Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de febrero de 2015

La princesa bruja .868

Era un chico que había perdido la madre. Tenía dos hermanas y el padre. Y él pasaba su vida muy amargada porque no tenía madre, y andaba sucio y lleno de bichos y de piques.
Y este niño tenía una gran virtú, comprendía el idioma de los animales. Y un día pasó un potrillo y relinchó. Y él entendió lo que había dicho, y sonrió él. Y el padre le preguntó porque sonrió y él le dijo que no le podía decir. Si él decía lo que entendía se moría en ese mismo momento. Así era esa virtú que tenía. Y por eso el padre lo agarró y le pegó y lo lastimó mucho. Y casi lo mató.
No sabía qué hacer. Entonces le dijo que se iba, y se fue.
Y tomó camino y se fue. Iba caminando cinco días. Y apena encontró para comer unas frutas silvestres de tuna.
Después, cuando menos pensó él, encontró a tres hermanos que estaban por pelear por un capote, unas botas y un sombrero. Las tres cosas tenían misterio. Entonce le dijo él:
-Porque se van a pelear entre hermanos. Eso no puede ser.
Al ver lo que ese niño decía, obedecieron.
Entonce le dijo que le den las tres prendas, y ellos corran una carrera a ver quien ganaba las prendas.
Las botas eran para correr tan ligero que nadie lo podía alcanzar, el capote era para que nadie lo vea, y el sombrero para pedirle lo que quiera, que lo traía al momento.
Y entonce les dijo que ya que los tres querían las tres prendas, que corrieran un kilómetro, uno por una carretera, otro por otra, y otro por otra, y que ganaba el que llegue primero. Entonces los tres hermanos salieron corriendo.
Y el niño cuando quedó solo se puso las botas, y se puso el capote, y claro, desapareció, y se puso el sombrero. Y salió dispa-rando que nadie lo podía alcanzar. Y cuando los hermano llegaron de vuelta no pudieron saber nada del niño. Y siguió camino. Ya podía vivir con esas prendas. Y llegó en una casa muy pobre. Que vivía una viejita. Y la viejita le dijo:
-¿De dónde viene, niño?
-Desde muy lejo, abuelita -le dijo él.
-Entonce, va quedar aquí conmigo.
Y quedó el niño.
Hacia dos años que vivía ahí y siempre oía tiros de arma de juego. Y le preguntó a la viejita qué eran esos tiros y tiros.
-¡Ah!, ¡mi hijo!, esos tiros son del Rey que mata a la gente. Que tiene una hija, que se pierde cada noche y no sabe dónde va. Si uno se compromete a descubrir y no puede descubrir, él lo mata.
Entonce dijo el niño:
-Yo le descubriré.
-No, mi hijo, a usté lo va a matar el Rey. Usté no sabe, pero no tiene perdón.
-No tenga miedo, agüelita. Yo iré y no me va a pasar nada.
Y se marchó. Agarró el capote, el sombrero y las botas. Fue a hablar con el Rey. Y le dijo al Rey:
-Yo vengo para descubrir el misterio de su hija.
Le dijo el Rey:
-No, no te comprometás, niño, que eres muy niño.
Y él le dijo:
-Yo no temo a la muerte. Yo no moriré.
-Bueno, entonce, comenzá esta noche. La recompensa va a ser la mitá de mi fortuna y una gran cena para todo el pueblo.
Y quedan comprometidos. Y se quedó a dormir el niño en la casa del Rey. Y el Rey le quiso dar una cama de lujo para que él duerma. No aceptó. Yo voy a dormir en la puerta de la Princesa, en estos cueros.
Bueno, quedó ahí. Llegó la noche y él se acostó. Se levantó la Princesa a espiarlo y él se hacía como si roncaba. Entonce la Princesa dijo:
-Pobre de vos, mañana estarás fusilado.
Entró adentro, la Princesa, y sacó un frasco grande, y él ya la 'taba espiando. Abrió el frasco grande y dijo:
-Vamos a andar.
Y se transformó en un diablo el frasco. Ella montó sobre el diablo y salieron velozmente.
Entonce el niño se puso el capote, el sombrero, y se puso las botas, y salió de atrás. Tuvieron como una hora de viaje. Llegaron a la casa de un rey. Que era el que la pretendía. Un gran baile hicieron.
Por el camino decía la Princesa:
-Una rosa de diamante para presentar al rey turco -y desaparecía en un pozo, y salía con la flor, y se la puso entre el cabello.
El niño le sacó la flor y la puso dentro del capote. Hasta al fin llegaron y la Princesa se puso a bailar. Después de tanto bailar, a la Princesa se le rompieron todos los zapatos, y los tiró. Recogió el niño los zapatos y los guardó. Eran siete pares de zapatos.
Entonce el Rey le dice al asistente:
-Parece que hay alguien por aquí, porque yo oigo ruido y no veo nada.
Y era el niño que andaba vestido con su prenda misteriosa, y nadie le podía ver.
Y después dijo al asistente:
-Hay ruido. Pasame esa espada que tiene empuñadura de plata.
Y cuando amagó para pegar dónde había ruido, el niño se la manoteó y le quitó la espada, y se la puso abajo del capote y desapareció.
Entonce dijo otra vez el Rey enojado, al asistente:
-Pasame ese sable que tiene empuñadura de oro.
Y hizo lo mismo. Amagó para pegar y el niño le quitó el sable, y le puso abajo del capote, y desapareció.
Entonce iba ya casi amaneciendo. Entonce dijo la Princesa:
-Tengo que ir en casa.
Montó el diablo, y fueron. El niño nunca se separaba de la Princesa. Él llegó primero que la Princesa y se puso sobre el cuero como si no hubiera salido.
Y dijo la Princesa cuando llegó:
-¡Mirá quién me va descubrir! ¡Pobre diablo!
El Rey mandó llamar al niño y a la Princesa. Y fueron, y fue todo el pueblo.
-Bueno, mi hijo -le dijo el Rey al niño- ahora llegó el momento de contarme lo sucedido.
-Sí, mi Majestá -contestó el niño.
Tomó un vaso de vino para afinar el garguero. Y dijo:
-Cuando yo me acosté, dentro de una hora, la Princesa me dio una patada y dijo:
-¡Qué va descubrir éste!
Agarró un frasco grande de abajo de la cama, que ahí lo tiene y lo transformó en un diablo. Montó por él. Después anduvo una legua. Dijo entonce la Princesa: Una rosa de diamante para presentar al Rey turco. Y sacó la rosa de un pozo. Y yo le saqué y le puse bajo mi capote. Y le entregó al Rey la rosa. Y se pusieron a bailar. Se le rompió el primer par de zapato y aquí lo tengo. Y lo entregó al Rey. Y despué se le rompieron seis pares más de zapatos. Y aquí están y los entregó al Rey.
A medida que iba contando el niño la Princesa se iba sonrojando. No sabía qué hacer. Y entonce siguió el niño:
-Yo hice ruido y el Rey pidió al asistente la espada de empuñadura de plata para pegarme, y yo le quité, y aquí está. Y entonce hice más ruido. Y el Rey pidió el sable de empuñadura de oro, y yo le quité, y aquí está. Le presentó al Rey. Y después se vino y dijo que volvía a la otra noche.
Después, dijo el Rey:
La Princesa no es hija mía, es una bruja. Yo sé qué castigo merece.
Y agarró cuatro potros de los más malos. Se lo ató uno por cada brazo y estremidades y la descuartizaron. Y al frasco le tiró en fuego muy grande. Que salió volando el diablo del fuego.
Y al niño se le dio lo que le prometió. Y él se fue a vivir con la viejita, su segunda madre.

Evangélico Coronel, 21 años. Resistencia. Chaco, 1952.

Aprendió el cuento de la abuela.

Cuento 868. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

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