Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 30 de julio de 2012

Juan tabaco


Había una vez una vieja mujer que tenía tres hijos. El menor, que era tonto, se llamaba Juan y era el favorito de la madre. Los otros dos, por ese motivo, le tenían mucha envidia.
Los hermanos mayores ya estaban casados y vivían cada uno en su casita con un rebaño pequeño de ovejas, que eran el sustento de sus familias.
La vieja mujer vivía sola con Juan y también tenía un rebañito de ovejas. Cuando algún corderito se quedaba sin madre, Juan era el encargado de criarlo.
Cierto día le vino a Juan la idea de matar uno de los corderitos.
Le sacó el cuero y se fue lejos a estaquearlo debajo de un árbol.
A continuación, se echó debajo del árbol, boca abajo, para agarrar uno de los caranchos que se acercaban al cuero. Por fortuna, atrapó uno y, después, le pidió permiso a su madre para que lo dejara ir a casa de su padrino, un hombre muy rico que vivía a dos leguas.
Allá se fue el tonto y, cuando llegó a la casa, antes de llamar, se colocó detrás de la puerta para escuchar lo que decían adentro. Al poco rato, entró y saludó. Pasado un momento, le pegó un pellizco al pájaro que llevaba, y este hizo: «¡Cloc, cloc!».
-¿Qué es eso que llevas ahí, Juan? -preguntó el padrino.
-¡Ah! Si ustedes supieran lo que vale este pájaro... Me da la vida a mí y a mi madre, pues es un pájaro adivino.
-¿Ah, sí? Pues a ver si le haces adivinar algo.
Y Juan le dio otro pellizco al pájaro, que volvió a hacer: «¡Cloc, cloc!».
-¿Qué te ha dicho?
-Dice que usted tiene hoy de comida pan y ensalada.
El padrino preguntó a su esposa, y ella contestó que era cierto que tenía eso para comer. De esta manera, el pájaro fue adivinando otras cosas, y tanto se sorprendió el padrino que inmediatamente quiso comprarlo. Le dio a Juan una buena suma de dinero.
Juan Tabaco emprendió enseguida viaje a su casa. Se sentó en el patio, de manera que sus hermanos lo vieran, y comenzó a contar el dinero. Uno de los hermanos se acercó y le preguntó que de dónde había sacado tanto dinero, y él contestó:
-¡Si supieran ustedes lo que valen las ovejas muertas en la ciudad!
Los hermanos enseguida mataron todas sus ovejas y corrieron a venderlas, pero sucedió que nadie las compraba y, después de tres días, volvieron a sus casas enojadísimos con Juan, del que juraron vengarse. Esta vez prometieron matarlo.
Juan pensó en la manera de salvarse y, como siempre dormía con la madre y esta acostumbraba a ponerse un pañuelo en la cabeza para dormir, esa noche se lo pidió prestado. Así fue como, cuando llegaron los hermanos, tocaron la cabeza de la madre y, creyendo que era la de Juan, la mataron.
Al otro día muy temprano, Juan se levantó y, fingiendo no saber que la madre estaba muerta, empezó a hablarla. Después, la ató en su caballo para ir a visitar al padrino. En medio del camino, había un pozo muy profundo; allí se apeó del caballo, bajó a la madre y la sentó a la orilla, sujetándola de manera que si la tocaban, se caía al pozo. Llegó a la casa del padrino y, cuando le preguntaron por la madre, dijo que la había dejado cerca del pozo para sacar agua, pues estaba sedienta.
El padrino mandó entonces a un peón ir hasta el pozo, y Juan, antes de que saliera, le sugirió que, como su madre era sorda y tal vez se había quedado dormida al lado del pozo, la llamara y la tocara con la mano.
Cuando el peón llegó donde estaba la vieja, hizo lo que le había dicho Juan, y la mujer cayó al pozo. ¡Menudo susto se llevó el peón! Fue corriendo hasta el patrón y le dijo muy triste lo que había ocurrido. Juan, que estaba por ahí cerca, se echó a llorar amargamente y dijo que el peón había matado a su madre y que avisaría a la policía para que le llevara preso.
El padrino lo calmó, y Juan se conformó cuando le dio tres bolsas de oro.
Se fue a su casa y, como la otra vez, se puso a contar el dinero. Vinieron los hermanos y le preguntaron de dónde había sacado tanto oro, y él les contestó:
-¡Si ustedes supieran lo que valen las mujeres muertas en la ciudad!
Esa noche los hermanos hicieron con sus mujeres lo mismo que habían hecho con la madre y se fueron a la ciudad, donde la policía les tomó presos.
Después de muchos años, salieron de la cárcel y regresaron con el propósito de acabar de una vez con Juan. Lo metieron a la fuerza en un saco y decidieron llevarlo al mar para tirarlo. Cuando llegaron, escucharon que cerca estaban dando misa y, antes de cometer su mala acción, decidieron oírla.
Cuando Juan se dio cuenta de que estaba solo, comenzó a gritar:
-¿Quién quiere ir a la gloria? ¡Yo no quiero!
Y así una y otra vez, hasta que pasó un pastor que le contestó que él sí quería ir a la gloria. Juan le dijo que le sacara de la bolsa, y enseguida se metió el pastor. Juan siguió con las ovejas hasta su casa.
Los hermanos regresaron y echaron la bolsa al mar. Mientras caminaban de vuelta a sus casas, iban pensando en cómo repartirse las riquezas de Juan, cuando, de pronto, le vieron con un rebaño de ovejas. Le preguntaron de dónde las había sacado, y él les contestó que en el mar había muchas riquezas y que él no había sacado otra cosa porque recordó que a su madre siempre le gustaron mucho las ovejas.
Entusiasmados, los hermanos decidieron que Juan los echara al mar, y esa noche ellos mismos se cosieron los sacos.
Al día siguiente, bien temprano, Juan cargó con los sacos y los echó en medio del mar, para que sus hermanos pudieran sacar muchas y mejores cosas.
Y Juan Tabaco vivió después muy feliz y contento.

015. anonimo (argentina)

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