Como naides aparecía
golpió las manos y naide salía, y dijo:
Volvió
a golpiar y naides salió. Se dentró no más, y al dentrar a una
pieza vio que había un lujo bárbaro. De toíto lo que busquen había
áhi. Pasó a la cocina y vio qui había juego. Toíto estaba como si
alguien viviera. Sacó un piazo de carne fresquita, linda, rica, y se
puso a asarla. Y hasta que se asara, Juan revisó toda la casa. No
dejó ni un rincón sin que no metiera las manos. Despué se jue
adentro 'e la pieza y vio que ya 'taba la mesa puesta. Jue, y
sacó la carne y se sentó a comer. En la mesa tenía de todo lo
necesario, y muy entretenido estaba comiendo cuando sintió que di
arriba le decían:
Y
cayó una pierna de cristiano. La miró Juan como si nada juera y
siguió comiendo. Cuando volvió a sentir que di arriba le decían:
Y
cayó otra pierna. Y así jueron cayendo los brazos y al final el
cuerpo. Se juntaron las partes y quedó formado un hombre y paraíto
al frente de Juan.
Juan
siguió comiendo tranquilo. Lo miraba de vez en cuando al hombre y
nada le daba. Alzó después un piazo de carne y le dio al hombre,
que se lo comió también con muchas ganas. Luego levantó un piacito
'i pan. Nai, ya no lo quiso comer. Nai, ya se enojó Juan y lo
desafió a peliar. Le dio un cuchillo al otro y se salieron al patio.
Peliaron
un rato largo y ya caiba uno, ya caiba otro, pero no se rendían. Pu
áhi le dio un planazo con el cuchillo, al otro, y le dice el
hombrecito a Juan:
-Güeno,
yo me rindo. Vos mi has ganao. Sos vos el dueño de esta casa. Yo hi
sido el que vivía aquí y agora era un alma en pena, y vos mi has
salvao. Y te dejo con todas estas riquezas pa que siás feliz -y
desapareció.
Ángel
Velázquez, 72 años. La Majada. Ancasti. Catamarca, 1952.
Cuento
905. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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