Había
una vez un hombre que se ocupaba de la pesca. Iba a pescar todos los
días. Este hombre no tenía más que la señora, una yegua y una
perrita.
Un
día, este hombre no podía pescar, y tanto tiró el anzuelo, hasta
que sacó un pescado grande. Y cuando lo estuvo por matar, le dijo el
pescado que no lo matara, que él le iba a decir dónde había muchos
pescados. Entonce el hombre, de ver lo que le prometía el pescado,
lo largó. Entonce le dijo el pescado:
Así
lo hizo el hombre. Se jue hasta el remanso y empezó a sacar pescado
en cantidá. Y así lo hizo varios días y llevó muchísima comida a
su casa. Pero comenzaron a mermar las pescas, hasta que llegó un día
que parecía que no había más pescados, y tanto tiró el anzuelo
hasta que volvió a agarrar el pescado grande.
-Miró
-le dijo el pescado- no me matís. Andá río abajo, vas a encontrar
otro remanso, que hay mucho pescado. Así lo hizo el hombre. Lo
volvió a largar al pescado y se jue río abajo, hasta que dio con el
remanso. Y áhi pescó, y varios días sacó en cantidá pescados
muchísimos. Bueno... Un día no podía sacar más pescado, y
tanto tiró el azuelo, hasta que volvió a sacar el pescado grande.
-Bueno
-le dijo el pescado-, ahora no sé adónde hay más pescado, así que
me matás no más, pero sólo te voy a hacer un pedido, que no me
dejís cair ni una sola gota de sangre al suelo. La alzás a toda y
la enterrás, bien enterrada. Y después que me comás -no tengo más
que dos costillitas- ésas las clavás, una de cada lado del
jardincito de tu casa.
Bueno...
Así lo hizo el hombre, como le había dicho el pescado. Lo carnió y
enterró la sangre, y plantó las costillitas, una de cada lado de la
puerta del jardincito que tenía. Bueno... Después de esto, la
señora del hombre tuvo dos chicos mellizos muy parecidos; de ver
uno, era ver el otro. La yegua tuvo dos potrillos del mismo color y
muy parecidos. La perra tuvo dos perritos, que también eran muy
parecidos.
Se
pasaron los años. Se criaron los chicos y se hicieron mozos, y lo
mismo se criaron los potrillos y los perros. Un día, dijo uno de los
hermanos:
-No,
hermano, vos tenís que quedarte con nuestros padres. Yo te voy a
dejar una seña, pa que sepás cómo ando. Cuando el jardín esté
lindo y florido, es porque me va bien. Si algún día el jardín está
triste o marchito, es porque me va mal. Así que te vas para que me
salvís.
-Mirá
otra daga -le dice el otro.
Así
que cada uno de los hermanos tomó una daga. Bueno... Se jue el
hermano a rodar tierra y se llevó un potrillo y un perro, y el otro
hermano quedó muy triste. También el potrillo quedó los relinchos
y el perro los ladridos, lo que se iba un hermano.
Bueno...
El hermano que quedó en las casas, no se olvidaba; lo primero que
hacía era ir a ver el jardín. El jardín amanecía muy lindo, todo
florecido.
El
hermano que se jue, anduvo mucho tiempo, y llegó al palacio de un
Rey. Se ocupó allí. A los pocos tiempos se puso de novio y se casó
con la hija del patrón. Una tarde, le dijo a la señora:
Jueron
hasta un árbol que 'staba en la punta de un bordo, y de allí se
devisaba, a lo lejo, un humito, que se elevaba muy alto y derechito.
Entonce le preguntó el mozo a la señora:
Entonce
le dijo el mozo:
Así
que al otro día bien tempranito, ensilló su caballo, se puso la
daga y llamó al perro. Se despidió de la señora que le rogaba que
no juera. Y se jue.
La
vieja le dijo muy atenta que cómo no. Cuando va a darle el jarro con
agua y el mozo lo jue a recibirseló, lo agarró de la oreja, lo bajó
del caballo y jue y lo encerró en una pieza. Lo encerró con llave,
y allí quedó. ¡Claro!, como era bruja l'hizo perder al mozo la
juerza, que no se pudo ni defender siquiera.
Bueno...
Al otro día temprano, como de costumbre, jue el otro hermano a ver
el jardín. El jardín estaba todo marchito y caido, todo por el
suelo.
Áhi
no más ensilló el caballo, se puso la daga y llamó el perro, y se
jue. Al día siguiente llegó a la casa del padre de la niña que se
había casado con el hermano de él. Como era tan parecido al
hermano, la señora salió, y creyendo que venía el esposo, lo
abrazó. Lloraba la señora y decía que creía que no iba a volver.
Entonce pensó el hermano entre de él:
«Seguro
que mi hermano es casado con esta niña y ella cree que soy yo. ¡Como
somos tan parecidos! Pero no le voy a decir nada para descubrir
adónde se ha ido mi hermano».
Enseguida
vino el padre de la niña, y lo abrazó, y le dijo que cómo ha hecho
para volver, siendo que el que va allí no vuelve más. El mozo no le
dijo nada. Cenaron esa noche. En seguida, le dice la señora:
-Vamos
a dormir, que tiene que estar cansado. Bueno... Se jueron. Todo esto
lo hacía el mozo para ver si podía descubrir qué fin había tenido
el hermano. Cuando ya estuvieron para acostarse, le dijo el mozo:
-Mi
padre me había hecho este pedido, que esta noche tengo que clavar mi
daga en el medio del colchón, entre los dos.
Esto
lo hacía para no faltarle en nada a la señora del hermano. Así que
esa noche durmieron juntos, pero con la daga clavada entre los dos.
Al otro día anduvo él como apurado. Le dijo ella:
Y
le dice a la niña:
Se
jueron a las casas, se puso la daga, ensilló el caballo y llamó al
perro. Se despidió de la señora y del padre, y se jue.
Cuando
la vieja fue a darle l'agua, jue a agarrarlo al mozo, que era muy
avisado; y que cuando vido la vieja se dio cuenta que era bruja, y
malició que tenía al hermano, la agarró él primero, y dijo para
él: En nombre de Dios.
Áhi se le acabó la juerza a la bruja. La bruja gritaba y pataliaba
lo que se vido descubierta, y el mozo le dijo:
Sacó
la daga y la amenazó. La ató bien atada di un poste. Ya cuando se
vido perdida, la bruja le rogaba:
El
mozo agarró las llaves y empezó a abrir puertas. De todas las
piezas salían hombres que la bruja tenía encerrados, hasta que
salió el hermano. Se abrazaron, contentísimos, y le agradeció el
hermano porque vino a salvarlo. Y le dijo:
Bueno...
se jue el mozo y le dijo a la bruja que 'taba bien amarrada en el
palo, que adónde tenía el caballo y el perro del hermano. Y la
vieja le dijo que los caballos de los hombres que tenía encerrados,
eran esos montones de arena, y que los perros eran esos montones de
ceniza.
-Áhi
sobre la mesa, hay una caja con polvos. Vos los tirás sobre las
montañas de arena y de ceniza, y van a salir los animales.
Jue
el mozo, sacó la caja de la bruja y tiró el polvo sobre los
montones, y salieron los caballos y los perros de los hombres que la
bruja tenía encerrados. Y salió también el caballo y el perro del
hermano. Entonce le dieron libertá a todos los hombres, y dejaron la
bruja atada. Y se jueron los dos. Bueno... Ya cuando iban por la mitá
del camino, le contó el hermano cómo lo había agarrado la vieja, y
cómo había ido al Irís y no
Volverís. El otro herma no le contó
cómo supo por el jardín que él estaba en peligro, y cómo vino a
la casa de su señora. Le dijo que él había estado con la señora y
con el padre de ella, y que lo habían tomado por el esposo de la
niña, y que él los dejó creer para averiguar de su paradero. Que
él había dormido esa noche con la señora, pero que había clavado
la daga entre medio de los dos, para no faltarle. Entonce el hermano
se enojó, se dejó llevar por los celos, y sacó la daga y lo mató.
Y después que lo mató, que le había pesado y no sabía qué hacer,
desesperado. Se puso a llorar, y lo alzó al cuerpo del hermano en la
falda, y le pedía perdón, y que le decía que él, que tanto había
hecho por salvarlo, no sabía cómo lo había muerto él, como un
hermano desgraciado. Al rato después de haber estado allí, vinieron
dos lagartos, y se pusieron a peliar. Y uno al otro le pegó un uñazo
y lo mató.
El
lagarto que mató al otro se quedó áhi, no más, asustado, y luego
buscó un yuyito, y le empezó a pasar por la herida al muerto, hasta
que el otro lagarto vivió. Bueno... El hermano jue y hizo lo mismo.
Jue, cortó un gajo del mismo yuyo y le empezó a pasar por la herida
al hermano muerto, hasta que vivió. Y le pidió disculpa llorando, y
se abrazaron, y quedaron como si nada hubiera pasado. Los dos
hermanos siguieron muy contentos, el viaje. Y cuando llegaron al
final del viaje, los hermanos se despidieron como ante, y uno se jue
para donde estaba la señora y el otro hermano se jue para donde
tenía los padres. Y todos vivieron muy contentos, muchísimos años.
Julián
Aguilera, 54 años. El Saladillo. San Luis, 1960.
Gran
narrador. Aprendió el cuento del padre, que sabía muchos cuentos
antiguos y tenía fama por su sabiduría popular en la comarca.
Cuento
863. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 069
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