Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de febrero de 2015

Iras y no volveras .863

Había una vez un hombre que se ocupaba de la pesca. Iba a pescar todos los días. Este hombre no tenía más que la señora, una yegua y una perrita.
Un día, este hombre no podía pescar, y tanto tiró el anzuelo, hasta que sacó un pescado grande. Y cuando lo estuvo por matar, le dijo el pescado que no lo matara, que él le iba a decir dónde había muchos pescados. Entonce el hombre, de ver lo que le prometía el pescado, lo largó. Entonce le dijo el pescado:
-Miró, andate río abajo. Vas a encontrar un remanso muy grande, y allí vas a sacar muchos pescados.
Así lo hizo el hombre. Se jue hasta el remanso y empezó a sacar pescado en cantidá. Y así lo hizo varios días y llevó muchísima comida a su casa. Pero comenzaron a mermar las pescas, hasta que llegó un día que parecía que no había más pescados, y tanto tiró el anzuelo hasta que volvió a agarrar el pescado grande.
-Miró -le dijo el pescado- no me matís. Andá río abajo, vas a encontrar otro remanso, que hay mucho pescado. Así lo hizo el hombre. Lo volvió a largar al pescado y se jue río abajo, hasta que dio con el remanso. Y áhi pescó, y varios días sacó en cantidá pescados muchísimos. Bueno...  Un día no podía sacar más pescado, y tanto tiró el azuelo, hasta que volvió a sacar el pescado grande.
-Bueno -le dijo el pescado-, ahora no sé adónde hay más pescado, así que me matás no más, pero sólo te voy a hacer un pedido, que no me dejís cair ni una sola gota de sangre al suelo. La alzás a toda y la enterrás, bien enterrada. Y después que me comás -no tengo más que dos costillitas- ésas las clavás, una de cada lado del jardincito de tu casa.
Bueno... Así lo hizo el hombre, como le había dicho el pescado. Lo carnió y enterró la sangre, y plantó las costillitas, una de cada lado de la puerta del jardincito que tenía. Bueno... Después de esto, la señora del hombre tuvo dos chicos mellizos muy parecidos; de ver uno, era ver el otro. La yegua tuvo dos potrillos del mismo color y muy parecidos. La perra tuvo dos perritos, que también eran muy parecidos.
Se pasaron los años. Se criaron los chicos y se hicieron mozos, y lo mismo se criaron los potrillos y los perros. Un día, dijo uno de los hermanos:
-Yo ensillo un potrillo y me llevo un perro y me voy a rodar tierra.
-¿Porque te vas, hermano? -le dice el otro. Yo me voy también.
-No, hermano, vos tenís que quedarte con nuestros padres. Yo te voy a dejar una seña, pa que sepás cómo ando. Cuando el jardín esté lindo y florido, es porque me va bien. Si algún día el jardín está triste o marchito, es porque me va mal. Así que te vas para que me salvís.
Bueno, en eso que estaban en el jardín, vieron una daga nuevecita.
-Mirá la daga, hermano -le dice un mozo al otro.
Y miraron al otro lado de la puerta y estaba otra daga, también nuevecita, que brillaba.
-Mirá otra daga -le dice el otro.
Así que cada uno de los hermanos tomó una daga. Bueno... Se jue el hermano a rodar tierra y se llevó un potrillo y un perro, y el otro hermano quedó muy triste. También el potrillo quedó los relinchos y el perro los ladridos, lo que se iba un hermano.
Bueno... El hermano que quedó en las casas, no se olvidaba; lo primero que hacía era ir a ver el jardín. El jardín amanecía muy lindo, todo florecido.
-Bueno -decía, le va bien a mi hermano.
El hermano que se jue, anduvo mucho tiempo, y llegó al palacio de un Rey. Se ocupó allí. A los pocos tiempos se puso de novio y se casó con la hija del patrón. Una tarde, le dijo a la señora:
-Vamos a caminar por allí.
-Vamos -le dijo la señora.
Jueron hasta un árbol que 'staba en la punta de un bordo, y de allí se devisaba, a lo lejo, un humito, que se elevaba muy alto y derechito. Entonce le preguntó el mozo a la señora:
-¿Qué contiene aquel humo tan alto y tan derecho? Entonce le contestó la señora:
-Mire, allá es el Irís y no Volverís.
-¿Y porque le llaman así? -le preguntó el mozo.
-Porque el que va allí, no vuelve más.
Entonce le dijo el mozo:
-Mañana voy yo, pero voy a volver.
-No vaya -le dijo la señora-. Mire que el que va allí no vuelve más.
-Yo voy a ir y voy a volver -le dijo el mozo.
Así que al otro día bien tempranito, ensilló su caballo, se puso la daga y llamó al perro. Se despidió de la señora que le rogaba que no juera. Y se jue.
A la tarde llegó al humito. Había una casa. Llamó, y salió una vieja que era bruja.
-¡Buena tarde, señora! -le dijo el mozo. ¿Quiere darme un poco de agua?
La vieja le dijo muy atenta que cómo no. Cuando va a darle el jarro con agua y el mozo lo jue a recibirseló, lo agarró de la oreja, lo bajó del caballo y jue y lo encerró en una pieza. Lo encerró con llave, y allí quedó. ¡Claro!, como era bruja l'hizo perder al mozo la juerza, que no se pudo ni defender siquiera.
Bueno... Al otro día temprano, como de costumbre, jue el otro hermano a ver el jardín. El jardín estaba todo marchito y caido, todo por el suelo.
-Bueno -dijo, mi hermano está en peligro. Me voy.
Áhi no más ensilló el caballo, se puso la daga y llamó el perro, y se jue. Al día siguiente llegó a la casa del padre de la niña que se había casado con el hermano de él. Como era tan parecido al hermano, la señora salió, y creyendo que venía el esposo, lo abrazó. Lloraba la señora y decía que creía que no iba a volver. Entonce pensó el hermano entre de él:
«Seguro que mi hermano es casado con esta niña y ella cree que soy yo. ¡Como somos tan parecidos! Pero no le voy a decir nada para descubrir adónde se ha ido mi hermano».
Enseguida vino el padre de la niña, y lo abrazó, y le dijo que cómo ha hecho para volver, siendo que el que va allí no vuelve más. El mozo no le dijo nada. Cenaron esa noche. En seguida, le dice la señora:
-Vamos a dormir, que tiene que estar cansado. Bueno... Se jueron. Todo esto lo hacía el mozo para ver si podía descubrir qué fin había tenido el hermano. Cuando ya estuvieron para acostarse, le dijo el mozo:
-Recién me he acordado de un pedido que me había hecho mi padre.
Entonce le dijo ella:
-¿Cuál es el pedido? Si lo puede hacer, hagaló.
-Mi padre me había hecho este pedido, que esta noche tengo que clavar mi daga en el medio del colchón, entre los dos.
-Bueno -le dijo ella-, hagaló.
Esto lo hacía para no faltarle en nada a la señora del hermano. Así que esa noche durmieron juntos, pero con la daga clavada entre los dos. Al otro día anduvo él como apurado. Le dijo ella:
-Vamos a caminar para donde juimos las otras tardes.
-Vamos -le dijo él.
Jueron al árbol, y de la punta del bordo devisaron el humito. Entonce le preguntó el mozo:
-Y aquel humito, ¿qué contiene?
-¿Cómo? -le dice ella- ¿tan pronto se ha olvidado? Allí es adonde juistes, al Irís y no Volverís.
Entonce dijo el mozo entre él:
«Allí es adonde ha ido mi hermano. Yo me voy».
Y le dice a la niña:
-¿Sabís qu'hí dispuesto de ir otra vez al humito?
-No vaya. ¡Quién sabe si vuelve más! -le dijo ella.
Y el mozo le contestó:
-No, ya vís como hí vuelto. Puedo ir otra vez.
Se jueron a las casas, se puso la daga, ensilló el caballo y llamó al perro. Se despidió de la señora y del padre, y se jue.
Cuando llegó allá, salió la vieja. Entonce él iba con sé, y le dijo:
-Déme un poco de agua, ¡por favor, señora!
Cuando la vieja fue a darle l'agua, jue a agarrarlo al mozo, que era muy avisado; y que cuando vido la vieja se dio cuenta que era bruja, y malició que tenía al hermano, la agarró él primero, y dijo para él: En nombre de Dios. Áhi se le acabó la juerza a la bruja. La bruja gritaba y pataliaba lo que se vido descubierta, y el mozo le dijo:
-Ahora me vas a entregar mi hermano, o sinó te mato.
Sacó la daga y la amenazó. La ató bien atada di un poste. Ya cuando se vido perdida, la bruja le rogaba:
-No me matís, yo te voy a entregar tu hermano. Áhi tenís las llaves.
El mozo agarró las llaves y empezó a abrir puertas. De todas las piezas salían hombres que la bruja tenía encerrados, hasta que salió el hermano. Se abrazaron, contentísimos, y le agradeció el hermano porque vino a salvarlo. Y le dijo:
-Yo sabía, hermano, qu'ibas a venir. Yo te aguardaba todos los días.
Bueno... se jue el mozo y le dijo a la bruja que 'taba bien amarrada en el palo, que adónde tenía el caballo y el perro del hermano. Y la vieja le dijo que los caballos de los hombres que tenía encerrados, eran esos montones de arena, y que los perros eran esos montones de ceniza.
-Hacemelós volver a lo de antes o sinó te mato -le dijo el mozo.
La vieja, entonce le dice:
-Áhi sobre la mesa, hay una caja con polvos. Vos los tirás sobre las montañas de arena y de ceniza, y van a salir los animales.
Jue el mozo, sacó la caja de la bruja y tiró el polvo sobre los montones, y salieron los caballos y los perros de los hombres que la bruja tenía encerrados. Y salió también el caballo y el perro del hermano. Entonce le dieron libertá a todos los hombres, y dejaron la bruja atada. Y se jueron los dos. Bueno... Ya cuando iban por la mitá del camino, le contó el hermano cómo lo había agarrado la vieja, y cómo había ido al Irís y no Volverís. El otro herma no le contó cómo supo por el jardín que él estaba en peligro, y cómo vino a la casa de su señora. Le dijo que él había estado con la señora y con el padre de ella, y que lo habían tomado por el esposo de la niña, y que él los dejó creer para averiguar de su paradero. Que él había dormido esa noche con la señora, pero que había clavado la daga entre medio de los dos, para no faltarle. Entonce el hermano se enojó, se dejó llevar por los celos, y sacó la daga y lo mató. Y después que lo mató, que le había pesado y no sabía qué hacer, desesperado. Se puso a llorar, y lo alzó al cuerpo del hermano en la falda, y le pedía perdón, y que le decía que él, que tanto había hecho por salvarlo, no sabía cómo lo había muerto él, como un hermano desgraciado. Al rato después de haber estado allí, vinieron dos lagartos, y se pusieron a peliar. Y uno al otro le pegó un uñazo y lo mató.
El lagarto que mató al otro se quedó áhi, no más, asustado, y luego buscó un yuyito, y le empezó a pasar por la herida al muerto, hasta que el otro lagarto vivió. Bueno... El hermano jue y hizo lo mismo. Jue, cortó un gajo del mismo yuyo y le empezó a pasar por la herida al hermano muerto, hasta que vivió. Y le pidió disculpa llorando, y se abrazaron, y quedaron como si nada hubiera pasado. Los dos hermanos siguieron muy contentos, el viaje. Y cuando llegaron al final del viaje, los hermanos se despidieron como ante, y uno se jue para donde estaba la señora y el otro hermano se jue para donde tenía los padres. Y todos vivieron muy contentos, muchísimos años.

Julián Aguilera, 54 años. El Saladillo. San Luis, 1960.

Gran narrador. Aprendió el cuento del padre, que sabía muchos cuentos antiguos y tenía fama por su sabiduría popular en la comarca.

Cuento 863. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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