Que
era un matrimonio. Este matrimonio no tenía familia. Y él se
ocupaba de pescador. Y un día va y tira los anzuelos con desprecio,
áhi no más, a la orillita los tiró, y pescó un dorau. Y al
sacarlo le habló el pescau, que no lo matara, que lo tirara al agua
y que siguiera pescando, que él le iba a dar suerte. Y que al otro
día lo volviera a pescar y que lo sacara y que lo matase y lo
llevase para la casa d'él, y que hiciera un caldito, que la carne se
la diera a la viejita, el caldito a una yegüita que tenía y los
güesitos a la perrita de la casa. Que las tripitas las enterrara
atrás de la casa y que él comiera de otro pescau. Y así lu hizo,
como había ordenau el dorau. Y él siguió pescando, abasteciendo
todo el pueblo. Y qui al año vería el producto. Cuando al poco
tiempo s'hizo gruesa la viejita, la yegüita y la perrita.
Bueno,
entonce, hizo ver el producto. La viejita dio a luz dos niños, la
yegüita parió un potrillito y una potranquita, y la perrita un
perrito y una perrita. Bueno, fue atrás de la casa y vio qui
asomaban dos darditos, y los recogió, uno para cada niño.
Y
los niños se comenzaron a criarse. Y el pescador siguió pescando. A
medida que los niños se criaban s'iban atrás de la casa y se
ponían como a jugar y a hacer un pocito, cada uno. Y los siguieron
no más a los pocitos. A medida que s'iban criando los iban ahondando
a los pocitos, hasta que les sacaron agua.
Ya
eran mozos los niños y todas las mañanas lo primero que hacían era
ver el agua y vían que 'taba muy cristalina. Cuando un buen día el
mayor le dice al hermanito que los viejitos 'taban muy viejos y
tenían que buscar medios de vida para ayudarlos, y así determinaron
y le dijieron a los padres. Aunque ellos no querían, igualmente
determinaron de irse, uno primero. Y al que fue primero le tocó el
potrillito macho y el perrito macho, y un dardito. Y se despidió de
los padres. Y al despedirse del hermanito que le dice que le
encargaba el pocito d'él, que mientra tuviese l'agua clara,
cristalina, a él no le sucedería nada, y en el momento que
'stuviera turbia procurase de buscarlo porque alguna cosa grave le
pasaría. Así lu hizo y salió de viaje.
Iba
marchando por áhi y no llevaba qué comer ni para el perrito ni para
él. Y por áhi encontró buen pasto para el caballito y se paró. Y
por áhi cruzó una liebre y dice:
Y
le saca el freno al caballo para que coma y le pone los puntos a la
liebre. Entonce le dice la liebre:
El
muchacho se compadeció y no le tiró. Sigue el viaje, cuando mira
para atrás y ve que el liebrecito lu iba siguiendo.
Por
áhi cruza una liona y también le va a tirar y lo mismo lu habla la
liona, que no la matara, que le daría el hijo para su compaña.
Tampoco le tiró. Siguió marchando. Cuando mira para atrás el
lioncito lu iba siguiendo.
Por
áhi le sale una tigra y le pone los puntos. Lo mismo la tigra lu
habla y le dice que no la mate que le dará el hijo para su compaña.
Siguió marchando y mira para atrás, y el tigrecito lu iba
siguiendo.
Ya
llevaba más animales a quien darles de comer. Se bajó y desensilló
su caballo para que comiera, y salió por el monte buscando palomas,
pichones para comer y darle de comer a los animalitos. Cazó y
comieron. Y siguió viaje. Cuando encuentra un rancho grande, y si
arrimó. Al decir, ¡Ave María!, sale una señora vieja y le dice:
Se
bajó el joven y vio que 'staban hirviendo tres tachos grandísimos
con comida. No había gente ninguna pero había muchas camas llenas
de gatos. Cuando redepente murmuró la vieja y los gatos empezaron a
salir todos para afuera disparando. Y si habían vueltos hombres y lo
atropellaron para matarlos a él y a los animales, y se levantó, y
salieron peliando todos. Los animales a la par d'él, el caballo, el
lión, el tigre y el perrito, menos el liebrecito. Mientras voltiaban
a los heridos, la vieja con un candil y una pluma les pasaba por la
herida un remedio y salían peliando de nuevo como si no les hubiera
pasau nada. Cuando se da cuenta el joven le dice al tigre que la
agarre a la vieja, que la marcara un poco. Saltó el tigre y la hizo
pedazo. El joven agarró el candil de la vieja y lo puso en el alero
del rancho y áhi lo dejó. Entonce los mataron a todos y se terminó
la batalla. Entonce le da de comer de los tachos al perrito, al lión
y al tigre. Y siguieron viaje. Llegaron a una ciudá que 'taba toda
enlutada. Si arrimó el joven a un ranchito y al decir ¡Ave María!,
salió una viejita y lo envitó a bajarse. Se bajó y conversando le
pregunta:
-Hijo
mío -le dice, ¿no sabís que acá viene una serpiente de siete
cabezas y si no le ponen una niña en una garita de oro que tienen,
avanza a la ciudá y come a todos? Así que tanta niña qui ha
comido, el Rey ha dispuesto de poner una de las niñas d'él para que
la coma y por eso 'stá enlutada la ciudá. Y ha echau un bando que
el que salve la niña se casaría con ella. Y vos que tenía tantos
animalitos la podís matar a la serpiente y casarte con la niña.
-Madre
vieja, me voy a dar de comer a mis animalitos por el monte -y tomó
en dirección de la garita di oro por ande venía la serpiente.
Y
llegó el joven a la garita donde 'taba la niña llorando. La saluda
y le dice la niña que se retire porque vendría la serpiente y los
comería a los dos. Y él le contesta que no se aflija, que no ha de
querer Dios. Y se sentaron los dos a la par a conversar. Y dice ella:
Y
le agarra la cabecita del joven y se la pone en la falda. El joven le
dice que si ve la serpiente que viene que le avise y se queda
dormitando. Cuando siente la niña el ruido de la serpiente que venía
voltiando árboles con la cola y abriendo las siete bocas, y en vez
de hablarlo al joven se pone a llorar. Y le cai una lágrima en la
cara del joven. Y se recordó el joven. Cuando ve la serpiente que ya
venía llegando. Y ya salieron peliando el joven, el lión, el tigre,
el perrito y el caballito con la serpiente. Le cortaba el joven a la
serpiente una cabeza, le cortaba otra, y di un salto se le pegaban
otra vez, y seguía peliando. Hasta que el joven se da cuenta que a
la cabeza del medio no la había cortado ninguna vez y entonce se la
cortó con l'espada. Y entonce quedó muerta la serpiente. Y entonce
va el joven y le revisa la cabeza, li abre la boca y ve que tenía
una lengua di oro y se la cortó y se jue donde 'taba la niña, con
la lengua. Entonce la niña lu abrazó. Sacó un pañuelo de seda que
le había regalado el padre, el Rey, y un anillo di oro y se lo
regaló al joven en nombre del Rey. Y le dice que se vaya al palacio,
que por orden del Rey se tiene que casar con ella porque la salvó.
Él agarra la lengua di oro y el anillo y los envuelve en el pañuelo
y se los pone en el bolsillo di adentro.
La
niña se despide, se va al palacio, y él se acuesta a dormir,
rendido. Y al dormirse el joven, los animalitos qui habían peliau se
ponen a dormir también y le dicen al liebrecito:
-Vos,
que nu has peliau, velá el sueño de nosotros. Si sentís algo, no
lu hablis a nuestro amo, hablanos a nosotros.
Por
áhi llegó un negro buscando leña con una carretilla, una hacha
grande y una cuchilla grande. Cuando encuentra la serpiente muerta.
La agarró a hachazos con la cuchilla y le cortó las cabezas y las
echó en la carretilla.
Cuando
llegó el negro el liebrecito quiso gritar pero el negro lo atemorizó
con la cuchilla y lo mató al joven dormido y se fue con las cabezas
de la serpiente. Y iba los gritos para el palacio, que había muerto
la serpiente y que él s 'iba a casar con la princesa.
Para
esto, ya había llegáu la niña al palacio y li había contau al Rey
que un joven había muerto a la serpiente y la había salvau a ella.
Y
entonce llegó el negro y se presentó al Rey con las siete cabezas y
la cuchilla ensangretada. Y se presentó la niña y dijo que no era
ése el que había muerto la serpiente sino otro joven. Y el negro
discutía que porque era negro no quería casarse con él. Entonce le
dice el Rey:
-Palabra
de Rey no puede fallar. Este negro presenta las cabezas de la
serpiente y la cuchilla ensangretada y nu hay otro que haga ver que
ha muerto la serpiente. Él se tiene que casar con m'hija.
Y
la niña tuvo que callarse. Y se empezaron a preparar las fiestas de
la boda. Y tiraron bombas, y tocaban las campanas y había música
por todos lados, de la alegría, porque si había salvado la niña y
toda la gente, de la serpiente.
La
viejita que le enseñó al joven donde 'taba la garita di oro, era
ayudante de cocinera en el palacio del Rey. Cuando el negro se retiró
con las cabezas de la serpiente, el liebrecito, llorando, los recordó
a los compañeros y vieron al joven muerto. Entonce, llorando, le
dijieron:
Entonce
empezaron a ver qué hacían. Entraron a recorrer la memoria y si
acordaron de la batalla con los hombres-gatos, y si acordaron del
candil qui hacía vivir a los muertos. Y le dijieron al liebrecito
que se quedara cuidando al amito, que ellos iban a buscar el candil.
Y así lu hicieron. Se fue el caballito, el perrito, el lión y el
tigre. El caballito algo comía de pasto. Por áhi iban con mucha se
y encontraron un cañadón con mucha agua. Entraron a tomar agua y a
buscar pichones para comer. Por áhi encuentran un nido de una
carancha con cuatro hermosos pichones. Cuando los van a comer les
habla la carancha, que no le comieran los hijitos. Entonces el lión
y el tigre le dicen si conocía tal batalla, de tal tiempo. La
carancha les contesta que sí, que bastantes ojos gordos había
comido de los muertos. Entonce le dicen ellos que si iba y les traía
un candil qui había en el alero del rancho no le comían los hijos.
Y ella les dijo que bueno, pero que les recomendaba mucho los hijos.
Y remontó el vuelo.
Llegó
ande 'taba el rancho. El rancho si había caído. Y entró la
carancha a escarbar derecho ande había 'táu el alero de la casa y
nu encontraba nada. Y encontró un pericote, un ratón. Era un ratón
grande, pelau, qui había síu el rey de los ratones y lu agarró y
le clavó las uñas, y lo levantó en el aire preguntandolé del
candil. Y le clavaba las uñas juerte. El ratón entró los gritos a
llamar a toda la ratonería. Se amontonaron todos y ninguno daba
razones del candil. Sólo faltaba una ratona vieja. No faltó quien
dijo que efectivamente faltaba, y que había sido partera, curandera,
y que segura-mente ella tendría el candil. Y la jueron a buscar por
orden del Rey Ratón. Se presentó la ratona curandera. Le
preguntaron del remedio y dijo que lo tenía ella. Que lo trajiera en
seguida gritaba el Rey Ratón. Lo trajieron y se lo presentaron a la
carancha que lo tenía al Rey Ratón en el aire. Lo recibió en el
pico, lo soltó al ratón y salió volando.
Llegó
ande 'taba el tigre con los compañeros y se lo presentó
preguntandolé por los hijitos. Los pichones 'taban durmiendo porque
les habían buscado bichitos y todo para comer. Agradeció la
carancha y los otros animalitos también del favor que les había
hecho.
-Vos
que tenís la cola tan enroscadita, te lo vamos a poner bien amarrado
con pastos y así lo llevarís. Nosotros seguiremos por si acaso lo
perdis.
Y
así lo hicieron. Y siguieron de vuelta corriendo. Llegaron a la
garita donde 'taba el amo con el liebrecito. Para esto era tarde, ya
'taba el sol bajito, y le pasaron con la pluma el remedio que tenía
el candil, por la herida que li había hecho el negro. Y se sentó el
joven sano, como si hubiere 'tau dormido. Les dice a los animalitos
que por qué lu habían dejáu dormir tanto.
Ya
ensilló su caballo y se va de vuelta con sus animalitos para la casa
de la viejita, que le enseñó la garita. Y llegó y li habló la
viejita que por qué había tardau tanto. Y entonce le dice:
-¿No
sabís, hijo, que hay una gran fiesta en el palacio porque un negro
ha salvado l'hija del Rey, y se casa con ella? Qué lástima, hijo
mío, que vos con tus animalitos no matastes la serpiente y te
hubieran casado con la princesa.
-Yo
estoy cansada, hijo. Hi estado ayudando a hacer las comidas. Así que
no voy a volver al palacio.
-Perrito,
í y metete abajo de la mesa del banquete del palacio. Cuando le
sirvan el primer plato al Rey Negro, pegale un manotón y arrebatale
el plato, y lo tráis para acá, que a ustedes les corresponde, no a
ese negro.
Y
así lu hizo el perrito. Jue y se puso abajo de la mesa. Cuando le
sirvieron al Rey Negro, le pegó en la mano y li arrebató el plato,
y salió disparando.
El
negro discutía que porque lo vía negro no quería casarse con él.
El
perrito llegó al rancho donde 'taba el amo y le presentó el plato
con los manjares. Comieron todos y siguieron conversando. Y volvió a
suspirar la viejita diciendo que quién pudiera comer el segundo
potaje que le iban a brindar al Rey Negro.
Y
el joven lo mandó al lión. Pero el Rey había ordenado de poner
guardias dobles por si entraba otro animal, que lu agarraran para ver
de dónde salía. Pero el lión, pícaro, engañó a los guardias y
se metió abajo de la mesa. Cuando le brindaron el segundo plato al
Rey Negro, le pegó un manotón en la mano y li arrebató el plato y
salió disparando. De balde le tiraban tiros no daban en el blanco.
Llegó adonde 'taba el amo y le presentó el plato. Comieron todos
juntos.
Para
eso el Rey ordenó que si volvía otro animalito, que si no lo podían
agarrar que le siguieran hasta donde llegara y que lo citaran al amo.
El
joven lo mandó al tigre a que le trajiera el tercer plato que le
dieran al Rey Negro, que a ellos les correspondía.
Y
el tigre engañó a los guardias. Entró y se puso abajo de la mesa.
Cuando le sirvieron el tercer plato al Rey Negro, le pegó un manotón
arrebatandolé el plato y salió disparando. Los guardias lo
siguieron. El tigre le presentó el plato al amo y se pusieron a
comer todos con la viejita. Cuando llegaron los guardias lo
encontraron rodeados de los animalitos y le dijieron que por orden
del Rey se tenía que presentar al palacio. Y el joven les dice que
estaba comiendo, y que si el Rey necesitaba algo que podía venir
ande 'staba él. El capitán de los guardias tuvo miedo de los
animales feroces y se volvieron. Le dijieron al Rey lo qui ocurría,
y tuvo que venir el Rey en su coche y la escolta. Y lo llamó al
joven. Y salió el joven rodeado de los animalitos. Y le dice que lu
acompañara hasta el palacio, que era para aclarar la salvación de
su hija.
Revisaron
las siete cabezas y faltaba una lengua. Entonce el joven pone la mano
en el bolsillo mientras el negro gritaba que se la han comido las
hormigas a esa lengua. El joven saca el pañuelo, y le dice al Rey si
conocía esa prenda. Dice el Rey que sí, que se la había regalado a
la hija. Desenvuelve y saca el anillo, y sacó la lengua di oro que
le faltaba a la cabeza del medio. Entonce el Rey y el público
comprobaron que era cierto lo que decía el joven y falsedá lo que
decía el negro.
Entonce
el Rey manda buscar cuatro potros de esos más lobos de los
montañeses y lu ataron al negro, uno de cada mano y de cada pierna.
Y los largaron al campo, que lu hicieran cuatro pedazos por su
falsedá.
Cuando
termina la fiesta se van a dormir. Se acuesta la niña primero. Y el
joven se saca el saco para acostarse, y levanta la vista para arriba
y ve un humito que parece que era en el techo. Pero ve que era lejos
y había una luz y le pregunta a la Princesa qué tenía esa luz y
ese humito. Y ella le dice:
-Ésa
es la ciudad de Irís y nunca jamás
volverís. Pero no te vas a querer ir,
porque los que van nunca quieren volver.
Si
acostó el joven. Cuando se quedó dormida la Princesa, se levantó
despacito, acomodó sus animalitos y siguió viaje con rumbo al
humito. Llegó. Qu'era un ranchito de mala muerte, y salió una
viejita, y le dice:
-Tomá
esta canita y atá tu lioncito. Tomá esta otra canita y atá tu
tigrecito -y así lo hizo con todos los animalitos.
Y
lo hizo pasar para adelante. El joven ató los animalitos y apenas
dio vuelta, las canas se volvieron unas enormes cadenas que los
voltiaban a los animalitos.
Adentro
de la pieza había un cuero de potro, y arriba del cuero de potro
había una silla donde lo hizo sentar. En cuanto se sentó el joven
si hundió con cuero y todo en un profundo pozo ande había muchos
cadáveres, unos medios muertos y otros secos ya. Y entró a andar
por arriba de los cadáveres hasta que se desvaneció.
El
hermano del joven que había quedau con los padres miraba todos los
días l'agua del pozo y 'taba siempre cristalina. Una mañana jue a
ver el pozo y vio l'agua turbia. Entonce le dice a los viejitos
padres d'ellos, que iba a buscar a su hermano porque estaba pasando
algo grave. Y así lu hizo. Agarró la yegüita, la ensilló y llamó
la perrita y siguió viaje en dirección para donde había salíu el
hermano.
Y
llegó al palacio donde si había casau el hermano. Era una mañana
temprano, que recién salían los lecheros y un vasco viejo lo ve al
joven y pensó que era el hermano -como eran tan iguales- y empezó
los gritos:
Sale
el Rey, la Reina y la Princesa y le dicen que porque si había ido
tan callado. El joven malició que el hermano si había casau con la
Princesa y para saber de él fingió que era el mismo. Así que
comieron, pasaron el día y llegó la noche. Se van a acostar y al
acostarse el joven puso la espada por medio de la Princesa y él. Y
al sacarse el saco mira el humito y la luz y le pregunta qué
contenía eso. Pero, le dice, que ya le había dicho la otra vez,
qu'era la ciudá de Irís y no
Volverís.
-Pero
no te vas más que no vas a volver jamás. Cuando se quedó dormida
la Princesa, sale también despacito con rumbo igual. Llegó y vio
los animalitos encadenados, y entonce dice:
-¿Y
ahora para salvarlo? -le preguntó.
-Áhi,
atrás, hay un gallinero de gallinas negras. Matá una y hacé un
caldito y se lo das, que en seguida sanará.
-Acá
tengo, hijo mío, estas llaves. Agarrá ésta primero y vas abriendo
hasta que se terminen las llaves.
Y
ya el joven le dio el caldo a los animalitos y se rompieron las
cadenas. Y se lo dio al hermano. Y empezaron a abrir las puertas y
apareció toda la ciudá y quedó desencantada.
Entonce
el joven del pozo le preguntó al hermano que cómo supo qu'estaba él
áhi. Y él l'hizo el cuento, y que descubrió todo cuando se acostó
con la Princesa, pero que en la cama, entre los dos, puso l'espada
d'él, y se puso celoso. Y le pegó una puñalada al hermano que lu
había salvado y cayó muerto. Y el otro si arrepintió y se puso a
llorar. Suplicaba a Dios que cómo lo podía salvar. Cuando ve dos
lagartos qu'taban peliando al lau del camino, y cuando quedaba uno
muerto, el otro corría a una mata de paja y sacaba una hojita, iba y
se la pasaba por las heridas, y se levantaba peliando otra vez de
nuevo. Entonce el joven agarró también una hojita y jue y se la
pasó al hermano. Y el hermano se levantó vivo y le preguntó porque
lu había dejado dormir tanto y él le contestó que porque lu había
visto tan cansado.
Siguieron
viaje y llegaron de noche al palacio donde si había casado. Y una
sirvienta que tenía la Princesa entró a gritar:
Pero
eran tan iguales los jóvenes que no sabía cuál era el esposo de
ella. Y corrió y llamó a la Reina y al Rey, y no sabían cuál era
el yerno. Entonce el joven dice:
Y
entonce hicieron el cuento de lo que les había sucedido y de cómo
habían salvado a la ciudá encantada.
Y
les preguntaron de los padres de ellos, y los mandaron buscar y
vinieron. Y vivieron todos juntos en el palacio, muy felices hasta
ahora.
Bonifacio
Díaz, 67 años. Las Cuevas. Valle del Tupungato. Las Heras. Mendoza,
1951.
Trabajador
de campo. Un gran narrador.
Al
cuento tradicional se han agregado motivos de
Los animales protectores y de
La serpiente de siete cabezas.
Cuento
862. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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