Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de febrero de 2015

Los tres hermanos .898

Que había tres hermanos que tenían una herencia de un peso y no podían repartirse porque uno era muy avariento. Dos querían agarrar de 35 centavos y le quedaba a otro 30. El avariento quería 40 centavos. Un día que estaban discutiendo por repartirse, se presentó un viejecito que había sido San Antonio y les dice:
-¿Qué hacen hijos, aquí?
-Acá estamos con esta herencia y no los podimos repartir, porque mi hermano es muy avariento.
-¿Queren que yo los reparta? -les dice.
-Bueno -contestan los tres.
El viejecito les dio 35 centavos a los que no eran avarientos, y al avariento le dio los 30. Y le dice:
-Tomá mi sombrero y andate. ¿Estás conforme?
-Sí -le dice.
-Bueno, andate, y ustedes sigan conmigo, les dice a los otros dos.
Cuando había caminau el avariento, unas cuadras, pensó volverse y ir a devolver el sombrero. Le dice:
-Señor, tome su sombrero, y yo quero ir en su compaña.
Le dice San Antonio:
-Bueno, sigan conmigo.
Bueno, ya cuando se les hizo la noche, llegaron a una casa. Preguntaron de trabajo, y que si les podían dar alojamiento. Entonce, áhi les dieron trabajo tres diyas. La dueña de la casa había síu una vieja bruja. Esta vieja los maltrataba a los que les daba posada y trabajo, y se los comiya, a los tres días. En la noche, les dice:
-Bué, cada uno va a dormir con una de mis hijas.
Tenía tres hijas. Bue, entonce, ella cosió unos gorros colorau para ponerle a las hijas y distinguirlas. Cuando echó ya de ver la vieja que estaban dormidos, la mandó a una negra criada a ver si estaban dormidos. Como el viejecito sabía lo que iba a ocurrir, cuando andaba la negra caminando, dice él:
-¡Ay!, ¡que tengo sé!
-Le preguntó qué es lo que quere.
-Quero un jarro di agua.
Le dice la negra a la vieja:
- 'Stán despiertos.
Le llevó el jarro de agua. Ya volvió la negra a andar el ruido no más, a ver si estaban despiertos. Y le dice:
-Viejecío ¿que no duermes?, ¿qué te pasa?
-Tengo frío los pieses -le dice. No puedo dormir. Quero una bolsita 'e ceniza caliente.
Y se la llevó la negra. Él guardó el jarro di agua y guardó la bolsita de ceniza. Al rato volvió la negra y le dice a la vieja:
-Yo no sé, 'stán despiertos no más.
Dejaron pasar otras horas, otra vez. Y vuelve a ir a andar la negra, tranqueando. Le dice la negra:
-Viejecío, ¿qué tienes que no te puedes dormir?
-Quero unas áujas.
Le trajo las áujas.
-Bue -le dice, dormite viejito. ¡Dejame de molestar!
En seguida se jue. Cuando se jue la negra, se levantó él y les sacó los gorros a las niñas y se los puso a los mozos. Ya cuando volvió la negra, ya 'staban todos dormidos, y el viejo también se hacía el dormío. Y se vuelve ande 'staba la vieja la negra y le dice que 'stán dormidos. Se levantó la vieja con una guadaña muy cortante y les pasó a degüello a los que 'staban sin el gorro, creyendo qu'eran los mozos. La vieja no se fijó que jueran las hijas.
Le dice a la negra:
-Negra, echale leña al horno y acostate a dormir, para que después asemos los chanchos gordos.
Después se levantó la vieja, y la hizo levantar a la negra para que jueran a traer los chanchos para echarlos al horno. Ya va la negra, y le dice:
-¡Ay! ¡Son las niñas las que han muerto! ¡Y ésos se han ido!
-No creu -dice la vieja, no creu.
Se va la vieja a ver si era cierto. Ya, ¡claro!, vio que eran las hijas.
-Andate -le dice a la negra, pedí la chancha negra que camina tres trancos por legua.
Ya vino la negra con la chancha y subió a caballo la vieja en la chancha. Salió atrás de ellos.
Cuando iba muy lejo la vieja, había andau muchas leguas, dice el viejecío:
-¡Allá viene la vieja bruja; ya los viene alcanzando! ¡Ya los alcanza!
Y le tiró el jarro de agua. Y ya se hizo un mar. Ya adelantaron ellos una cantidá de leguas. La vieja no podía pasar, pero al fin pasó después de muchísimo trabajo. Y cuando los iba alcanzando otra vez, la volvieron a ver, y el viejecío le tiró la bolsa 'e ceniza, y s'hizo una niblina muy grande, que la vieja no sabía pa dónde seguir. Cuando después de muchísimo porfiar pasó, ya los otros iban muy lejos. Habían caminau leguas. Les dice otra vez el viejecío:
-Miren, hermanos, ya viene la vieja alcanzándolos otra vez.
Le tiró entonce, las áujas. S'hicieron leguas de pencales, que la vieja, ¡claro!, ya no podía pasar.
Bue... Cuando ya iban muy lejos, volvió el viejecío a devisar a la vieja que había lograu pasar. Les dice a los otros:
-¡Allá viene la vieja! ¡Ya los viene alcanzando otra vez! Nu hay más que los vamos a subir a aquel árbol muy alto que se ve allá.
Ya se subieron arriba del árbol, los cuatro. Ya viene la vieja y llegó al árbol. Cortaba rastros y venteaba, y decía:
-¡Carne humana! ¡Carne humana!
San Antonio les había dicho que cuando la vieja hablara no miraran para abajo, sinó para arriba.
Y el viejecío decía:
-Cairé', cairé, cairé...
-Cái -decía ella- no más.
Miró uno de los jóvenes y áhi no más cayó y áhi no más lo echó la vieja a una bolsa. Ya empezó otra vez a dar vueltas y a decir:
-¡Carne humana!
-Cairé, cairé, cairé -decía San Antonio.
-¡Cái, cái! -decía la bruja.
Volvió a mirar el otro para abajo y ya cayó al suelo también. Y ya corrió la vieja y lo echó a la bolsa.
-¡Carne humana, carne humana! -decía la vieja otra vez.
-Cairé, cairé, cairé...
-¡Cái, cái, cái! -decía ella, no más.
Miró el otro y cayó lo mismo. La vieja lo echó también a la bolsa. Ya empezó otra vez a dar vueltas y a decir:
-Carne humana, carne humana.
-Cairé, cairé, cairé... -decía San Antonio.
-Cái, cái, cái -decía la vieja.
Y San Antonio no cayó nada. Ya se había cansado la vieja y se subió al árbol. Cuando se subió arriba, San Antonio de un salto 'stuvo en el suelo, y entonce empezó a decir San Antonio:
-¡Cái, cái, cái!
Y cayó la vieja. Y la echó a la bolsa y la cosió. Y los desató y los sacó a los jóvenes. Y después quemó a la vieja, y la quemó a la chancha.
-Bue -les dice a los jóvenes-, ustedes se van a andar unidos así como les he enseñau, no con avaricia, que deben de tener los tres hermanos por igual. Yo soy San Antonio que lo hi veníu a salvar por pedido de su padre muerto.
Salió por un zapato roto que yo no voy a contar otro.

María Adolfina Díaz, 54 años. El Porvenir. Capital. San Luis, 1940.

La narradora, campesina rústica, es nativa de la región.

El cuento es una mezcla de otros cuentos. Puede considerarse una variante del cuento de la vieja bruja que mata a las hijas.

Cuento 898. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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