Éstos
eran dos viejitos que no tenían familia. Vivían solitos. El viejito
era esclavo de un Rey y le acarreaba leña todos los días. A la
viejita se le ocurrió una vez de pedirle a Dios que le diera un
hijo, de verse tan solitos. Al poco tiempo a la viejita se le hinchó
una rodilla, y Dios le había hecho el milagro. Dio a luz un hijo que
nació por la rodilla. Al llegar el viejito de la leña, encontró a
su señora muy enferma, y cuando nació el niño le pusieron por
nombre Juan Pumpeño, porque así se llamaba el padre.
Desde
chiquito, este niño fue muy valiente y tenía mucha fuerza. A los
ocho años le hizo una apuesta al Rey, que haría llegar una barreta
de oro que pesaba 5 arrobas a una distancia de 500 varas para arriba.
Si la hacía llegar a esa altura, sería dueño de la barreta de oro.
La tiró primero el Rey, y apenas la hizo llegar a las 100 varas.
Luego la tiró Juan Pumpeño, y la hizo llegar a las 500 varas.
Recibió la barreta y se fue muy contento a su casa, y les contó a
los padres lo ocurrido.
El
Rey le jugó a quién tiraba más lejos una espada más pesada que la
barreta. La tiró el Rey, y cayó áhi cerca no más. La tiró el
chico, y la hizo llegar más lejos que a la barreta, y se quedó con
la espada.
El
chico les pidió permiso a los padres para ir a rodar tierra y ganar
plata para ellos, y se fue. Se llevó la espada que era muy filosa y
cortaba un pelo en el aire.
Después
de mucho andar, encontró en el camino a unos arrieros, y como tenía
hambre, les pidió pan y charqui. Éstos le dieron un costal de cada
cosa. Él los levantó a los dos costales y se los puso al hombro. El
patrón del arreo, al verlo con tanta fuerza, le dijo que si
levantaba un toro chúcaro se lo daría. El chico dijo que bueno. Lo
agarró al toro y lo puso en el hombro. El patrón se lo dio. Juan
carnió el toro y se lo echó entero al hombro. Se fue y se lo llevó
a los viejitos.
Después
de unos días salió otra vez a rodar tierra. Ya lejos se encontró
con un gigante que estaba descansando abajo de un árbol. El gigante
cuando lo vio le preguntó:
Y
áhi no más se pusieron a peliar. Antes de media hora el chico le
cortó con la espada una oreja al gigante y se la guardó en un
bolsillo. Y el gigante cuando se vio perdido se disparó. El chico lo
siguió al rastro de la sangre. En el camino se encontró con unos
piones que estaban cuidando la hacienda de un Rey para que el gigante
no se la coma. Siguió y encontró que el rastro se perdía en el
güeco de un cerro. Él iba con los piones. Tiró una soga por el
güeco. Por la soga se largaron uno por uno de los piones. Los piones
se volvían asustados porque adentro había mucho juego, hielo y
piedras que se daban unas con otras. Al último se descolgó Juan y
se encontró con una niña muy hermosa. La niña le dijo que no
siguiera más allá porque a ella la cuidaba un gigante muy malo.
Pumpeño le contestó que a ese gigante lo andaba buscando él. En
eso llegó el gigante y se pusieron a peliar. El chico lo venció y
le cortó la otra oreja con la espada, y lo mató. Ató la niña en
la soga y tiró para que la sacaran para afuera. A la niña le dijo
que ella no dijiera ni una palabra, pero que hiciera que volviera la
soga. Siguió más adentro y encontró a otra niña más linda que la
anterior. La niña le dijo que no siga más adelante porque a ella la
cuidaba una serpiente. Juan le contestó:
En
eso vino la serpiente y se pusieron a peliar. La mató a la serpiente
con la espada. Le cortó la cabeza, le sacó la lengua y la guardó
en el bolsillo. La ató a la niña en la soga y tiró para que la
sacaran. Le dijo que no diga nada y que le manden la soga.
Siguió
bajando y encontró a una niña mucho más linda que las otras dos.
La niña le dijo que no siga, que a ella la cuidaba un tigre. Él le
dijo que a ése lo andaba buscando. Vino el tigre y se pusieron a
peliar. Lo mató con la espada, le sacó el cuero, lo dobló pien y
lo guardó. La ató a la niña en la soga y tiró para que la saquen.
Le dijo que no diga nada y que haga volver la soga para salir él.
Las
tres niñas eran las hijas del Rey que las había robado el gigante.
El Rey había dicho que se iban a casar con el que las salvara.
Cuando las vieron, los piones se pusieron de acuerdo para dejar a
Juan adentro, y soltaron la soga. Se fueron con las niñas al
palacio.
Cuando
llegaron le hicieron creer al Rey que ellos habían salvado a las
niñas, del gigante. El Rey estaba loco de contento y dijo que se
tenían que casar con los piones. Las niñas no decían nada porque
así les había recomendado Juan.
Juan
Pumpeño estaba encerrado en el lugar encantado. Se acordó de que su
espada tenía una virtú, y le dijo:
Juan
se equivocó, quiso decir para arriba. Y se fue para abajo. Se
encontró con muchos pimeños. Les preguntó si conocían la Ciudá
del Rey, y le dijieron que no. Le pidió a la espada que lo llevara
200 metros para arriba, y se encontró con un labrador. Le preguntó
si conocía la Ciudá del Rey, y le dijo que no.
Juan
siguió caminando. Anduvo mucho y un día se encontró con la tierra
del Rey de los pajaritos. Le preguntó al Rey de los pajaritos si
conocía la Ciudá del Rey. Él le dijo que no la conocía pero que
iba a llamar a su gente. Tocó una flauta y vinieron todos los
pajaritos, que eran muchísimos. Ninguno conocía la Ciudá del Rey.
Sólo faltaba una águila. Llegó al rato, chumada, y les contó que
venía de la Ciudá del Rey, de una gran fiesta que había en el
palacio, que por eso venía chumada. Dijo que se casaban las hijas
del Rey con los piones que las habían salvado del gigante, pero que
la schulca estaba muda. Juan Pumpeño le suplicó que lo llevara
hasta allí. El Rey de los pajaritos la mandó. La águila dijo que
bueno.
L'águila
lo subió en sus alas. Le dijo que cerrara los ojos, y se echó a
volar. Cuando Juan abrió los ojos, se encontró en el palacio del
Rey, en medio de una gran fiesta. Cuando lo vio la schulca corrió
adonde estaba él, habló, y dijo:
El
Rey y todos vinieron a ver lo que pasaba. Juan Pumpeño puso sobre de
una mesa las orejas del gigante, la lengua de la serpiente y el cuero
del tigre, y contó cómo las había salvado a las niñas. Ellas
hablaron y contaron todo lo que tuvo que luchar Juan Pumpeño para
salvarlas del gigante, la serpiente y el tigre. Dijieron que no
habían dicho nada antes porque Juan Pumpeño les había dicho que no
hablaran.
Entonces
el Rey los hizo matar a los piones. Los hizo atar a cada uno en
cuatro potros chúcaros, por bribones. Y los potros los
descuartizaron. A Juan Pumpeño lo hizo casar con la schulca, los
coronó de reyes, y hicieron una gran fiesta.
Irene
Núñez, 71 años. Nonogasta. Chilecito. La Rioja, 1947.
Originaria
del lugar. Muy buena narradora.
El
cuento es una amalgama del cuento de La serpiente de siete
cabezas y del cuento de El mundo subterráneo.
Cuento
849. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 069
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