Cuento popular
Un día iba Pedro
Malasartes caminando sin saber adónde cuando llegó a un pueblo y escuchó una
conversación entre varios hombres. Hablaban de una vieja del pueblo, conocida
por su tacañería, sobre todo a la hora de la comida. Y contaban que le sobraba
la comida, pero que era incapaz de regalar ni un solo frijol [1].
-Esa vieja es muy tacaña,
hasta los perros de su casa pasan hambre -dijo uno.
-Si alguien va a comer a su
casa, cuenta hasta las papas [2]
que reparte.
Eso me lo dijo el
cartero, que un día estuvo donde ella -dijo otro.
Pedro Malasartes
escuchaba hasta que, finalmente, dijo:
-Yo les hago una apuesta:
la vieja me dará toda la comida que le pida.
-Ja, ja, ja -rieron a la
vez. ¡Esa tacaña no te dará ni los buenos días!
-Yo les aseguro que sí.
¿No quieren apostar?
Los hombres apostaron
porque la conocían muy bien.
Pedro Malasartes se fue
donde la vieja, pero antes juntó unas ropas, una olla y preparó su bolsa.
Cuando estuvo cerca de la
casa, merodeó un poco hasta asegurarse de que la vieja le había visto, y
entonces encendió un fuego y colocó sobre él la olla llena de agua. Hizo como
que cocinaba algo y, de vez en cuando, echaba más leña al fuego.
Los hombres se habían
quedado atrás observando la escena.
La vieja, curiosa por
saber lo que estaba cocinando ese descono-cido, se fue acercando hacia donde él
estaba. Justo antes de que llegara, Pedro agarró unas piedras redonditas del
camino, las lavó y las echó en la olla.
La vieja, que ya no podía
aguantar más la curiosidad, le preguntó:
-Joven, ¿qué está usted
cocinando desde hace un rato?
-Estoy haciendo una rica
sopa, señora.
-Pero ahí no hay más que
piedras. ¡Nunca vi cosa igual!
-No sabe usted lo rica
que puede salir una sopa de piedras -continuó Pedro, casi sin mirar a la vieja.
-¿Y cuánto tarda en estar
lista?
-Eso sí, tarda bastante.
-¿Y se come?
-¡Pero señora! Si no, no
estaría aquí preparándola.
La vieja seguía mirando
incrédula a Pedro, que ponía leña, avivaba el fuego y removía las piedras de
vez en cuando.
-¿Y sabe bien la sopa?
-preguntó la vieja.
-Señora, no sabe usted el
rico sabor que tiene, sobre todo si se cocina durante mucho tiempo y se le
añaden algunos condimentos.
-Pues yo tengo algunos
-dijo la vieja, y se levantó para ir a la casa.
Al ratito, regresó con un
cestito lleno de cebolla, ajo, hierbas y sal.
-Señora, ¿y no tiene
usted un par de tomates? -le preguntó Pedro.
-Sí, sí -contestó, y
corrió a buscarlos.
Pedro metió todo en la
olla y siguió echando leña al fuego.
-Señora, ¿y algo de
cerdo? Porque entonces sí que sale sabrosa...
-Sí, sí -dijo, y fue a la
casa a buscarlo.
La olla ya tenía todos
los condimentos y el cerdo, y el agua cocía mientras la vieja miraba la sopa.
Al cabo de un buen rato, preguntó:
-¿Esto es todo?
-La verdad es que con
unas papitas quedaría deliciosa.
-¿Y podré probarla cuando
quede lista? -preguntó la vieja.
-¡Como no, señora!
Y la vieja fue a su casa
y trajo tres patatas.
Las echaron a la olla, y,
después de un rato, a la vieja ya se le hacía la boca agua y dijo:
-Hum, huele muy bien.
¿Estarán ya las piedras listas?
-Pues, la verdad es que
con un pedacito de chorizo esta sopa quedaría aún más sabrosa.
La vieja corrió a la casa
a buscarlo.
Al cabo de un rato, la
sopa quedó lista.
Pedro Malasartes le pidió
dos platos y dos cucharas, y ella los trajo enseguida.
Pedro llenó dos platos de
sopa y, luego, separó las piedras y las tiró a un lado.
-Pero, ¿y las piedras?
-preguntó la vieja- ¿Es que no vamos a comérnoslas?
Ja, ja, señora, ¡claro
que no! ¿O es que acaso me ha visto con dientes de hierro para masticarlas?
Y dando media vuelta, se
fue donde los hombres a cobrar su apuesta.
020. anonimo (brasil)
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