Este era un rey que tenía
tres hijas que solían bañarse en un lago cerca del palacio. Un día apareció por
ahí un joven pobre, que se dirigía a ver al rey para pedirle trabajo, y
encontró a las niñas en el lago. Enseguida la más pequeña se fijó en el
muchacho y le dijo que ella le ayudaría, porque su papá, el rey, era muy
exigente.
Llegaron al palacio y, en
efecto, el rey le dijo al joven que antes de darle trabajo, debía superar unas
pruebas. En primer lugar, le pidió que cortara un árbol duro como el hierro y
lo hiciera leña para la chimenea, y le dijo que si no cumplía con el cometido,
le mataría. El muchacho se asustó mucho, porque era pobre pero no quería morir,
y la niña le tranquilizó:
-Tranquilo, tú me vas a
hacer caso a mí: cuando te lleve donde las herramientas, tú eliges la más vieja
y ya verás como no hay problema.
El rey llevó al muchacho
hasta el cuarto de las herramientas, y el joven eligió el hacha más vieja y
mohosa.
-¿Y con esa tan mala piensas
trabajar?
-Sí, señor rey, con esta
lo haré.
Y en un día, y para
asombro del rey, cortó el árbol y lo hizo leña. Furioso, el rey le dijo que el
siguiente trabajo consistiría en sembrar zanahorias por la mañana y servirlas
en el almuerzo.
El joven se volvió a
asustar y la niña, de nuevo, le dijo:
-No te preocupes: planta
las semillas y riégalas con este polvito que las hará crecer inmediatamente.
Así lo hizo el joven y,
al mediodía, llevaba hasta la mesa del rey una fuente llena de frescas
zanahorias.
El rey se enfureció más y
pensó que su hija estaba ayudando al muchacho. Así que encerró a la niña bajo
siete llaves, para que no pudiera conversar con el joven. Pero ella, que en
verdad tenía poderes, siguió hablando con el muchacho y hasta le dijo cuál sería
la siguiente tarea.
-Te pedirá que limpies un
trozo de tierra, plantes trigo y, al día siguiente, le entregues pan fresco.
Aquí te doy un atadito de polvo con el que quemarás la tierra para limpiarla, y
otro de paja con el que crecerá el trigo. Si te apuras, al día siguiente
estarás moliéndolo para hacer el pan.
Así lo hizo entonces el
muchacho y, por la tarde, los panes humeantes estaban delante del rey. Este
decidió que le daría un último trabajo y luego le mataría, porque, después de
su hija, no podía haber nadie con tanto poder en el reino.
Esa noche, el joven y la
niña volvieron a hablar:
-Mi papá te dará el
último trabajo y después te va a matar, pero yo te voy a decir todo lo que
tienes que hacer. Él te va a pedir que hagas un puente de cristal. Así que toma
esta varillita y llévate cuatro jarras de cristal y, cuando llegues al sitio
donde tienes que construirlo, planta dos de las jarras y dale un varillazo al
agua pensando en mí. Se secará el río y, entonces, te cruzas al otro lado y
plantas las otras dos jarras. Te vuelves a acordar de mí y das otro varillazo
diciendo: «Que aguante el puente para que pase el rey con su gente».
Así lo hizo, y el puente
de cristal estuvo listo en un momento. Fue a buscar al rey y este, para
probarlo, fue con toda su gente y lo cruzó.
Cuando regresó al
palacio, le dijo a su mujer:
-Ya no le voy a dar más
trabajo. Que coma y descanse tres días, luego le mataré.
El joven volvió a hablar
esa noche con la niña, y esta le dijo que su papá le mataría. Así que
resolvieron escaparse juntos y lo hicieron esa misma noche. A la mañana
siguiente, el rey se dio cuenta y salió en su busca. Cuando estaba cerca de
ellos, la muchacha arrojó un peine que se transformó en una gran montaña. El
rey regresó al palacio en busca de un caballo y, cuando estaba otra vez cerca,
la niña arrojó un pedazo de jabón que se convirtió en un inmenso pantano. De
nuevo, el rey regresó para hacerse con un carruaje más rápido y, cuando estaba
de nuevo dándoles alcance, la hija arrojó un puñado de ceniza que se volvió cachamanca, o sea, niebla espesa, y el
rey ya no pudo ver nada más. Enfadado, le echó una maldición a la hija:
-¡A donde quiera que
llegues, tu amado te olvidará!
Los jóvenes continuaron
su viaje y llegaron hasta la ciudad donde el muchacho se había criado. Ahí
había dejado a una niña que le gustaba mucho con un anillo de compromiso de
plata y ahora llegaba con otra con un anillo de compromiso de oro. En el pueblo
organizaron enseguida el casamiento con la muchacha del anillo de plata, y
parece que se cumplió la maldición del papá, pues el muchacho no se acordó más
de la otra niña.
El día de la fiesta, un
joven la quiso sacar a bailar, pero ella estaba tan enfadada que le dijo:
-Mire, joven, disculpe,
pero no tengo ganas de bailar. Si le gusta, puedo hacer aparecer dos monigotes
en la sala para que bailen.
Salieron los monigotes,
un muñeco y una muñeca, y la gente empezó a divertirse, porque la muñeca
llevaba una porra y le preguntaba al muñeco:
-¿Te acuerdas, monito, de
cuando mi papá te pidió que cortaras un árbol?
Y ¡pumba!, le dio un
porrazo.
-¡Ay, monita, que no me
acuerdo de nada!
Y ¡pumba!, le dio otro
porrazo.
-¿Y no te acuerdas de
cuando mi papá te pidió que sembraras zanahorias por la mañana y las sirvieras
en el almuerzo?
Y ¡pumba!, le dio otro
porrazo.
-¡Ay, monita, que me
estoy acordando, que me estoy acordando!
-¿Y no te acuerdas,
monito, de cuando mi papá te pidió cultivar un monte con trigo y hacer pan al
día siguiente?
Y toma porrazo.
-¡Ay, que sí, que me
estoy acordando, monita!
De nuevo, preguntó la
muñeca:
-¿Y no te acuerdas,
monito, de cuando mi papá te pidió un puente para él y para su gente?
-Y toma porrazo.
-¡Ay, ay, que me acordé!
Y la gente aplaudía y
reía, porque se estaba divirtiendo mucho. La muñeca siguió:
-¿Y no te acuerdas de
cuando mi papá te iba a engordar tres días y después te iba a matar?
-¡Ay, sí que me acordé,
monita!
La muchacha hizo
desaparecer a los muñecos, y la gente estuvo contenta, salvo el joven, que se
acordó de todo y salió al centro del salón.
-Me van a disculpar todos
los del pueblo, pero tengo una pregunta. En realidad, tengo dos compromisos y,
¿cuál valdrá más, el de oro o el de plata?
Todos dijeron que el de
oro, claro. Y el muchacho dijo:
-Pues esta niña tiene el
anillo de oro y me casaré con ella.
Y se casaron y fueron
felices hasta el día de hoy.
Y se acabó el cuento.
Cuento popular
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028. anonimo (chile)
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